martes, 31 de mayo de 2016

Gente Singular (Juanillo "retama")

JUANILLO “RETAMA”

Esta historia, hace ya tiempo me la contaron, y tal y como en su día conmigo lo hicieron - a mi vez - la cuento.

Nuestro personaje, cuya vivencia aconteció por los años ochenta del pasado siglo, y que aún creo que sigue vivo, es un dechado de virtudes, digno de figurar como modelo en cualquier enciclopedia de las buenas costumbres. De una parte, siente una aversión innata, hacia todo lo que suponga doblar el espinazo para ganar el condumio, porque desde siempre consideró – como buen cristiano – el trabajo como castigo divino, al que hay que procurar sustraerse.

Completa nuestro hombre su código de conducta, con su afición más que notable a las bebidas alcohólicas – por lo general vino, aunque no hace ascos a ninguna otra – y al tabaco, en donde tampoco se muestra en forma alguna racista, ya que gusta tanto de los negros como los rubios, así como de los vegueros, si es que alguna vez se tercian.

Al objeto de poder costear sus vicios, sin por otra parte verse arrastrado a caer en el castigo divino de la brega, nuestro personaje se dedica – aunque en pequeñas cantidades - al arte de la sisa y la ratería, de modo que sus fechorías no son tan graves para preocupar a las fuerzas el orden con su persecución, pero si lo suficientes, para que los propietarios que sufren sus constantes rapiñas, sientan en más de una ocasión el imperioso deseo de asesinar a Juanillo, que hora aquí, hora allá, no hay día en que no distraiga alguna cosa de las propiedades de los demás.

La misma falta de vergüenza, que nuestro personaje evidencia en sus relaciones con sus paisanos, es compensada por un vivo ingenio, que en más de una ocasión le ha salvado de las iras de algún cosechero, que ante su  jocosa respuesta, echa a risa el suceso.

Estaba un día afanándose en coger de un olivar, un par de talegas de aceitunas con la intención de venderlas, que es de lo fundamentalmente vive. No era la primera vez que lo hacía en aquella finca, y cuando ya estaba a punto de concluir la faena, apareció el dueño de la heredad, que un poco escamado por la reiteración de “Retama” en sus hurtos se dirigió hacia él diciéndole.

-.Mira Juan, ya estoy más que harto de que me quites las aceitunas un año y otro, de esta vez no va a pasar, que llevemos esas bolsas al cuartelillo de la Guardia Civil.


Nuestro hombre suspendiendo por un momento lo que hacía, pero sin azararse lo más mínimo preguntó.-“Ah, pero ¿es que en el cuartelillo las pagan más caras...”?
Pero si problemas tenía Juanillo en las fincas, no menos tenía en las tabernas, en cuyo lugar solía pasar el resto del tiempo que no estaba afanando algo, y donde, como nunca andaba sobrado de dinero, los taberneros le pedían siempre los cuartos por adelantado, ya que – de no hacerlo así - lo normal era que pagase un día si, y cuatro no.

Estaba una tarde en la barra de una taberna, sin una peseta en el bolsillo, y se dirigió al cantinero pidiéndole una cerveza. El dueño del local, tras mirar de arriba abajo a “Retama”, y en muy mal tono le espetó, para que todos le oyeran.- “No te pongo ni una más, hasta que no me pagues las que me debes, que por cierto son bastantes.”.

Juanillo, sin amilanarse y en el mismo tono e intención de que fuese también oído por todos, le contestó.- “Pues te digo una cosa, “pa” que te enteres, que no te debo más porque eres “mu esaborio” – y con toda dignidad salió del establecimiento, como si el culpable del impago fuese el tabernero.
 
Pero, no son solo taberneros y propietarios de finca, las víctimas de “Retama”, sino que es su familia, por lógica proximidad al personaje, la que sufre con mayor  frecuencia la actividad depredadora del sujeto.

En una ocasión estaba – como de ordinario – solicitando de su progenitora, dinero para financiar sus diarias excursiones al bar, usando para ello de excusas ya miles de veces utilizadas. Ante la rotunda negativa de esta, “Retama” acudió a un expediente que le había dado buenos resultados en otras ocasiones.

-.Madre, si no me das el dinero que te pido, busco un olivo y me “ajorco”.

Su madre, que ya conocía de sobras las tretas del personaje, agotada tiempo atrás su paciencia,  sin inmutarse le contestó.

-.Óyeme hijo ¿y porque no lo buscas ya de una vez, y me dejas tranquila para siempre?

Juanillo, viendo su estrategia derrumbarse, concluyó.
-.Pero madre… ¿es que vas tú a hacerle caso a lo que diga un borracho...?

Se hallaba en otra ocasión en un bar, a altas horas de la madrugada, después de haber trasegado varias botellas de caldos, y como consecuencia de la cogorza, le dio por cantar a grandes voces y molestar - de forma reiterada - al resto de clientela del establecimiento.

Cansado de aguantarle, el dueño se dirigió a nuestro hombre y le dijo “Oye Juan, si sigues cantando así, no voy a tener más remedio que llamar a los municipales” - a lo que nuestro personaje pese a la borrachera atinó a contestar “¿Es que los municipales cantan acaso mejor que yo?”

Era un día de invierno, y marchaba Juanillo cargado con un saco de limones que acababa de distraer de una finca cercana, cuando en un recodo de la carretera, se encontró de frente con la pareja de la Guardia Civil. ¿Son tuyos esos limones? – preguntó el sargento, una vez inspeccionada la carga- “Míos y de usted mi sargento, si los precisa...” contestó como una centella “Retama”.

El agente, entre bromas y veras, y sabiendo de sobra que la mercancía era de seguro robada, le espetó ¿Tu sabes que intentar comprar a un agente de la Guardia Civil es un delito? A lo que nuestro personaje, sin dudar ni un instante argumentó -¿Comprar...?, ¿Quién ha dicho aquí de comprar a nadie...? Lo mío siempre ha sido vender, pero para venderles a ustedes lo tendría difícil, porque no creo que encontrara comprador...”

Como el suceso se supo por boca del agente del orden, este lo acabó aquí, pero conociendo la idiosincrasia y formas de hacer de la época - aún nuestra democracia era menor de edad - es más que seguro que el pillastre de “Retama”, se encontrase aquella tarde con algún que otro sopapo del sargento, con la suficiente enjundia, para cubrir a la vez, tanto el hurto de los limones, como la tentativa de venta de la Benemérita.


J.M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)

El periodo del terror en la Revolución Francesa

Tal día como hoy, 31 de mayo 1793 durante la Revolución Francesa, comienza el reinado del "Terror" al declarar los extremistas de la Convención fuera de la ley a los girondinos o moderados, que duró hasta el derrocamiento de Robespierre el 27 de julio de 1794, el cual al día siguiente será guillotinado.

El Terror -la Terreur - es un periodo de cambios centrados en la violencia revolucionaria, ha generado numerosos debates, pues según algunos historiadores, esta caracterizado por la brutal represión de los revolucionarios mediante el recurso al “terrorismo de Estado”, mientras que, para otros, el terror  aunque segó la vida de muchos inocentes, también acabó con numerosos complots de reaccionarios en París y otras partes de Francia, con lo que, para algunos, se habría justificado en parte.

Habitualmente, el término se generaliza para dos etapas: el “Terror Rojo”, en el que fueron los jacobinos al mando de Robespierrre sus instigadores y ejecutores, y el inmediatamente posterior “Terror Blanco”, desarrollado durante la reacción termidoriana de restablecimiento de la monarquia.

El Terror empezó el 5 de septiembre de 1793, cuando la Convención votó en favor de tales medidas para reprimir las actividades contrarrevolucionarias y, sólo en el mes anterior a que scabase, hubo 1300 ejecuciones, aunque la mayor parte de estas últimas fueron precisamente de los jacobinos y sus seguidores.

El “Comité de Salvación pública” -encargado de llevar acabo dicha política - era un cuerpo colegiado de diez o doce integrantes, según las épocas, encabezado por Maximiliano Robespierre.

