Enrique IV fue un hombre compasivo y amado por su pueblo, pero también fue odiado por aquellos que se oponían a su política religiosa. Enrique fue objeto de al menos 12 intentos de asesinato, incluyendo uno de Pierre Barrière en agosto de 1593,4 y otro de Jean Châtel en diciembre de 1594.
Hubo varias tentativas de asesinato en las calles de París, como la de Jean Châtel en 594), hasta que el 14 de mayo de 1610 el fanático católico François Ravaillac acaba con su vida, después de intentar hablar con el monarca con la intención de evitar que Francia entrase en guerra contra los católicos Habsburgo durante la crisis de la sucesión de Juliers-Cléveris.67 Enrique IV venía de visitar a Sully, su ministro de Finanzas que estaba enfermo, con el que tenía una gran amistad.
Salió en su carruaje, atravesó una calle pequeña, en la cual había dos carretas que le impedían el paso; de una de las carretas salió el asesino, que le asestó dos puñaladas mortales.
Fue sucedido por su hijo, Luis XIII de Francia, el cual durante su minoría de edad, hasta 1617, estuvo bajo la regencia de su madre, la reina María de Médici.
Cuatro años después de su muerte se erigió una estatua en su honor en París; durante la Revolución Francesa fue destruida, pero fue la primera en ser reconstruida en 1818. Su nombre avivó la restauración de la monarquía en Francia y la pieza musical "Vive Henri IV" incluso fue usada como himno oficioso durante la restauración borbónica y aún reivindicada por movimientos monárquicos.
En 1793, durante la Revolución francesa, los cuerpos de los reyes, reinas, príncipes, princesas y nobles inhumados en la basílica de Saint-Denis fueron extraídos de sus ataúdes, profanados y enterrados en una fosa común fuera del edificio. El cuerpo de Enrique IV se encontró en buen estado , ya que fue momificado, y fue expuesto durante varios días al público, sufriendo todo tipo de mutilaciones, entre ellas la de la cabeza.
Cuando en 1817 el rey Luis XVIII decidió restaurar las capillas mortuorias y devolver los restos reales a su emplazamiento original, se encontró con que tres cuerpos carecían de cabeza, uno de ellos, el de Enrique IV.
No se supo del paradero de la cabeza hasta 1919, cuando Joseph-Émile Bourdais la adquirió por 3 francos en una subasta. Bourdais aseguraba a todo el mundo que la reliquia era realmente la cabeza momificada de Enrique IV, pero nadie le creyó, ni tan siquiera el Museo del Louvre, que la rechazó. Bourdais murió, y su hermana custodió la reliquia hasta que se la vendió por 5000 francos a Jacques Bellanger, quien la mantuvo oculta en su casa.
Unos periodistas, lograron localizar al ya jubilado Bellanger, quien, tras varios meses, confesó que tenía la reliquia y accedió a cederla para una investigación científica la cual, se informó, comprobaba la autenticidad de la cabeza. En consecuencia, Bellanger pidió que la cabeza fuera entregada a Luis Alfonso de Borbón, pretendido heredero de la dinastía, quien solicitó su inhumación en la Basílica de Saint Denis.
Esta autenticación, sin embargo, fue impugnada por numerosos expertos, tanto historiadores como genetistas y antropólogos. En 2013, un artículo científico publicado en el European Journal of Human Genetics, co-firmado por los genetistas Maarten Larmuseau, que es juez y parte en el tema, contra datos previos y Jean-Jacques Cassiman de la Universidad Católica de Lovaina, así como por el historiador Philippe Delorme, quiso demostrar que esta "reliquia" no es auténtica.
Enrique IV a menudo es considerado por los franceses como el mejor monarca que ha gobernado su país, siempre intentando mejorar las condiciones de vida de sus súbditos. Se le atribuye la frase: "Un pollo en las ollas de todos los campesinos, todos los domingos", que simplifica perfectamente su política de hacer feliz a su pueblo, no solo con poder y conquistas, sino también con paz y prosperidad.
Es el referente de los monárquicos franceses, los cuales realizan cada año un homenaje frente a su estatua del Puente Nuevo de París, el aniversario de su entrada a la ciudad.
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