lunes, 1 de febrero de 2021

SU SEÑORIA: UNA HISTORIA DE TERROR

 

Hace ya muchos años, un joven juez – de controvertida trayectoria – murió en un accidente de tráfico, ocurrido durante una noche de tormenta en una carretera de montaña del Pirineo. Después de ocurrir el hecho, me contaron esta historia, que la fantasía popular había ya novelado y que ahora me limito a reproducir

Desde que comenzó la carrera de derecho, Julio fue un estudiante brillante y por eso no sorprendió a nadie, que una vez acabada y, tras ejercer varios años como letrado, fuese designado juez de aquella localidad situada en las estribaciones de los Pirineos.

Pero tras su toma de posesión, las decisiones del nuevo magistrado comenzaron a evidenciar su auténtico carácter, ya que, al demostrado conocimiento del derecho que tenía, se contraponía un espíritu ruin, mezquino y vengativo y un carácter insociable y huraño, que hacía que, “su señoría” – como gustaba siempre ser llamado - comenzase a ser evitado por los ciudadanos, tanto en la vida diaria como en las relaciones sociales, limitándose el contacto con estos, a los actos protocolarios oficiales y a los que, propios de su cargo de Juez, la obligada coincidencia imponía.

El trabajo, acabó por absorber de manera absoluta, los escasos deseos de relación que con sus conciudadanos, pudo en alguna ocasión tener y, su jornada laboral - de casi doce horas al día – que comenzaba antes de amanecido y concluía bien entrada la noche, le fue convirtiendo en un ser cada vez más ajeno al mundo social en el que vivía.

 Un sumario, sobre todos los demás, concitaba su máxima atención y a su exclusivo estudio dedicaba más tiempo que el que consumía el resto de asuntos de su juzgado. Se trataba de un pleito, sobre la discutida propiedad de unos pastizales, en el que se mezclaban intereses contrapuestos y que se hallaba en una farragosa fase de pruebas y alegaciones.

No obstante, aquella causa revestía para él, un interés especial al ser - en cierto modo - parte del mismo, ya que uno de los litigantes, era su propia familia.

Obvio es decir, que dado su grado de parentesco con una de las partes, el juez conocía de sobras, que el asunto no podía ser valorado por él, pero como el otro querellante - que vivía en una cabaña situada en el terreno en disputa - era casi analfabeto y no sabía de inhibiciones ni incompatibilidades, nada hizo por dejarlo, y tras mucho analizar, encontró finalmente un subterfugio legal, por el que el pleito tendría solución favorable a sus intereses.

- Señoría – informó el ujier gorra en mano – Juan Folch, el que fue ayer desalojado de los pastizales por la fuerza pública, está fuera y quiere hablar con usted… aunque le informo que está muy alterado…

-Bien, hágale pasar, pero no se vaya usted del despacho, ordenó al funcionario.

Tras pedir licencia, entró en la habitación un hombre de edad indefinida, aunque ya cercano a la vejez, que se movía con dificultad valiéndose para ello de una especie de báculo artesanal, hecho con una rama de árbol. Su mirada era altiva, y sus ojos irradiaban una enorme fuerza interior, que al verle sobrecogía el ánimo.

Desde el centro de la habitación y sin preámbulo alguno, se dirigió con enérgica voz al magistrado.

-¡Usted sabe de sobras que su orden es injusta…! Yo tengo derecho a esa tierra, en la que mi familia ha vivido desde siempre…!

- Recurra usted, si no está de acuerdo - contestó Julio con deliberada parsimonia- pero mientras eso suceda, debe permanecer fuera de la propiedad.

-¿Recurrir...?, ¿Qué quiere decir eso de recurrir...? No sé de que me habla ni tampoco como se hace… y por otra parte.. ¿Adonde puedo ir?...- preguntó a gritos el anciano cada vez más exaltado - Esa tierra es toda mi vida... y con un odio profundo en su mirada continuó - Es usted una mala persona…un ser despreciable… ¿Lo sabe…? -Es usted…

-Señor secretario- ordenó imperativo el Juez, interrumpiendo con su voz los gritos del reclamante – llame inmediatamente a la fuerza pública, y que se lleven detenido a este hombre por desacato a mi autoridad…

-¿Como es esto....?...¿aún me quiere encarcelar…? – gritó totalmente fuera de si - ¡Maldito seas… mil veces maldito…! Y esgrimiendo el cayado se dirigió contra el estrado en donde el magistrado se sentaba, golpeando con él la mesa, y haciendo que este huyese del despacho.

-¡Miserable, canalla…lo pagarás, acabaré contigo…antes que tú lo hagas conmigo...! gritaba como loco Juan, mientras rompía todo cuando encontraba a su alcance.