El “Terror jacobino” terminó al ganar los franceses la decisiva Batalla de Fleurus, contra el ejército austríaco en junio de 1794, con lo que quedaba anulada la posibilidad de una invasión, y se reducían por lo tanto las justificaciones de un régimen extremista, pero aunque esta victoria fuese un factor determinante en la caída del Comité de Salvación Pública, ésta se debió sin embargo a otros factores.

Por un lado los diputados “del Pantano” , de tendencia más concervadora, de acuerdo con la alta burguesía, reprochaban al gobierno la política económica dirigida que había impulsado el estado de guerra, y propugnaban una vuelta a una política económica de corte liberal.

Por otro lado, el “Comité de Seguridad de la república” veía con malos ojos la preponderancia del Comité de Salvación Pública revolucionario, cuyos poderes se solapaban con los suyos y por eso varios miembros de esta Convención, conspiraron contra Robespierre y lo arrestaron el 27 de julio junto con Saint-Just, Couthon y varios seguidores.

El guillotinamiento de Robespierre el  día 28 y de sus asociados, marcó el fin del Terror y el inicio de la Reacción de Termidor. Robespierre fue ejecutado de manera expedita como muchos cientos de personas, incluso sin proceso, víctima de la conjuración de disputados girondinos y otras personas que clamaban venganza por las muertes de los “moderados” del grupo de Danton, todos los cuales habían sido eliminados por Robespierre.

Años después, se reproduciría otra vez una nueva época de represión, que con el nombre de “Terror Blanco” se instauraría en 1815 tras el retorno del Rey Luis XVIII al poder para eliminar a  gente sospechosa de nexos con los gobiernos de la Revolución o partidarios de Napoleón, los cuales fueron arrestados y ejecutados.

De una u otra forma, “el terror” volvió a producirse en este convulso periodo de la Historia de Francia.

lunes, 30 de mayo de 2016

Juanico

 

En casi todos los pueblos existe, o ha existido en alguna ocasión, alguien como Juanico.

Era huérfano de padre y madre, no demasiado inteligente, de entre diecinueve y veintidós años de edad - él no tuvo nunca demasiado claro ese dato - y vivía en una casucha abandonada de las afueras de la población, sustentándose con el producto que obtenía por los trabajos que - hora aquí, hora allá - le encargaban los vecinos de lugar, por  poco más que la comida.

Juanico, les pertenecía un poco a todos, aunque nadie se ocupara jamás de él. Era fácil verle vagar por las calles del pueblo a cualquier hora del día o de la noche, vistiendo unas ropas casi siempre inadecuadas para la estación del año en que se estuviese.

Podía llevar pantalones de invierno en verano o a la inversa, dependiendo siempre de lo que la gente le hubiese dado, pero fuese cual fuese su atuendo, este presentaba siempre una constante, iba remendado en una o varias de sus partes con trozos de tela de los más diversos colores, lo que le daba siempre un inconfundible y pintoresco aspecto.

No obstante, Juanico, pese a su soledad, su desamparo y su miseria, igual que un perro sin amo, se acercaba a todos con una sonrisa en sus labios, como si fuese la persona más feliz del mundo, sonrisa que a veces se trocaba en carcajada delirante y contagiosa para los que le oían.

Yo no me atrevería a decir que Juanico era tonto, o por lo menos no era tonto en el sentido literal de la palabra. Más bien creo que era un pobre de espíritu, un débil de carácter o cuando más, un tonto inducido, ese tonto que cada pueblo construye a su medida y que no es, en el fondo sino la suma de las frustraciones de todos los habitantes del lugar, que se consuelan de su propia miseria y pequeñez viendo a alguien al que creen más miserable y pequeño que ellos.

No, Juanico no era tonto, porque a veces tenía rasgos de auténtica genialidad, como el que aquí glosamos.

Cierto día, que como siempre andaba de la plaza de arriba a la de abajo, con las manos en los bolsillos buscando algo que hacer, o a alguien con quien hablar, descubrió abandonada sobre los adoquines de la calle, una reluciente moneda de plata de los denominados “duros amadeos”, por haber sido la efigie del rey Amadeo I  de Saboya la que figuraba en su primera acuñación.

Juanico, que casi nunca en su vida había tenido ni una peseta, recogió la moneda, y tras guardarla cuidadosamente en su bolsillo, comenzó a cavilar sobre lo que haría con tanto dinero.

Calle abajo, se hallaba la confitería del pueblo, con su escaparate lleno a rebosar de tartas, dulces y golosinas y pegado al cristal, como en otras ocasiones, se quedó Juanico, aunque esta vez a diferencia de lo que hacía siempre, realizando planes, sobre cuantos dulces podría tomar con el capital que tenía.

Habían pasado ya más de quince minutos, de idas y venidas frente al cristal, y de pararse a mirar delante de la puerta de la tienda y Juanico no acababa de decidirse, pues aunque los dulces le atraían, rondaban por su cabeza otras intenciones sobre a que dedicar su fortuna, y a pesar de que el olorcillo del horno le embriagaba y le mantenía prendido al lugar como sujeto por un hilo invisible, seguía dudando si entrar o no.

El confitero, que como todos conocía a Juanico, viéndole pasar y repasar la calle una y otra vez, se asomó a la puerta del establecimiento, y con ánimo de burlarse del infeliz le dijo:

-Juanico, ¿sabes una cosa...? el olor también se paga.
   
Nuestro hombre, se quedó mirando fijamente al tendero, que desde el quicio de la puerta le observaba con una burlona sonrisa, y tras unos instantes de duda, arrojó al suelo la moneda de plata que llevaba, que tras rebotar sobre el empedrado con un ruido metálico, volvió a sus manos, y sujetándola de nuevo con fuerza, le contestó:

- Pues cóbrate con el sonio.

Y después de esto, introdujo sus manos en los remendados pantalones, y lanzando una estridente carcajada, echó a correr calle abajo, dejando a la vez perplejo y desconcertado al pastelero.

J.M. Hidalgo  (Historias de Gente Singular)

El desastre de Uclés

Tal día como hoy 30 de mayo de 1108 las tropas cristianas de Alfonso VI son derrotadas en la batalla de Uclés -Cuenca- por los almorávides, dirigidos por Yusuf ibn Tasufin.

No hay unanimidad entre los diversos cronistas sobre el desarrollo de la batalla, por lo que es difícil su reconstrucción y nos hablan de cuáles fueron los principales capitanes del ejército castellano-leonés y la distribución parece que fue la siguiente: en el centro Álvar Fáñez, en uno de los flancos el infante Sancho acompañado del conde García Ordóñez y algunos condes más, y en el otro flanco el resto de los condes.

Las tropas cristianas atacaron, con su caballería pesada, y provocaron gran número de bajas por lo que los soldados cordobeses retrocedieron y mientras tanto, los almorávides, con su caballería ligera realizaron un movimiento envolvente sobre las tropas castellanas que, de pronto, se encontraron con su campamento tomado y atacadas por los cuatro costados.

El desorden reinó en las filas cristianas sin tiempo para defenderse por todos los frentes, e incapaces de improvisar un plan de emergencia se provocó la huida de una tropa auxiliar de judíos, por lo que  los esfuerzos se centraron en salvar al hijo del rey.

Las tropas de Alfonso VI hubieron de emplearse a fondo para lograr sacar al infante de la batalla, lo que se retrasó la huida y aumentó el número de los que tuvieron que morir para proteger la retirada.

Los musulmanes persiguieron a los que escapaban y los alcanzaron a causa del lento cabalgar del infante Sancho, que debía estar herido o magullado, así como que los cristianos utilizaron caballería pesada, torpe en las maniobras y en la huida, mientras que los almorávides emplearon caballería ligera, que era bien conocida y apreciada desde los tiempos de Aníbal.

