Tal día como hoy 3 de septiembre de 1783, representantes de la corona británica y de las Trece colonias norteamericanas, se reunieron en la capital francesa para negociar la paz.
Toda guerra llega a su fin en un momento u otro. El agotamiento de recursos y hombres, las incontables pérdidas y la destrucción del hogar convertido en campo de batalla hacen que todos los bandos beligerantes, incluso aquellos que están ganando, acaben hartos del conflicto y deseen ponerle fin pronto.
Llega entonces el momento de los vencedores y los vencidos, las demandas de los victoriosos y la resignación de aquellos que han sido derrotados. En el caso de la Guerra de la Independencia de Estados Unidos, ese momento clave llegó con la firma del Tratado de París el 3 de septiembre de 1783.
Desde 1776, las llamadas Trece colonias se habían rebelado contra el rey Jorge III con el objetivo de independizarse y fundar una nación soberana propia. Encabezados por George Washington, los ejércitos continentales se enfrentaron a los casacas rojas por todo el este de Norteamérica hasta 1781, cuando Lord Cornwallis fue derrotado en Yorktown.
La ayuda recibida por Francia, España y los Países Bajos y el empleo de técnicas guerrilleras, además del cada vez mayor apoyo de la población civil, hicieron que las tropas británicas se vieran en verdaderos apuros y tuvieran que retirarse.
El conflicto podría haberse prolongado mucho más, pues el poderío en ultramar de los ingleses les habría permitido recuperarse y volver al Nuevo Mundo para retomar la lucha. Sin embargo, se decidió que había llegado el momento de firmar una paz que diera por terminada la contienda.
En París, David Hartley como representante de Jorge III y John Adams, Benjamin Franklin y John Jay como parte del gobierno estadounidense, firmaron por la independencia y el nacimiento de los Estados Unidos de Norteamérica y acordaron una cierta reconciliación en la que los prisioneros de guerra serían liberados y los daños causados resarcidos.
España, Francia y Países Bajos recibieron, por ayudar al bando vencedor, numerosas concesiones en sus colonias a costa del Imperio Británico y fueron las grandes beneficiarias de los acuerdos.
Mediante este tratado: Se reconocía la independencia de las Trece Colonias como los Estados Unidos de América y otorgó a la nueva nación todo el territorio al norte de Florida, al sur del Canadá y al este del río Misisipi. El paralelo 31° se fijaba como frontera sur entre el Misisipi y el río Apalachicola. Gran Bretaña renunció, asimismo al valle del río Ohio y dio a Estados Unidos plenos derechos sobre la explotación pesquera de Terranova,
El reconocimiento de las deudas contratadas legítimas debían pagarse a los acreedores de ambas partes. Los Estados Unidos prevendrían futuras confiscaciones de las propiedades de los «leales» —colonos británicos que permanecieron leales a la corona británica durante la revolución american.
Los prisioneros de guerra de ambos bandos debían ser liberados y Gran Bretaña y los Estados Unidos tendrían libre acceso al río Misisipi. Los británicos firmaron también el mismo día acuerdos por separado con España, Francia y con los Países Bajos el 20 de mayo de 1784, que ya habían sido negociados con anterioridad:
España mantenía los territorios recuperados de Menorca y Florida Oriental y recibía la Occidental el 12 de julio de 1784. Por otro lado recuperaba las costas de Nicaragua, Honduras y Campeche, acuerdo implementado mediante la Convención de Londres de 1786.
Se reconocía la soberanía española sobre la colonia de Providencia y la inglesa sobre Bahamas. Sin embargo, Gran Bretaña conservaba la estratégica posición de Gibraltar —Londres se mostró inflexible, ya que el control del Mediterráneo era impracticable sin la fortaleza del Peñón—.
Francia recibía San Pedro y Miquelón, Santa Lucía (ocupada por los británicos el 28 de diciembre de 1778) y Tobago. Además, se le otorgaba el derecho de pesca en Terranova. También recuperaba Puducherry, India francesa (ocupada por los británicos el 19 de octubre de 1778) y las plazas del río Senegal en África.
Los Países Bajos recibían Sumatra - salvo Bengkulu que quedó en poder británico - y recuperaban Trincomalee, Ceilán neerlandés estando obligados a entregar Negapatnam - en la India- al Reino Unido y a reconocer a los ingleses el derecho de navegar libremente por el océano Índico.
Gran Bretaña reconocía la independencia de los Estados Unidos y le cedía los territorios situados entre los Apalaches y el Misisipi. Las regiones de Canadá siguieron siendo un dominio de la Corona, a pesar de los intentos estadounidenses por exportar su revolución a esos territorios.
La firma del Tratado de París acalló temporalmente el resonar de los cañones y tuvo enormes consecuencias para la historia inmediata y futura. Con él, nacía la nación que acabaría por ser una de las más poderosas de la historia, además de plantarse la semilla que desembocaría en la independencia de todas las colonias y la decadencia de las metrópolis europeas.
La tinta sobre ese papel escribiría la historia del mundo durante el siguiente siglo.
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