Tal día como hoy 30 de octubre de 1810 tiene lugar la Batalla del Monte de las Cruces -cercano a Toluca, México-, ganada por fuerzas del ejército insurgente dirigidas por el cura Miguel Hidalgo e Ignacio Allende, muy superiores en número a las tropas de la Corona Epañola, comandadas por el coronel Torcuato Trujillo que, a pesar de emplear artillería y poseer conocimiento en el combate, se retirará derrotado del lugar.
Esto abrirá la puerta para que el movimiento insurgente pueda tomar la ciudad de México; pero el 3 de noviembre, Hidalgo decidirá retroceder con dirección a la región del Bajío, lo que acentuará las diferencias y el distanciamiento con Allende.
A las dos de la tarde del domingo 28 de octubre de 1810, los insurgentes, dirigidos por Miguel Hidalgo y Costilla, entraron a la ciudad de Toluca. Carlos Herrejón Peredo, en su libro La ruta de Hidalgo, narra que “la impresión que tuvieron los toluqueños de aquel movimiento fue positiva: se admiraron del orden con que se condujeron los insurgentes y comentaron que eran ‘gente muy buena’”.
El 30 de octubre, las fuerzas revolucionarias se encuentran en Santiago Tianguistenco y emprenden su camino hacía el Monte de las Cruces. Van juntos “Ignacio Allende y Mariano Jiménez, el primero asegura que en la Ciudad de México tiene muchos partidarios. Mientras el jefe realista Torcuato Trujillo, al amparo de la espesura del monte, prepara su defensa.
A las 11 de la mañana, rompen el ataque los insurgentes al son de cornetas y tambores, estruendo que pronto se diluye en una inmensa gritería”. La batalla se desarrolló en desigualdad de condiciones para ambos bandos. Los insurgentes eran más de 70 mil, los realistas menos de cinco mil, pero bien entrenados y armados, la tropa de los revolucionarios en cambio estaba mal armada y era indisciplinada.
Al final de la contienda, relata Carlos Herrejón, “murieron dos mil realistas y más de dos mil insurgentes. Cara victoria. Desde lo álgido de la batalla, muchos insurgentes han desertado, y más, al ver y sepultar a los muertos”. El camino a México fue, así, despejado.
Carlos Herrejón relata, que “al día siguiente de la batalla Hidalgo, y las principales cabecillas de la insurgencia, esperan que los partidarios de la capital salgan en cualquier momento o manden alguna noticia. No sucede y entonces, por la tarde, se decide que una comisión parta con bandera blanca, a llevar pliego de intimación al virrey Venegas, quien lo rechaza”.
Las fuerzas insurgentes fueron dirigidas por Ignacio Allende, quien atacó de manera frontal las posiciones realistas; en plena batalla estuvo a punto de perder la vida, cuando murió su caballo en la batalla; al mismo tiempo, Mariano Jiménez, con una columna insurgente, pasó el puente de Lerma y desbordó por un flanco a las tropas de Torcuato Trujillo, que a pesar de resistir con valor, fueron sorprendidas, obligándolas a retirarse completamente derrotadas.
Hidalgo, con el grueso de su ejército acampó en el sitio donde ocurrió la batalla y permanecieron inactivos los días 31 de octubre y 1 de noviembre de 1810. Estos días fueron de gran angustia y extremo sobresalto para los avecinados en la capital, especialmente para los españoles.
El triunfo completo del Ejército Insurgente, fue principalmente a la labor de Ignacio Allende, y por sus eficaces disposiciones y el cargo que se hizo de la caballería. Esto abrió la puerta del movimiento insurgente para tomar la ciudad de México.
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