Tal día como hoy, 22 de septiembre de 1980, después de una serie de disputas fronterizas entre Irán e Irak, el presidente iraquí, Saddam Hussein, lanza una invasión de la provincia petrolera de Khuzestan, productora de petróleo de Irán.
El imperio del sah había caído fruto de una revolución encabezada por el carismático ayatolá Jomeini , que se adueñó del poder. Aparentemente, el nuevo régimen no podía controlar el descontento en las calles -las huelgas y reivindicaciones de los trabajadores eran frecuentes-, y cada vez más voces en el ejército lamentaban la pérdida de protagonismo de las Fuerzas Armadas.
Luego vino la crisis de los rehenes de la embajada de Estados Unidos en Teherán, y la tensión internacional aumentó hasta un nivel alarmante. En ese contexto, Sadam Husein, el dictador del vecino Irak, vio su oportunidad de aprovecharse de la debilidad del sistema de su eterno rival.
Irak e Irán mantenían una vieja disputa por la soberanía de unas pequeñas islas en el golfo Pérsico y de una franja de 200 km2 en el sudoeste iraní. En 1971, el contencioso se había agravado al ocupar el ejército del sah, muy superior al de Sadam, dos de aquellas islas. Cuatro años después, los dos gobiernos firmaron un acuerdo que ponía fin al conflicto Irak no estaba conforme con lo rubricado, pero no había tenido margen de maniobra, dada la presión ejercida por los muchos apoyos internacionales con que contaba el sah.
Sadam Husein esperaba el momento de resarcirse de la afrenta. Este llegó el 22 de septiembre de 1980, en plena convulsión de la revolución iraní y con las fuerzas armadas del país desconcertadas ante el relevo de muchos de sus mandos y el cese de los suministros de armas y repuestos norteamericanos.
Aprovechando el argumento de un inicidente en el estrecho de Shatt al-Arab, al que nadie, excepto Bagdad, concedía importancia, seis divisiones iraquíes, precedidas de un intenso ataque aéreo, invadieron Irán por su frontera sur y lograron importantes avances en el interior de su territorio. La respuesta iraní no se hizo esperar.
Lejos de reflejar sus disensiones y problemas, los militares respondieron con indudable patriotismo y consiguieron hacer retroceder a los iraquíes en pocas semanas. Los combates se mantuvieron con altibajos a lo largo de ocho años sin que se vislumbrase un resultado determinante.
Las grandes potencias y los países próximos se declararon neutrales, aunque algunos, como Francia, Arabia Saudí y Estados Unidos, ayudaron en secreto a Irak con material. Más tarde se supo que la administración Reagan también había facilitado suministros a las fuerzas armadas de Jomeini, a cambio de ayuda para liberar rehenes en Líbano.
El final de la contienda, que acabaría en tablas, llegó después de arduas negociaciones en Ginebra propiciadas por la ONU. El acuerdo de cese de las hostilidades se aceptó el 20 de julio de 1988. Habían pasado ocho años. El conflicto entre Irán e Irak fue una larga guerra de desgaste para los dos países.
Se saldó con el triste y dramático resultado de 200.000 muertos en cada bando, entre ellos muchos civiles, y unas pérdidas económicas incalculables.
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