Cuando leí la noticia, me asaltaron dos sentimientos en forma consecutiva, el primero de ellos fue el pensar si estábamos ya a veintiocho de diciembre y era una inocentada del periódico, y el segundo – una vez comprobado que no era tal - el alegrarme infinito de haber dejado de ejercer mi primera profesión, que fue la de maestro, porque a lo que veo en ella pintan cada día más los bastos ...
Por lo que parece, en un Instituto de una localidad de mi tierra andaluza, un alumno - que profesa la religión musulmán - ha denunciado hace unos días a su maestro, porque este durante una exposición en clase de geografía habló de los jamones de Trevelez, y eso ofendió en gran manera la sensibilidad del discente, ya que el cerdo – de donde provienen tales ancas - es un animal impuro para él.
Así que una vez hubo comentado el asunto con sus padres, compareció con ellos en la Comisaría de Policía, al objeto de plantear la correspondiente denuncia por tales dichos, que le fue admitida...
¡Como ha debido cambiar en estos años la docencia...! Pues no se me antoja, como podría ahora mi viejo y ya hace tiempo jubilado profesor de geografía económica, explicar – como entonces lo hacía - la riqueza que representaban las industrias cárnicas porcinas de nuestro país, como fuentes de divisas para el erario público, y no quiero ni pensar si estos jamones fuesen además de “pata negra”, porque entonces tendría otro problema añadido, al verse forzado a usar en su explicación connotaciones sobre el color del pernil, que indudablemente se le habría atribuido de inmediato un sentido inequívocamente racista.
O quizás como podría referirse, también por idéntico motivo, a la industria de los vinos de Montilla, Rioja, o el Penedés - por citar tan solo algunos – todos ellos expresamente prohibidos por la religión musulmana.
Algo no obstante hay en la noticia que se me escapa, porque en una parte de ella se dice que el profesor está imputado por un delito de “malos tratos de obra”, y las obras – que yo sepa - no se hacen precisamente con palabras...
Despistes de prensa aparte, por lo que he leído el docente no es ningún novato, ya que lleva veinte años dedicado a dar clases y - al parecer- sin haber tenido nunca problemas en ellas, seguramente porque el buen hombre entendió que la religión – para los que les gustan esas cosas – se enseña y se practica en las mezquitas, en las iglesias, en las sinagogas, o en los templos de la confesión que sea, pero de ninguna manera en las aulas docentes, en donde se entiende que existe un derecho reconocido en la Constitución que se llama la libertad de cátedra y en general de enseñanza.
A lo mejor, es que él se había creído eso que ahora se dice de que es “autoridad pública” durante el tiempo de su ejercicio, aunque estoy persuadido de que a partir de este momento, seguro que aprende cual es su real posición en el aula...
En resumen, que ya estoy deseando saber en que acaba todo este asunto, porque el tema ha pasado a la Autoridad Judicial, que es la que aquí ha de decir la última palabra...
Por eso, mientras esto sucede - y para amenizar la espera que me temo sea larga - con tu permiso amigo lector - me voy a preparar un bocadillo de buen jamón serrano cortado a lonchas finas - obsequio de una buena amiga - dentro de dos rebanadas de pan con tomate, y para pasar el mal trago que su ingesta supone, lo pienso acompañar con un vaso de vino Ribera del Duero cosecha del dos mil dieciseis, que tiene un tomar de muerte.
Espero que a cuenta de esto último que aquí digo, no me hagan ir a prestar declaración. Aunque visto como está últimamente el patio, tampoco me extrañaría mucho eso.
J. M. Hidalgo (Comentario ante una noticia)