Tal día como hoy 5 de enero de 1936 falleció, tras una larga enfermedad, el dramaturgo español Ramón María del Valle-Inclán. Tenía 70 años y el deterioro de su salud le había hecho trasladar su residencia a Santiago de Compostela el año anterior.
Nació en Villanueva de Arosa, -Pontevedra – el 28 de octubre de 1866 y abandonó sus estudios en Derecho tras la muerte de su padre y se marchó una temporada a México, donde trabajó como periodista durante un tiempo antes de volver a España.
En 1895 publicó su primera novela, Femeninas, una narrativa de estilo modernista en la que el erotismo y la sensualidad toman el control de las historias.
Este y el resto de sus primeros textos pasarían desapercibidos e irían evolucionando conforme el autor alcanzaba su madurez creativa. Durante su estancia en Madrid entabló amistad con otros escritores de la época como Pío Baroja y acabó por unirse a las tertulias de los cafés con el resto de miembros de la Generación del 98.
A lo largo de su vida, Valle-Inclán vagó por una sucesión de malos momentos económicos que le llevaron a la vida bohemia hasta su establecimiento definitivo como autor de prestigio. Ocupó numerosos cargos en instituciones culturales como Conservador General del Patrimonio Artístico, director del Ateneo de Madrid o Director de la Academia Española de Bellas Artes en Roma.
Viajero y de ideología cambiante (carlista en un momento y próximo al anarquismo al final de su vida), los elementos más llamativos de su obra se encuentran en el nuevo género de teatro que él mismo ideó y que bautizó como “esperpento”.
Se trataba de una concepción distinta del género trágico en la que todo, desde los personajes hasta los escenarios o los diálogos, se presentaban deformados como vistos a través de un caleidoscopio. Los dos títulos más representativos del esperpento son Luces de bohemia (1920) y La hija del capitán en 1927.
Su producción literaria es muy amplia y compleja, porque si bien tocó casi todos los géneros, nunca se ciñó a sus normas, y rechazó la novela y el teatro tradicionales. Estéticamente siguió dos líneas: una, poética y estilizada, influida por el simbolismo y el decadentismo, que lo inscribió entre los modernistas; la otra es la del esperpento (que predominó en la segunda mitad de su obra), con una visión amarga y distorsionada de la realidad, que lo convierte, en palabras de Pedro Salinas, en "hijo pródigo del 98".
Entre 1902 y 1905, publicó las Sonatas, su primera gran obra de narrativa y la mayor aportación española al modernismo. La unidad de estas cuatro novelas recae en el personaje del Marqués de Bradomín, una irónica recreación de la figura de don Juan, convertido en "feo, católico y sentimental".
En Flor de santidad (1904), que sigue en la misma línea estética, aparece por primera vez un tema en el que abundó a lo largo de su carrera: la recreación mítica de una Galicia rural, arcaica y legendaria.
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