El infante Sancho Alfónsez, bien porque era muy joven pues debía tener 14 años y estaba cansado o  malherido a causa de la caída del caballo, no pudo seguir el camino de los que lograron escapar hacia Toledo y buscó refugio en el castillo de Belinchón, cerca de Uclés. Pero los musulmanes de Belinchón, al conocer que el ejército almorávide estaba cerca, se sublevaron contra la escasa guarnición cristiana y mataron al infante Sancho y a los que le acompañaban.

Cuando los que lograron huir, llegaron a Toledo y se presentaron ante Alfonso VI,  desconocían que hubiera muerto y  el cuerpo del infante Sancho no se recuperó hasta después y se enterró en el monasterio de Sahagún  -León - junto a su madre.

La pérdida de la estratégica fortaleza de Uclés, la derrota de su ejército, los nobles desaparecidos y sobre todo la pérdida de su hijo supuso al rey un duro golpe del que personalmente no se repondría  y al año siguiente fallecía.

Los almorávides no hicieron prisioneros y los que no pudieron huir o quedaron heridos fueron rematados, cortando sus cabezas a cerca de tres mil, y con ellas hicieron un macabro montículo desde el que los almuédanos llamaron a la oración pregonando a  Alá, por la victoria habida.

Como principales consecuencias de la batalla el  rey Alfonso VI quedó sin un hijo varón, lo que dio lugar a que lo heredara su hija, Urraca I de León y las desavenencias de esta con su marido, el rey de Aragón Alfonso I “el Batallador”, dieron lugar a luchas internas y retrasaron la reconquista.

Los musulmanes llamaron al lugar donde se libró la batalla “Siete Puercos”  pero más tarde, el comendador de Uclés, cambió el nombre por “Siete Condes”, vocablo que ha derivado en Sicuendes, levantándose un pequeño poblado, hoy desaparecido, entre Tribaldos y Villarrubio, a unos 6 km al suroeste del castillo.

domingo, 29 de mayo de 2016

Cosas de la Navidad

 

La Navidad es, tradicionalmente, tiempo de abundancia. Incluso los más pobres echan la casa por la ventana en estas fiestas, comprando viandas, muchas veces desconocidas, de las que luego acaban - a menudo - decepcionados.

A cuenta de lo que digo, recuerdo lo que aconteció a un conocido - nuevo rico por obra y gracia de una primitiva - que no había catado jamás el caviar  y - como siempre pasa con lo que se desconoce y se juzga fantástico - lo había idealizado a tal punto, que cuando, en aquellas Navidades, adquirió varias latas del carísimo producto, su compra suscitó, una auténtica expectación, en la familia.

Al desconocer cual era el orden, en que debía tomarse en la cena, y considerarlo lo mejor de ella, se dejó para lo último, y nadie comió de otros manjares, reservándose para aquel. Y llegó por fin el gran momento.

Con solemnidad y expectación se abrieron los recipientes, y se sirvió su contenido, quedando todos, en principio, sorprendidos de su aspecto. Fue la abuela, ya medio sorda y con poca vista la que tras acercar la nariz al plato y arrugar el ceño en señal de disgusto, gritó:-¡Si eso huele a sardinas, coñe…!.

- Debe ser que está crudo - razonó la madre de familia, y sin dudarlo un instante, puso el contenido de las latas en la sartén, y tras regarlo con aceite, lo cocinó. Cupo al padre, el honor de ser el primero en tomar una cucharada del extraño mejunje resultante, llevándosela a la boca, no sin cierta prevención.

El sabor debía ser - cuando menos - extraño, a juzgar por su gesto. Realizaron luego la misma operación el resto de comensales, aunque nadie  la repitió, mientras la mesa de iba poblando de caras, entre descontentas y desilusionadas.

-¡Vuelve a sacar el pavo - dijo a su mujer el dueño de la casa - para poderse comer estas cosas, hay que tener mucha hambre…! Y sin más, se dio por conclusa la exótica aventura gastronómica.

La segunda anécdota, que a continuación narro, es mucho menos sofisticada. Me la contó un buen  amigo soriano, haciendo memoria de los tiempos en que en su tierra, no había mucho para comer, y pese a ello, en Navidad, todos los vecinos del pueblo, podían disfrutar de un manjar especial, gracias a la tradicional costumbre del “perolo”.

Venía el nombre, del caldero en donde se preparaba la vianda, consistente en frutas maduras y troceadas, hervidas luego en vino tinto de la tierra, que era facilitado generosamente gratis, por la primera institución municipal, en base al censo de cabezas de familia.

La fiesta del “perolo”, típica del día de Nochebuena, duraba toda la jornada. En primer lugar se había de ir a recoger el vino al Ayuntamiento, operación durante la cual se trasegaban directamente a los estómagos, una cantidad no desdeñable de litros.

Luego, ya eufóricos, preparaba cada uno en casa la fruta, que se había de hervir a fuego lento varias horas, en las que - naturalmente - se iba probando el cocimiento, al objeto de verificar el resultado de la operación, con lo cual, algunos, empezaban ya a tomar, a media mañana, el postre de la cena. Tras el paso por la lumbre, se había de macerar y enfriar, lo que se conseguía - en un pueblo de Soria y en Navidad - con tan solo poner el perol a la intemperie.

Cándido, nuestro personaje, recogió - como todos - su vino, preparó la fruta, y una vez condimentada y cocinada, lo puso todo en el alféizar de una ventana que daba a la calle.

Al rato, pasó por allí un grupo de mozos, ociosos por la festividad, y con ganas de juerga, que en poco más que lo que se dice, traspasaron del indefenso “perolo” a una damajuana, (1) buena parte del contenido del primero, sustituyendo lo sustraído, por agua de la fuente del pueblo, lo que dejó de inmediato la mezcla, más clara que un día de mayo.

Nadie advirtió el cambio producido en el “perolo”, hasta que terminada la cena, se dispusieron a degustarlo. -Tiene un sabor raro… dijo nuestro hombre, una vez apurado un vaso lleno hasta los bordes. Luego hicieron lo propio el resto de comensales, y todos estuvieron de acuerdo en afirmar, que aquel año el postre estaba bastante más flojo que en otras ocasiones.

Probó entonces el brebaje el tío Basilio, famoso en el pueblo, por ser el que mayor cantidad de vino podía tomar sin perder la posición vertical, que - conocedor de catas como era - afirmó categórico: -Esto está bautizado, y mientras tomaba un segundo trago remachó -Que digo bautizado, está hasta confirmado…, concluyó, vaciando en el plato el resto de su vaso.

El final de la historia fue sencillo, en principio se pensó que el vino no era bueno, lo que fue desmentido al instante por Basilio, que encargado de recogerlo aquel año, había escanciado en el trayecto, una notable cantidad, certificando - sin dudar -  su magnificencia.

Cuando ya empezaban a circular por el pueblo las primeras chanzas a cuenta del cambio, se descubrió a los culpables. Pero aunque la broma fue pesada, el espíritu de la Navidad, hizo que todo quedase en nada, al repartir los demás vecinos el contenido de sus “perolos” con la familia burlada, y tener estos así, su postre Navideño.

Pese a todo, y al final feliz de la historia, ninguna otra Navidad, puso Cándido a enfriar su “perolo”, en la ventana que daba a la calle.

(1)  Damajuana = Garrafa o botellón panzudo grande.
             
J. M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)

Las dos Batallas de Acentejo y la conquista de la isla de Tenerife.

Tal día como hoy 29 de mayo de 1494, según la historiografía canaria, se produce la Primera Batalla de Acentejo, conocida también como “La Matanza de Acentejo”.

Tuvo lugar en el barranco de este nombre - municipio homónimo en el norte de Tenerife -  durante la conquista de la isla. El hecho es considerado uno de los episodios más importantes de la historia de Canarias, por ser la principal derrota del ejército castellano durante la conquista en el siglo XV.

En 1493, todas las islas canarias estaban bajo mando castellano, a excepción de Tenerife, que seguía controlada por los guanches. Las tropas castellanas se internaron en la isla, pero aquel día encontraron una resistencia mayor de la esperada.

