Herman Melville se hizo marinero en 1841 y pasó una larga temporada en alta mar, recorriendo el mundo y como parte de la tripulación de un buque ballenero. Sus experiencias personales fueron las que le llevaron a escribir y tras su regreso a Estados Unidos publicó novelas cortas que se incluyeron en el género de los viajes y la aventura y obtuvieron un considerable éxito con obras como Typee (1846) o Omoo (1847).
Su estilo se vio fuertemente influido por el trabajo de su amigo y también escritor Nathaniel Hawthorne y por su pasión pedagógica. La sencillez de sus primeros textos fue quedando atrás y sus historias empezaron a llenarse de simbolismos y reflexiones filosóficas que el público lector no asimiló demasiado bien.
Con Moby Dick, Melville creó una novela tan extensa -unas 620 páginas según la edición- poco compleja y en la que se olvidaba del ritmo narrativo y la fluidez en el desarrollo de la historia para plasmar, entre otras cosas, su amplio conocimiento en el mundo ballenero.
La historia del capitán Ahab, cuya obsesión por vengarse y cazar a la imponente ballena blanca podría haber sido el argumento perfecto para una novela de aventuras a la antigua usanza, acabó por convertirse en una enrevesada metáfora de la convivencia del bien y el mal en el ser humano y de la búsqueda y persecución de lo imposible.
La crítica y el público la destrozaron y Melville acabó sus días olvidado y con un profundo sentimiento de derrota.
Sin embargo, el paso del tiempo y las generaciones de escritores posteriores llevarían a Moby Dick del fracaso al Olimpo de la literatura universal, convirtiéndola en un ejemplo de la literatura norteamericana
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