miércoles, 23 de septiembre de 2020

La efímera República Social Italiana

 

Tal día como hoy 23 de septiembre de 1943 en Saló -provincia de Brescia, en Lombardía-, Benito Mussolini forma el primer Gobierno de la República Social Italiana.

La decisión de Mussolini de participar en la tSegunda Guerra Mundial junto al Tercer Reich no había reportado a Italia más que sinsabores y derrotas. A mediados de 1943 el “Impero” ya había desaparecido, y la enseña británica había sustituido a la bandera real en Addis Abeba y Trípoli. Tras la caída de Túnez, Italia se hallaba ya en el radio de acción de los aviones aliados, que actuaban con casi total impunidad.

El régimen padecía una profunda crisis de credibilidad. A pesar de su retórica, y de las recurrentes concentraciones de afirmación patriótica, una gran parte de la población había perdido la fe en la victoria, y maldecía la guerra en si­lencio. La inestabilidad se acentuó en julio, cuando los aliados desembarcaron en Sicilia sin encontrar una excesiva resistencia.

A petición de importantes personalidades del régimen, Mussolini había accedido a que se reuniera el Gran Consejo Fascista para evaluar la situación política y militar y buscar soluciones a la creciente desazón. Allí, diversos jerarcas del fascismo votaron la destitución del dictador y el retorno al sistema anterior, en que el monarca adquiría un papel determinante.

Esa misma tarde, el Duce tenía una cita con el monarca en Villa Ada. No sospechaba nada. O al menos eso parecía. La villa estaba rodeada de carabinieri, pero Mussolini aparecía completamente despreocupado. El rey lo recibió vestido con el uniforme de mariscal, y a continuación tuvo lugar una conversación privada.

Víctor Manuel III comunicó a Mussolini de que Badoglio, quien con­taba con la confianza del Ejército y de la policía, era la persona idónea para sustituirle. A los veinte minutos, la conversa­ción podía darse por concluida. Mussolini no había aún comenzado a dirigirse a su automóvil cuando se le acercó un capitán de los carabinieri, que, con la excusa de que tenía órde­nes de protegerlo, lo introdujo, por la puerta trasera de una ambulancia, acompañado por va­rios guardias armados. Ni por un momento el político advirtió que estaba siendo arrestado.

Fue entonces cuando comenzó el rocambolesco deambular del dictador que terminó en el Gran Sasso, con órdnes para sus guardianes de acabar con su vida si los alemanes intentaban liberarlo.

Ante esta situación, el Führer puso en marcha tres planes ya elaborados. Los alemanes preveían la inmediata ocupación de la península italiana, la liberación del Duce y la reimplantación del régimen fascista con los elementos aún fieles.

El continuo cambio de ubicación y el férreo secretismo de sus guardianes hicieron que el paradero de Mussolini se convirtiera en un insondable misterio para casi todos, incluso para los alemanes. Por fin, los hombres del capitán de las SS Otto Skorzeny, encargado por Hitler de su búsqueda y seguri­dad, lo localizarían en el Gran Sasso. En septiembre tuvo lugar la arriesgadísima operación de liberación de Mussolini ejecutada por paracaidistas alemanes.

Pocos dias despues, Mussolini denunciaba, a través de las ondas de Radio Múnich, al rey desleal y anunciaba el estable­cimiento de un nuevo estado, republicano, nacional, social y fascista, que continuaría la gue­rra y juzgaría a los “traidores de julio”. Había nacido la Repú­blica Social Italiana.

Pero los secto­res más radicales del fascismo, pronto se hicieron con el control, saldando cuentas con quienes les habían traicionado. A partir de entonces, Mussolini, supeditado a la política alemana, se instalaba en Gargnano, cerca de Salò, de donde la República tomaría su nombre popular.

Pero, poco a poco, al compás de las de­rrotas alemanas, el territorio de la República Social iría menguando. A mediados de abril de 1945, con los soviéticos a las puertas de Berlín y la mayor par­te de Italia en manos de los aliados, la guerra en Europa consumía sus últimos y dramáticos días.

A los miembros del Gran Consejo Fascista que habían votado a favor de la destitución se les consideró traidores. Algunos, como Galeazzo Ciano, fueron condenados a muerte y ejecutados. Mussolini fue fusilado junto con su amante y otros fascistas, y sus cuerpos colgados en una plaza de Milán.





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