La batalla de Acentejo, enfrentó a los aborígenes capitaneados por el Mencey de Taoro, Bencomo con el ejército castellano, al mando del adelantado Alonso Fernández de Lugo, cuando estos últimos, confiándose al no encontrar presencia de guanches, tras apoderarse de unos animales emprendieron el camino de regreso.

Los aborígenes los vigilaba para tenderles una emboscada, lo que se produjo en el Barranco de Acentejo que presentaba una desventaja táctica para los jinetes castellanos y, al mismo tiempo, favorecía a los canarios - oriundos de la zona y conocedores del terreno - acabando la lucha con la victoria de los tinerfeños, armados de piedras y bastones, frente a un ejército tecnológicamente superior del que sobrevivieron muy pocos.

Pocos meses después, “La segunda batalla de Acentejo” que tuvo lugar en diciembre de 1494, acabó definitivamente con la resistencia guanche, anexionándose Canarias a la corona española.

sábado, 28 de mayo de 2016

Hera

 

Antes de iniciar esta historia – amigo lector – quiero pedirte perdón por hacerlo. Actúo así porque, si eres asiduo de ellas, sabrás que su pretensión es la de hacerte sonreír, por la genialidad o la chispa de los seres humanos, pero hoy – sin embargo – pretendo que reflexiones.

Cuando conocí a Hera, aún no tenía nombre. Llegó hasta mí por casualidad, como suele suceder con las cosas buenas de la vida. Era el cachorro hembra de una camada de perros pastores alemanes, que junto con su hermano, quedaban por adoptar por alguien, y que de no conseguirlo, estaban destinados al sacrificio.

Su dueño, cuando me los mostró, me avisó que – a los veinte días de vida - era muy extraño que tuviesen ya los ojos abiertos, como a ella le sucedía, pues su hermano, que estaba en la misma canastilla, los mantenía aún cerrados.

En realidad, yo solo quería un perro, que además había pedido macho, pero cuando estaba a punto de devolverla a una muerte casi cierta, Hera, apoyando sus pequeñas patitas en el borde del canasto, y con los ojos completamente abiertos, me dirigió –como reclamo o reproche - dos pequeños ladridos, y eso fue decisivo para su suerte.

A partir de ese día me convertí, junto con el resto de la familia, en padre adoptivo de los dos hermanos; biberones, limpieza, juegos, eran como dos niños que, de antemano sabías, que siempre iban a serlo.

En un año, Hera – como de seguida la bauticé – se convirtió en una hermosa perra de cerca de cincuenta kilos de peso, de la que destacaba – sobre todo- la belleza de sus ojos.

Jamás había visto, pese a los muchos animales que he tenido, un perro con los ojos azul celeste. Los ojos de Hera, además de enormes, tenían el color del cielo en verano, y cuando te miraba fijamente- y lo hacía con frecuencia- en ellos podías ver al inmenso amor que transmitían.

Como  suele suceder a las hembras de todas las especies, Hera sentirá adoración  por su casa. Siempre que iba de paseo, la salida era incierta, dubitativa, el retorno en cambio era certero, y con su enorme fuerza y envergadura, tiraba de su correa para llegar cuanto antes a su hogar, como si temiese no encontrarlo si tardaba en volver.

Recuerdo que en más de una ocasión, cuando venían extraños a casa para realizar cualquier reparación doméstica, si la actividad se desarrollaba en el jardín, nada sucedía, pero era imposible que entrasen en la vivienda de no ir acompañados, porque de pie frente a la puerta, con el lomo como un cepillo, gruñía de forma amenazadora, mientras entornaba los ojos, hasta quedar convertidos en una delgada línea horizontal.

Pero la no disimulada hostilidad, que sentía hacia los desconocidos, se trocaba en amor ciego con los que quería.

Dicen los expertos en perros, que un año en la vida de este animal, equivale a siete en la escala de los humanos. Yo estoy convencido que ella -de alguna forma- sabía eso, y por ello tenía prisa por querer, porque no se quedase dentro de sí todo el amor que albergaba.

Hera, a la que nunca se le permitió tener descendencia, ante la eventualidad de que sus cachorros no pudiesen ser adoptados y haber de pasar por el doloroso trance del sacrificio, siempre mantuvo latente su espíritu materno, y prohijó - como si suya fuese-  a una pequeña perrita, que un día encontramos abandonada, y que - años después que ella - murió de vieja en casa.

Se constituía siempre en guardiana permanente, de cualquier bebe que llegase a casa, estableciendo una vigilancia constante ante su cuna, frente a la que yacía tendida, atenta a cualquier cosa que al niño le pudiese ocurrir.

Pero los años pasan más rápidos, cuanto más se quiere a las cosas, y los quince de la vida de Hera, transcurrieron sin sentir. Un día, en una visita rutinaria al veterinario, este advirtió algo raro en las extremidades del animal, tras una batería de análisis, el diagnóstico fue contundente, padecía una grave enfermedad ósea, que dado su metabolismo, en poco tiempo le impediría moverse.

Pocos meses después, una mañana, Hera no pudo levantarse, lo intentaba y sus patas traseras carecían de fuerza para mantenerla en pie. Se intentó negar lo evidente, pero a partir de ese día, tenía que comer echada, no podía correr -que de siempre le entusiasmó- se la había de levantar para que hiciese sus necesidades fisiológicas, ya que se negaba a hacerlas tendida…

Mientras, te miraba desde el fondo de sus hermosos ojos azules, demandando una ayuda que tú no podías darle, y notabas que ella sabía, que había perdido su dignidad como ser vivo.

La negación a la realidad duró poco, dos, quizás tres semanas, en las que - pese al tratamiento- solo empeoró, había que tomar una decisión, y tras consultar con la veterinaria se optó por el sacrificio.

-.Le aseguro que no sufrirá nada
– me dijo – estas inyecciones aportan un componente que la hará dormir profundamente, sin dolor…

El drama se sustanció en pocos segundos, fueron peores sus prolegómenos, como cavar la fosa  con capacidad para contenerla bajo la yuca gigante del jardín, para que – de alguna manera – siguiera sin alejarse de nosotros.

Insistí en permanecer a su lado hasta el final, yo creo que fueron los segundos de su vida en los que le fui más necesario y mientras la facultativa preparaba el mortal remedio, acogí su amorosa cabeza entre las manos, y cerré sus ojos mientras le hablaba como lo hacía cuando era un cachorro.

Aún continuaba haciéndolo, cuando la veterinaria dijo – Ya está... ¿vé como no ha sentido nada…? Y es posible que la perra no lo hiciera, pero yo – en cambio - había vivido cada segundo de su muerte…

Ya han pasado años de aquello, la yuca bajo cuyas raíces reposa Hera, luce sus frondosos tallos de varios metros, a través de los cuales, en cierto modo ella aún continua viviendo.

Mientras, la escala humana por la que nos medimos sigue inexorable su camino, y un día, no sé cuando, un médico de personas como en caso de Hera, me dirá – o le dirá a los que me lleven hasta él – que una dolencia incurable ha hecho mella en mi, que existen tratamientos…que se puede aún mantener una cierta calidad de vida… que…

Cuando como Hera, haya perdido ya mi dignidad de ser humano, quiero que llamen a un facultativo, para que prepare su inyección letal, dotada de algo que me haga entrar en un profundo sueño y que alguien querido, coja mientras mi cabeza entre sus manos, y me hable como lo hacía mi madre, cuando yo era un niño…

J.M. Hidalgo  (Historias de Gente Singular)

El Volkswagen, automóvil mítico cuya fabricación fue ideada por Hitler

Tal día como hoy 28 de mayo de 1937 se funda en Alemania la empresa de fabricación de automóviles Volkswagen

El nombre Volkwagen, se debe a que en los años 1930 surgió el proyecto de construir un automóvil que fuese accesible para un gran número de personas y, cuando Hitler llegó al poder en 1933, decidió poner en marcha el plan de fomento de la industria del automóvil, para relanzar sus fábricas y hacerlas más competitivas frente a las inglesas y francesas, con la fabricación del denominado “automóvil del pueblo” (Volkswagen).

