sábado, 27 de diciembre de 2025

El diplomático español José de Ocáriz,que marcó su huella en Europa

Tal día como hoy, 28 de diciembre de 1792: El cónsul español en París, José Ocáriz, protesta públicamente en una carta, por la condición de prisionero a la que se ve sometido, el Rey Luis XVI de Francia.,

José de Ocáriz, nacido en 1750 en la región de La Rioja, en un momento de grandes transformaciones para España y Europa. La segunda mitad del siglo XVIII,estuvo marcada por una Europa convulsa, donde las potencias buscaban consolidar su poder, mientras la Revolución Francesa, comenzaba a marcar el rumbo de la historia.

España, bajo el reinado de Carlos III y más tarde bajo Carlos IV, trataba de mantener su influencia en un continente, cada vez más polarizado, por las guerras y las tensiones políticas.

Ocáriz realizó sus estudios en Madrid, donde comenzó a forjarse como un hábil diplomático. El contexto histórico de la época, con una España que lidiaba con la presión de Francia, Prusia y Austria, hizo de Ocáriz un hombre clave, en las negociaciones internacionales, buscando siempre el equilibrio, entre la defensa de los intereses de su país y la preservación, de la paz en Europa.

El ascenso de Ocáriz, en el ámbito diplomático español, fue meteórico. Durante su carrera, desempeñó varias misiones importantes, que lo llevaron a viajar por diversas capitales europeas. En su papel como diplomático, fue designado en múltiples ocasiones, para representar a España, en momentos cruciales.

Una de sus primeras misiones importantes fue en Turín, donde representó los intereses españoles, ante la corte de Cerdeña. Más tarde, trabajó en Copenhague y Madrid, lo que le permitió, ampliar su experiencia y consolidar, su carrera diplomática. 

Sin embargo, su nombramiento más relevante, fue como cónsul general en París en 1792, en pleno apogeo de la Revolución Francesa. Este cargo, le permitió estar directamente involucrado, en los eventos que transformaron, Europa en ese momento.

Fue nombrado cónsul general en París  en 1792: En este periodo, Ocáriz se enfrentó a una de las situaciones, más complejas de su carrera. Cuando Luis XVI fue arrestado y condenado a muerte, por la Revolución Francesa, España, bajo el reinado de Carlos IV, estaba en una posición difícil. 

En un intento, por evitar que la situación se desbordara, Ocáriz se dirigió al gobierno francés, con una carta pidiendo la liberación de Luis XVI, proponiendo la neutralidad de España y ofreciendo su mediación, para evitar la guerra con Prusia y Austria. A pesar de sus esfuerzos, la situación se agravó rápidamente, y en 1793, Francia declaró la guerra a España.

Tras la guerra con Francia, Ocáriz fue designado para iniciar las negociaciones de paz, en el cuartel general francés de Figueras. Estas negociaciones culminaron en la firma del Tratado de Basilea, el 22 de julio de 1795, que puso fin al conflicto. Este tratado fue un gran logro, para la diplomacia española, ya que permitió a España consolidar sus intereses en Europa.

Tras la firma del Tratado de Basilea, Ocáriz regresó a París, donde asumió nuevamente su cargo como cónsul general. Posteriormente, se trasladó a Hamburgo, como ministro residente y en 1803 fue nombrado plenipotenciario, en Estocolmo. Su último nombramiento fue como embajador en Constantinopla, aunque su muerte prematura a los 55 años, truncó su carrera en este puesto.

La figura de José de Ocáriz, aunque no tan conocida en la historia española, en comparación con otros diplomáticos de su época, es fundamental para entender la política exterior, de España en el siglo XVIII y principios, del XIX. 

Ocáriz fue un hombre de grandes principios, que defendió la paz y la neutralidad de su país, en un periodo de gran agitación política. Su capacidad de negociación y su disposición a comprometerse, por el bien de España hicieron de él una pieza clave, en el panorama diplomático europeo, de su tiempo.

En la actualidad, su legado sigue siendo una referencia, para los diplomáticos y aquellos interesados en la historia, de las relaciones internacionales. Su carrera demuestra la importancia de la diplomacia, como una herramienta para resolver conflictos y mantener la estabilidad, especialmente en un contexto internacional, tan complicado como el de finales del siglo XVIII.

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