En unos minutos irrumpieron en la sala varios agentes del orden, que intentaron vanamente sujetar al iracundo anciano, que - sin cesar en sus gritos - continuaba destrozando cuantos objetos había. De repente, el báculo cayó de sus manos, mientras apretaba sus brazos contra el pecho y se desplomaba, con un rictus de dolor en la cara.

              -¿Como se encuentra el detenido, tras el ataque que sufrió ayer?- preguntó el juez al oficial de juzgado, que con un sobre en la mano, acababa de entrar en el despacho

-Vengo a comunicarle, señoría, que hace unos minutos acaba de morir, sin llegar a recuperarse del coma, en que quedó después del infarto.

-¿Ha informado ya a sus familiares de esto…? inquirió el magistrado.

-No tiene familia alguna- contestó el funcionario, y agregó - al menos que se sepa.. Y es difícil que así sea, porque era hijo único, pero no obstante estamos haciendo gestione y le mantendré informado de ellas.

- Esto resuelve mucho mejor de lo esperado, el conflicto – pensó Julio mientras se retraía a sus pensamientos y esbozaba una sonrisa interior – con esto se han acabado definitivamente los recursos...

-Señor secretario, dijo ahora en voz alta mientras se dirigía a otro empleado, ya puede pasarme la firma de hoy, que tengo que ir Barcelona y no quiero salir más allá de las diez.

El automóvil del juez, serpenteaba a la luz de los relámpagos, por la estrecha carretera de montaña, ciñéndose a las curvas, que siguiendo el perfil de la serranía, se dibujaban entre barrancos de escarpados taludes y centenares de metros de desnivel.

Sin duda alguna, no había sido una buena idea, ponerse en camino en una noche como aquella, pero le urgía estar a primeras horas en la ciudad condal y - de cualquier manera - ahora ya, casi a medio camino y por aquella carretera secundaria, solo podía continuar.

La tormenta arreciaba, y la lluvia se tornaba cada vez más intensa. Con dificultad se podía eliminar el agua en los cristales del vehículo y la visión quedaba reducida a unos pocos metros, excepto cuando la cegadora luz de los relámpagos, iluminaba la montaña entera.

Con los cinco sentidos en la conducción, se aprestó a reducir la velocidad para tomar una curva más pronunciada de lo normal, pues en ella se invertía el sentido de la carretera, al cortarse esta por una escarpadura de la sierra.

Al intentarlo, advirtió de improviso que algo se lo impedía. De soslayo, miró al asiento del copiloto y lo que vio heló la sangre en sus venas, mientras un profundo terror se apoderaba de su ánimo.

Sentado en él, con el semblante como la cera, estaba Juan. Vestía las mismas ropas que cuando lo vio por última vez, mientras una de sus manos - fría como el hielo - le asía fuertemente del brazo impidiéndole moverse, y sus ojos que brillaban en la oscuridad del habitáculo como carbones ardientes, parecían traspasarle el alma.

Con voz gutural, como si las palabras saliesen de su garganta, el espectro exclamó dirigiéndose al paralizado magistrado.

-Te he hecho caso y he recurrido… He recurrido a Satanás, con quien ahora estoy y este ha sido su veredicto... mira… y con inusitada fuerza, giró el volante hacia el abismo y tras romper la valla protectora, el automóvil se precipitó al vació en un barranco cuyo fondo solo era negrura.

            Semanas más tarde y luego de una infructuosa búsqueda, unos excursionistas descubrieron el coche destrozado en el fondo de la sima, en cuyo interior yacía el cadáver del magistrado que fue izado – no sin dificultades – con los restos del deshecho vehículo.

En la conclusión final del atestado, que con motivo del accidente se tramitó, se atribuyó lo sucedido a la desmesurada altura desde la que cayó y al brutal impacto posterior y nada anormal se advertía en su redacción, salvo si se leían párrafos entresacados del mismo.

Los peritos, no habían sabido explicar, como pudo producirse el giro del volante en la dirección contraria al de la marcha, descartando – sin embargo –un bloqueo de este pues no estaba trabado, acabando por atribuir la extraña maniobra, a un descuido del conductor por causa de la tormenta.

Por su parte el forense, advirtió – sin poder dar tampoco explicación plausible sobre ello - unas marcas azuladas, en los antebrazos del cadáver como si estos hubiesen sufrido, antes de morir, la presión mantenida de una fuerza sobrehumana...

Dicen los lugareños, que cuando alguna vez los cazadores yendo tras una pieza se acercan a la sima donde cayó el vehículo, los perros se niegan a entrar en ella y permanecen en sus bordes lanzando aullidos mientras se agitan enloquecidos…


J.M. Hidalgo (Cuentos)



No hay comentarios:

Publicar un comentario