Ferdinand Porsche fue el encargado de llevar a cabo el proyecto de construir un vehículo sencillo y barato al alcance de la mayoría de los alemanes.

El "Escarabajo","Beetle" o "Käfer", fue el primer Volkswagen. Ferdinand Porsche realizó los planos y diseños del automóvil, pero fue el propio Hitler quien lo pulió, modernizando los faros delanteros, traseros y añadiendo una varilla lateral que le daba un aire más deportivo.

El partido nazi, facilitó a Porsche la infraestructura necesaria para la construcción cuya inauguración, buscaba impresionar al pueblo alemán, pueblo confiado con su dirigente.

Con el propósito de dotar al pueblo de un automóvil de bajo costo, el gobierno ideó un sistema en el que los ahorradores aportaban 5 marcos semanalmente, aunque ninguno recibió su coche, ya que los proyectos militares tras el inicio de la Segunda Guerra Mundial, destinaron la fábrica a la producción militar, y el dinero fue requisado por los rusos en concepto de reparaciones de guerra.

Con el fin de la guerra, Ferdinand Porsche fue encarcelado por su vinculación con el régimen nazi y, los ingleses tomaron el control de la factoría y se comenzó la producción en serie del escarabajo.

El coche se convirtió en un vehículo de gran aceptación, tanto en Europa como América y en 1972 el Escarabajo, superó el récord de unidades fabricadas de un automóvil, de Ford con su modelo "T", con la cifra de 15.007.034 Volkswagen.

En 1978 dejó de fabricarse en Alemania aunque siguió produciéndose, en Brasil hasta 1985 y en México continuó de forma ininterrumpida hasta 30 de junio de 2003, cuando se produce el último Volkswagen el cual portaba equipamiento distintivo.

La última unidad producida se encuentra en el Museo de Volkswagen en Wolfsburgo, y otro de estos codiciados ejemplares fue obsequiado al Papa Juan Pablo II por un grupo de concesionarios de la marca en México siendo considerado  este coche como “el automóvil del siglo”.

viernes, 27 de mayo de 2016

Fantasmas

   
Hoy no voy a hablar – amigo lector – de esas personas que parecen una cosa y son otra, que alardean de virtudes que carecen, de gracias que le son ajenas, o de caudales y posesiones que solo en sus más calenturientos sueños tuvieron. Esos - sin duda alguna - son fantasmas, de los que nuestro mundo está plagado, y con los que habría material para escribir volúmenes enteros.

No obstante, hoy quiero hablar de otros fantasmas, los entendidos como entes incorpóreos e intangibles y en los que - aunque nunca creí -  sé que tienen legión de seguidores que, les temen, les contentan y procuran  tenerles felices, y todo esto lo advierto mucho más, tras ver modernas películas como “Los otros”, en la que acabas por no saber, si los fantasmas son los vivos o los muertos.

En el mundo rural de mi infancia en Andalucía, los fantasmas tenían una importancia relevante, y gente había, que juraba por la gloria de sus muertos, haber visto el alma en pena de este o aquel, que en vida había sido más malo que la tiña, y que estaba condenado a vagar eternamente por la vera del río, o por tal o cual caserío, en donde cometió tropelías sin cuento, durante su malvada existencia.

La cosa era, que en las noches de invierno, cuando a falta de televisión, se reunía la gente a charlar alrededor del brasero, salían a relucir historias de aparecidos y muertos vivientes, que hacían que las veladas se alargasen hasta la madrugada, porque todos sentían un repelús al pensar en quedarse solos, y en más de una ocasión, alguien pidió pernoctar en casa del anfitrión, pretextando cualquier indisposición, cuando en realidad lo que sentía era auténtico pánico, a recorrer el oscuro y solitario camino, en dirección a su casa.

Pero además de los miedosos, los había osados, que creían que los fantasmas, lo que querían era comunicarnos secretos para hacernos ricos, o contarnos historias de su negro pasado, con las que poder obtener - los vivos - algún beneficio. Este fue el caso de Matilde.
   
Nuestra heroína, no sintió el más mínimo recelo, cuando se mudó a vivir con su familia, al antiguo edificio de la calle Cantarranas en Álora, y ello pese a que la vivienda estaba aureolada de una serie de leyendas, según las cuales, en los pisos superiores - usados antaño para guardar grano, y luego como almacén de trastos viejos - por la noche se oían crujidos, y a veces hasta llantos de niño.

Seguramente, nadie comprobó jamás la veracidad de tales extremos, pero la historia fue corriendo de boca en boca, hasta el punto, de que cuando su padre adquirió el inmueble, lo hizo en muy buenas condiciones económicas, porque - en parte debido a eso - nadie estaba interesado en su compra.

Matilde - nada más llegar - subió a la planta superior, y la registró palmo a palmo, buscando alguna explicación al fenómeno, sin hallar nada que lo justificase, y durante las noches se mantuvo - día tras día - expectante desde su cama, ante cualquier ruido que pudiese oírse.

La casa, construida de piedra y vigas de madera, con más de ochenta años en sus muros, de un metro de espesor, crujía y hacía una sinfonía de ruidos propios de todos los edificios vetustos, pero la imaginación de Matilde, asoció tales sonidos a llamadas del más allá.

Por eso, en camisón de dormir, y provista de un grueso garrote – lo que se me antoja precaria defensa contra un espíritu - estableció su dormitorio en una butaca de la buhardilla, en donde pasó más de quince días, sin que ningún ente incorpóreo, ni de ninguna otra especia, hiciese acto de presencia para decirle – como ella sostenía – que debía haber un tesoro oculto, hasta que cansada de pasar frío, desistió por fin de su inútil guardia, aunque nunca dejó de pensar en la posibilidad de que existiesen cosas de mucho valor, escondidas en alguna parte de la casa.

Para calibrar a nuestro personaje, he de decir, que cuando conocí a Matilde - siendo ya ella mayor - tenía más bigote que mi padre, que se afeitaba dos veces al día.

Pero la – para mi - mejor historia de fantasmas, fue la que protagonizó Marcial. Era también hombre de campo, cachazudo, escéptico e incrédulo ante todo lo que no pudiera palparse y tocarse, y que nunca temió a nadie del más allá, mientras hubiese gente en el más acá, a quien temer.

Marcial tenía tierras lejos de su casa, y solía trabajar en ellas de luna a luna, quiero decir, que empezaba a hacerlo cuando aun no había despuntado el día, y terminaba al asomar las primeras estrellas. En su camino de regreso a casa, había de pasar, por uno que atravesaba las tierras de Toribio, personaje este, que soportaba a duras penas el derecho de paso que – de tiempo inmemorial – tenía como gabela su finca, y que quería por todos lo medios evitar.

Un día de primeros de invierno, en que a las ocho de la tarde ya es noche cerrada, atravesaba Marcial a lomos de su burro, las tierras de nuestro hombre, por un estrecho sendero flanqueado de árboles y zarzales, cuando sobre un ribazo a no más de diez metros de distancia, vio surgir una blanca y fantasmal figura cubierta, de pies a cabeza, por una sabana, que lanzaba terribles aullidos, mientras se convulsionaba.

El jumento, ante la visión del espectro, se detuvo en medio del camino, mientras  nuestro hombre, con toda parsimonia permaneció, fumando impasible delante de la nívea figura, sin dar muestra alguna de temor. -¡Auuuh, soy un alma en pena, aléjate de aquí.... soy un alma en pena!... gritaba la aparición.

Marcial, que estaba agotado por el largo día de trabajo, y andaba ansioso por llegar a casa apretó las piernas sobre los ijares del rucio, mientras decía al aparecido; “Pues haber obrado bien en esta vida, y no estarías ahora penando eternamente” - “¡Arre burro!”. Y mientras seguía su camino, pasó ante la blanca figura a la que musitó “Deja ya de hacer el tonto Toribio, que no asustas ni a una vieja”.

