Tal día como hoy 15 de septiembre de 1959 el líder de la URSS Nikita Jruschov aterrizaba en Estados Unidos, en plena Guerra Fría, para disfrutar de la primera visita del más alto cargo de la Unión Soviética en suelo norteamericano.
La situación había cambiado mucho en la vieja URSS desde la muerte de Iósif Stalin en 1953. Con el hombre de acero metido en una caja de pino, la cúpula del PCUS se vio liberada y con ganas de hablar de quien hasta entonces había sido su jefe.
Con Jruschov en el cargo, se vivió un ligero relajamiento de la estricta disciplina soviética y un amago de deshielo en sus relaciones con los Estados Unidos. Jruschov prometía mayores libertades mientras reprimía los levantamientos de Hungría de 1956 y ofrecía la mano a los estadounidenses mientras amenazaba con conquistar y borrar del mapa a Alemania Occidental.
Aunque ni unos ni otros parecían tener muchas ganas de encontrarse, la visita quedó programada como gesto de buena voluntad entre ambas potencias y regaló al mundo uno de los momentos más surrealistas de la Guerra Fría.
El viaje, que duró dos semanas, llevaría al siempre sonriente Jruschov a Washington, Nueva York, Los Ángeles, San Francisco, Iowa o Camp David; le permitiría hablar delante de la Asamblea de las Naciones Unidas y conocer a las estrellas del momento como Shirley MacLaine, Elizabeth Taylor, Gary Cooper, Kirk Douglas, Judy Garland o Marilyn Monroe, a la cual le tiró los tejos descaradamente.
La verdad es que Kruschev no era un tipo muy diplomático. Retador, socarrón, incapaz de no exteriorizar su malestar durante los discursos de sus anfitriones con desagradables aspavientos, sus grandes risotadas le caracterizaban tanto como sus descomunales enfados. El mejor momento del viaje tuvo lugar en el Café París, en pleno Hollywood, rodeado de las superestrellas de la meca del cine: Shirley MacLaine, Tony Curtis, Janet Leigh, Elizabeth Taylor, Judy Garland, Gary Cooper, Kim Novak, Kirk Douglas, Charlton Heston...
Y una Marilyn Monroe descocadísima y entusiasmada por conocer al soviético. No duró el encantamiento. Si bien al principio la actriz aseguró que Kruschev la había mirado "como un hombre mira a una mujer", al volver a casa se sinceró con su asistenta personal: "Es gordo y feo, tiene verrugas en la cara y además en vez de hablar, ladra. Dime a quién le gustaría ser comunista con un presidente como ese..."
También hubo tiempo de descubrir las maravillas de ese “mundo libre” contra el que peleaba, comer perritos calientes, discutir con el entonces vicepresidente Richard Nixon, pelearse con periodistas que le acusaban de opresor y enfadarse mucho - pero mucho - porque no pudo visitar Disneylandia.
La imagen que quedó en la memoria de los estadounidenses, muchos de los cuales se habían mostrado en contra de recibir al líder de la URSS , fue la de un pobre bufón que solo pensaba en comer, beber, ligar con chicas y pasarlo bien. Y conocer a Mickey Mouse y el Pato Donald.
Aquella estrafalaria visita fue tan divertida que, al día siguiente de que el enemigo comunista -que podía desatar la destrucción mutua asegurada en cualquier momento-, despegara rumbo a Moscú, un columnista estadounidense se lamentaba: "Sin Kruschev la vida en América será tan triste como un granero sin trigo, la televisión sin boxeo o una trompeta sin Louis Armstrong".
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