Desde ese día, nunca más volvió a tenerse noticia alguna de una nueva aparición, del fantasma de las tierras de Toribio... y pensando en la frase de Marcial, concluí que si la vieja aludida hubiese sido Matilde, seguro que tampoco ella se habría asustado.   

           
J. M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)

Pedro de Córdoba, un dominico protector de los indios.

Tal día como hoy 27 de mayo de 1517 el fraile dominico Pedro de Córdoba,  escribe una carta a los reyes de España conocida como "la carta latina", en la que insta al monarca a la protección de los indígenas americanos.

Fray Pedro de Córdoba, fue uno de los primeros evangelizadores de América y protector de los indios, denunciado junto con su comunidad y por vez primera, el régimen de encomiendas y los abusos que se daban en él.

Andaluz nacido en Córdoba, cursó los estudios de Leyes en la Universidad de Salamanca, entrando allí en contacto con los dominicos y, atraído por la personalidad y forma de vida de estos religiosos, decidió hacerse fraile de su congregación.

Siendo ya religioso, continuó estudios de artes, filosofía y teología, hasta que en 1510 fue enviado a Santo Domingo en la isla de La Española, fundando junto con otros frailes dominicos, la primera comunidad de la orden en América..

Fray Pedro se dedicada la evangelización y educación de los indígenas llegando a publicar un catecismo en 1544, para la enseñanza de la doctrina a los indios.

Pero al año siguiente de su llegada y una vez tomó conciencia de los abusos a que se sometía a la población indígena, en el sermón del 21 de diciembre de 1511, hizo una denuncia pública contra tales abusos, cometidos en el sistema de encomiendas que llegaba a someter a un régimen de esclavitud a los encomendados, saltándose las obligaciones que el sistema imponía a los colonizadores.

Se llamaba “encomendero” al que por Merced Real tenía indígenas confiados a su cuidado en las colonias de América y Filipinas, una institución colonial llamada así, cuya finalidad en primer lugar, era la de enseñar a los nativos la doctrina cristiana; defenderlos y ayudarles a aumentar su bienestar.

Tales encomiendas, eran un privilegio poco otorgado y para recibirla había que probar la limpieza de sangre y honor del linaje, por lo tanto, sólo las personas con condición de hidalgos y acreditación de nobleza podían recibirla.

Los encomenderos, tradicionalmente, tenían gran autoridad y poder en la sociedad colonial, pues recibían enormes cantidades de tierra de gran valor productivo, donde los indígenas encomendados tenían la obligación de trabajar y producir a cambio de una remuneración que nunca recibían..

La denuncia del fraile, molestó enormemente a la poderosa sociedad colonial, que basaba sus riquezas en la explotación esclavista de los indígenas, siendo tal el malestar, que Pedro de Córdoba se vio obligado a volver a España a responder a las acusaciones, que desde allí le llegaron al rey.

No obstante, libre de todos los cargos, sus razones sirvieron para que las Leyes de Burgos fueran humanizadas, respecto al trato a dar a los indios.


jueves, 26 de mayo de 2016

El zapato



Pepe se casó con Matilde a mediados de la década de los setenta, cuando en España se cantaba, lo de “Libertad sin ira… libertad…”, y se medía el nivel de conciencia democrática de una persona, por la longitud de sus cabellos, y la cantidad de mugre que llevase sobre su vestimenta, mediante la formula de, a más de las dos últimas, mucha más de la primera.

Ambos, eran estudiantes en la universidad de Barcelona, y militantes de una organización estudiantil - naturalmente de izquierdas - y aún con no tener muy claro, cual era su ideario, se sumaban sin dudar, a cualquier iniciativa, fuese de quien fuese, que implicara  no asistir a clase.

Eran aún solteros, cuando una soleada tarde de mayo, nuestros protagonistas, se encontraron en el gimnasio de la facultad, cuando nadie más había, y contagiados del aire de libertad del campus, en poco más de lo que se cuenta, se sorprendieron jugando a los médicos, sobre la verde moqueta de la pista de judo.

Empezado el queso, lo demás fue tan solo cortar lonchas. Pero, no demasiado expertos en métodos anticonceptivos, a los tres meses de iniciada la nueva distracción, hubieron de suspenderla bruscamente, al advertir nuestra heroína - que era muy regular en sus cosas - como de forma radical, un mal día, no tuvo necesidad de volver a adquirir, más compresas higiénicas.

Aunque el grado de modernidad de los dos era notable, no lo era tanto el de sus progenitores - sobre todo los de ella - que no más se enteraron, del imprevisto crecimiento familiar que se avecinaba, tuvieron un cambio de impresiones con Pepe, al que, en cuatro palabras le notificaron, que o lo que venía tenía padre, o las puertas del juzgado quedarían abiertas a una denuncia, amén de algún posible garrotazo, que el presunto suegro, ardía ya en deseos de propinarle.

Pero como Pepe y Matilde se querían, la cosa terminó casi bien. Ella dejó colgada su carrera en segundo curso y él, que la estaba ya acabando, compaginó sus estudios de derecho con una pasantía en un bufete de abogados, al objeto de poder costear los inminentes gastos, y pocos meses más tarde - de gris - pues la gordura de Matilde no daba para blancos, se casaron.

Pasaron los años, y dos nuevos vástagos llegaron a la naciente familia. Pepe prosperó, montó su propio despacho, y llegó el día en que hubo de contratar a alguien  para que le ayudase con los papeles. Fue entonces, cuando conoció a Sonia.

Apenas contaba diecinueve años, era rubia, delgada, de formas rotundas. Su modo de vestir, aún siendo recatado, resultaba insinuante, tenía la voz suave, era cuidadosa, limpia, inteligente…

A Pepe le recordó la Matilde de los primeros años. En poco más de un mes, ordenó el caótico estado de los legajos, y dejó el despacho, tan perfecto que podía encontrarse todo con tan solo una mirada a los archivos. A partir de ese momento, además de eficacia, Pepe comenzó a ver en Sonia, otras cosas.

Todo sucedió un día de otoño, en que durante una tormenta, se fue la luz del despacho. Los dos se encontraron a tientas en la oscuridad, y en un diálogo sin palabras, sus cuerpos se confundieron en la tupida alfombra de la sala de visitas, y cuando - media hora más tarde - volvió el fluido eléctrico, el Don José, con el que Sonia había tratado siempre a su jefe, se había transformado ya, en Pepe.

Desde ese momento, todo para nuestro hombre cambió, y a sus cuarenta y pocos años, comenzó una nueva vida, en la que su joven secretaria era protagonista. Cada noche, cuando cerraban el despacho, la acompañaba en su coche hasta casa, y antes de que abandonase el vehículo, se entregaban en él, a locuras de adolescentes.

Cierta mañana, salió Pepe de casa tarde y  nervioso. Su mujer, le había pedido que  la llevase al domicilio de su madre, ubicado al otro extremo de la ciudad, y nuestro hombre - rezongando por lo bajo- se dispuso a hacerlo. Habían recorrido ya buena parte del trayecto, cuando, al cambiar la marcha del vehículo, algo chocó con su pie. El obstáculo era un zapato de mujer.

La noche anterior - pensó al instante - había acompañado a Sonia, y en la despedida fueron tan efusivos como de costumbre, pero ¿cómo había podido olvidar allí su zapato…? De cualquier forma la cuestión no era como, sino que estaba allí, y si su mujer lo advertía…mejor ni pensarlo.

Primero intentó alejarlo, luego con disimulo, esconderlo bajo el asiento, todo sin éxito, por fin tuvo una idea. Pretextando un fallo del cinturón de seguridad, paró, y mientras simulaba solventar la anomalía, arrojó el acusador zapato a la calzada. Luego, se sentó al volante, y continuó la marcha como si tal cosa.

Estaban ya cerca de la casa de sus suegros, cuando su mujer le dijo. - Pepe, al subir al coche me quité los zapatos nuevos que me molestan, y ahora no encuentro uno de ellos. Seguramente debe estar por ahí... Nuestro hombre se quedó de piedra, pero con la mayor naturalidad, buscó por todo el vehículo, un zapato que - naturalmente - no apareció.

Aún hoy - cuando lo de Sonia y Pepe ya hace años que acabó - no comprende Matilde, como pudo perder aquel día su zapato, en tan reducido espacio.

Los que sabemos la historia real, cuando ella nos refiere el hecho, siempre decimos - que vamos a hacer - que tampoco podemos entender como fue.

J. M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)

La política de esterilización forzosa del Nacional Socialismo

Tal día como hoy 26 de mayo de 1933: en Alemania, el Partido Nazi introduce una ley para legalizar la esterilización eugenética.

La esterilización forzosa, es considerada como un crimen de lesa humanidad o crimen de guerra y un delito grave de violencia sexual, reconocida como tal en el proceso de Núremberg por iniciativa de las naciones aliadas al final de la Segunda Guerra Mundial, en los que se sancionaron las responsabilidades de dirigentes, funcionarios y colaboradores del régimen nacionalsocialista de Adolf Hitler.

La esterilización permanente e irreversible forzada, se realiza con fines de castigo con el objeto de impedir la reproducción de un segmento de la población que se considera portador de rasgos defectuosos  - retrasados mentales, delincuentes - o de un grupo social definido por su raza, etnia, religión u otra característica que se desea limitar o eliminar.

El programa de esterilización bajo el régimen del Tercer Reich, fue aprobado por la Ley para la prevención de descendencia con enfermedades hereditarias y fue firmada por el mismo Hitler y más de 200 tribunales eugenésicos fueron creadas específicamente como resultado de esto.

Bajo el amparo de la ley se requirió a todos los doctores en el Reich, a reportar a sus pacientes que fueran retrasados mentales, enfermos mentales, epilépticos, ciegos, sordos o físicamente deformes, y se impuso una multa para cualquier paciente que no fuera denunciado.

Los individuos que padecían alcoholismo, también podían ser esterilizados y en todos los casos decidían si ordenaban o no realizar una operación de esterilización al individuo, usando la fuerza si es que era necesario.

Al final de la Segunda Guerra Mundial, más de 400.000 individuos fueron esterilizados, la mayoría de ellos durante los primeros cuatro años después de haber sido promulgada.

Los nazis tuvieron muchas otras políticas raciales inspiradas en la eugenesia, incluyendo su programa de "eutanasia" por el cual alrededor de 70.000 personas internadas en una institución o que padecían de defectos de nacimiento fueron asesinadas.

Hitler había leído algunos escritos sobre higiene racial y consideró que Alemania sólo podía ser fuerte de nuevo, si el Estado aplicaba a la sociedad alemana los principios básicos de la higiene racial y la eugenesia.

Los conceptos de las ideas racistas de competencia que fundamentaron el darwinismo social fueron discutidos por científicos europeos y también en la prensa vienesa durante la década de 1920, pero la forma exacta como Hitler recogió estas ideas es incierta.

Hitler elogiaba a la antigua Esparta porque la consideraba el primer estado del mundo en donde se aplicaron los tratamiento eugenésico a los niños deformes, a los que se eliminaba al nacer.

miércoles, 25 de mayo de 2016

El último lañaor


En las décadas de los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo, no hizo falta en nuestro país ninguna ordenanza sobre el reciclaje de las basuras, y fue sencillamente, porque en aquella época, aquí no se tiraba nunca nada.

Las cosas se compraban – cuando se podía - y se usaban hasta su ruina total. En aquellos años, no se hablaba en las casas de sartenes o de ollas, porque sartén u olla, solo había una, o a lo sumo dos, que – como las paredes de la vivienda – permanecían, años y años, formando parte de la familia.

Por eso, había personas que vivían con lo que obtenían reparando tales utensilios, y por unos céntimos, alargaban una y otra vez, la vida útil de tal o cual cacharro, de manera que a veces, cuando se daban por fin de baja – con harto dolor del ama de casa – tenían casi tantas partes añadidas como de origen.

Una de esas entrañables figuras era la del lañador - en mi tierra, como es natural  “lañaor” - que con frecuencia era además, paragüero, afilador y lo que se terciase, pues no había artilugio doméstico a cuya reparación no se atreviese.

Llegaban pregonando su oficio - a veces en verso - y acompañándose de una armónica que hacían sonar, recorriendo en el acorde final toda la escala musical, de forma que las comadres - que conocían de sobras la melodía - salían con sus vasijas agujereadas o rotas y mientras lo hacían - en fila rigurosa - aprovechaban el tiempo, para comentar las últimas novedades del vecindario.

Los lañaores, que – como digo - reparaban de todo, llevaban una caldera cilíndrica – casi siempre hecha por ellos mismos - en donde se contenían los soldadores y las brasas de carbón, y cuando el utensilio a arreglar era metálico, recortaban primero un trozo de hojalata, de dimensiones algo superiores a la del descalabro, y tras soldarlo con estaño, este quedaba útil de nuevo.

Si la vasija a remendar era de arcilla, se habían de conservar todas las piezas, para una vez recompuesta y atadas con una cuerda, colocarle unas lañas metálicas que unieran sus trozos. Para ello, se había que perforar previamente a ambos lados de las hendiduras, con una broca metálica, que – al no existir taladro eléctrico – se la hacía girar liándola con una cuerda, colocada en un arco de madera, y que - cómo si se tocase un violín - rotaba hasta lograr horadar la arcilla - a menudo esmaltada - lo que aún dificultaba más la operación.

Esta es – sin  duda – una profesión para el recuerdo, pero mi buen amigo Tino, tiene muy buena memoria, y hace poco me contó la historia de un lañaor singular, de su tierra granadina, que - intentando no traicionar sus palabras - seguidamente narro.

Su vivencia aconteció en la época ya dicha, se llamaba Pedro, era moreno, largo, muy largo – más que un día sin pan – con una abundante cabellera negra, eternamente enmarañada.

Vestía siempre de negro, pues tanto camisa como pantalón eran de este color, llevando invariablemente encima un amplio chaleco - en sus tiempos rojo granate, y finalmente de color marronáceo - y una bolsa de igual tonalidad, donde guardaba los útiles de su oficio.

El itinerario de Pedro era cada día el mismo, iniciaba su jornada en el bar de “Las Chirimías” a la derecha del Darro, en la falda norte de la Alhambra, en donde de balde – pues lo pagaba con su trabajo – tomaba una porra de churros y una copa de aguardiente seco - el de “matar el gusanillo” - y una vez vivificado su estómago, bajaba hasta las orillas del Darro, de cuyos márgenes cogía una porción de barro rojizo, que - sin más preparativos - guardaba en los bolsillos de su chaleco.

Provisto ya de la materia prima necesaria, volvía a subir hasta la puerta de la parroquia de San Pedro, y sin otro medio de transporte que sus alpargatas de cáñamo, de suela gruesa,  atravesaba la Carrera del Darro, hasta la iglesia de San Joaquín y Santa Ana, situada en plena plaza Nueva de Granada, lugar donde el Darro se esconde, para fundirse con su hermano el Genil, a las afueras de la ciudad.

El distrito laboral de Pedro, se extendía entre esta parroquia y la de San Joaquín, barrios en donde casi todos los utensilios, eran aún mayoritariamente de barro cocido, material en cuya reparación, estaba especializado nuestro héroe.

- “¡Venid, niñas, venid... que os arreglo tinajas, lebrillos, orzas, cazuelas, platos y fuentes...!”
gritaba en mitad de la calle, y como si del flautista de Hamelin se tratase, de casi todas las casas salían mujeres con cacharros rotos, que Pedro, en la forma antes descrita, iba recomponiendo mientras les contaba una historia, o se interesaba por la salud de alguien de su familia.

Una vez colocadas las lañas, extraía de sus bolsillos una porción del milagroso légamo del Darro, y sellaba con él las grietas, del trebejo de que se tratase, quedando el utensilio listo para su uso.

- ¿Que te debo Pedro...?
– preguntaba la vecina una vez acabada la reparación de su cazuela - De momento nada... mañana pasaré a ver si se sale... por cierto guárdame un poco de las lentejas que hagas, así de paso las pruebo...

- ¿Cuánto cuesta el arreglo del lebrillo...?
- demandaba otra -Mañana vendré, para comprobar que no se escape el agua - le contestaba, para luego agregar - y no la tires, que aprovecharé el jabón, para aclararme una muda... y así, una tras otra pagaban - casi siempre con otro - el servicio de nuestro personaje.

Según me acabó relatando Tino, al cabo de unos años, volvió a Granada e intentó encontrar de nuevo al singular Pedro, aunque fue vano su intento, pues por más que recorrió la Carrera del Darro, y el barrio donde solía trajinar, nadie supo darle razón ni noticia de él.

Lo que no había podido conseguir antes nadie – jubilar a Pedro – lo lograron dos personajes que aparecieron de súbito en escena, y contra los que nuestro hombre no pudo, en forma alguna luchar, el aluminio y el acero inoxidable, que acabaron – y ya para siempre - tanto con él, como con todos los de su especie.
                   
J.M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)

Oscar Wilde, un personaje marcado por su sexualidad

Tal día como hoy 25 de mayo de 1895, en Londres la policía arresta al famoso escritor irlandés Oscar Wilde por homosexual y “cometer actos de grosera indecencia con otros varones”.

En 1895 y cuando se encontraba en la cima de su carrera, el poeta escandalizó a la puritana Inglaterra victoriana, poniendo a todo el mundo en su contra.

Oscar Wilde era amigo de lord Alfred Douglas y en mayo de 1895 el padre de este último le acusó de sodomía, siendo condenado a dos años de trabajos forzados.

La sentencia tuvo enorme repercusión y propició un recrudecimiento de la intolerancia sexual, no sólo en Gran Bretaña, sino en toda Europa y muchos artistas homosexuales sufrieron represalias o debieron emigrar fuera de su país.

Desengañado con la sociedad inglesa y arruinado material y espiritualmente, abandonó definitivamente la prisión en mayo de 1897, retomando de nuevo la amistad con Douglas con el que marchó a Ruan.

Tanto los amigos como los familiares de ambos, les volvieron la espalda pero vivieron juntos unos meses, hasta que la amenaza de retirarles los fondos terminó por separarles. Wilde pasó el resto de su vida en París, viviendo bajo un nombre falso, en donde se convirtió al catolicismo, fe en la que al parecer murió.

En su amargura ante la soledad y el abandono de todos Wilde sentenció: "Cada acierto nos trae un enemigo. Para ser popular hay que ser mediocre.."

Murió solo en París en 1900, en el Hôtel d'Alsace, a consecuencia de un ataque de meningitis causado por una otitis crónica.

martes, 24 de mayo de 2016

El trueno


No está claro si le llamaban así por su voz ronca y fuerte, o por lo brusco de sus formas y carácter, la cosa era que cuando se hablaba de Juan Sevilla, se unía a su nombre de forma automática este apodo tan rotundo, y por el que todo el mundo le conocía, “el trueno”.

Nuestro hombre se dedicaba – entre otras muchas ocupaciones - a la venta de frutas, ultramarinos, y otros productos comestibles, por las casas de campo del entorno de Álora, adonde acudía con su caballo, cargado hasta los topes de género, haciendo también las veces de pescadero. Se proveía de estas mercancías, en la plaza del mercado para venderlas – como es lógico –con un considerable margen de beneficio, en los núcleos rurales más alejados de la comarca.

Aunque ahora la historia parezca de ciencia-ficción, en aquellos años, en que aun no habían hecho su aparición los detergentes ni los agentes contaminantes, y en los inviernos llovía de verdad, en el río de mi pueblo, podían observarse cada primavera subir las bogas a desovar hacia sus fuentes, y Juan vio - en este hecho tan natural entonces - una ocasión para ganar unas pesetas extras.

Metido a improvisado pescador, en medio del cauce del Guadalhorce, y con el agua hasta la cintura, pudo coger gran cantidad de estos peces, que debidamente “disfrazados”, fue vendiendo a sus clientas, como si de bonito se tratase y – naturalmente – al precio de este.

Pero como es lógico, el sabor del bonito y el de las bogas, se parecen como un huevo a una castaña, y por ello a la semana siguiente, sus parroquianas – sintiéndose estafadas - le estaban esperando con las uñas afiladas como navajas de Albacete, para quejarse del engaño.

-“Juan – le decían con tono de pocos amigos – la semana pasada nos engañaste...ese pescado no era bonito...” “El trueno”, viéndose descubierto, trataba de esquivar la bronca de las enfurecidas féminas, diciéndole a todas lo mismo - “Mira mujer, que le vamos a hacer ya ahora... lo hecho, hecho está... además, tampoco eran tan feos... ¿no?...”  No creo que sea preciso decir, que no convenció a ninguna de ellas con estos argumentos.

Otra de sus ocurrencias, de las que se guarda memoria, fue la protagonizada con un cura misionero. Estaba aquellos días Juan, en la tarea de ampliar su vivienda, y para ello, cuando no tenía trabajo, se dedicaba a recoger piedras de los terrenos colindantes, con las que construir las nuevas paredes, faena muy penosa y complicada, y de la que, jornada tras jornada, acababa extenuado y con pocos resultados tangibles.

Su casa se hallaba situada, cerca de una escuela rural, y a esta última, acudían de vez en cuando sacerdotes, al objeto de catequizar –como si de infieles del siglo primero de nuestra era se tratase –a los aborígenes de las cercanías, a cuyo objeto impartían charlas nocturnas, amenizadas con alguna que otra película “del gordo y el flaco", al objeto de atraer al mayor número de indígenas posible.

Una noche - el clérigo que con vehemencia sermoneaba - abordó el tema de la creación del mundo, explicando ante la embobada concurrencia - tal y como la iglesia suele hacer estas cosas - que Dios hizo el mundo en seis días. Al oír tal aseveración, Juan que estaba deslomado, por haber estado toda la jornada acarreando piedras para las obras de su casa, con muy escaso resultado, exclamó - “Pues debía tener todas las piedras muy juntas...porque si no...”. Sin  duda el misionero debió pensar al oírlo, cuan necesaria era su labor ante semejantes especímenes.

Como le armaba a todo, en una ocasión se compró una máquina fotográfica en Ceuta, con la intención de convertirse en retratista, y con el bagaje de conocimientos técnicos, que le transmitió el vendedor del artilugio, montó su propio negocio fotográfico.

Se anunciaba en la puerta a grandes letras como “Fotógrafo de bodas, bautizos, comuniones y “carneses”, y no tardó mucho en tener clientela.

- Juan – le dijo un día una parroquiana a la que había fotografiado, para obtener el carné de identidad – que me han dicho en la Policía que esta foto no sirve, porque es de cuerpo entero y tiene que ser solo de la cabeza.

Nuestro personaje sin dudarlo un momento, solucionó al instante el problema diciéndole –“Pos” eso tiene “mu” fácil arreglo, coges las “estijeras”, la cortas por “aonde” te digan y “yastá” – y como siempre, se quedó tan fresco.

Un día de otoño, se desencadenó una tormenta típica de nuestro clima Mediterráneo, en las que en el intervalo de pocas horas, pueden caer más litros de agua que en todo el resto del año, y que además, al no estar preparados para tales avenidas líquidas, todo el mundo resulta en alguna forma damnificado.

La casa de Juan estaba próxima al rio, en el término municipal conocido como los Aneales, muy cercana al cauce del Guadalhorce, y al desbordarse este y arrasar cuanto a su paso encontraba, hubo de aprestarse a poner a salvo sus enseres y bienes, entre los que se encontraban dos cerdos, ya bastante cebados para la no muy lejana matanza, y que como representaban el sustento de toda la familia durante buena parte del año, concitaron toda su atención y cuidado.

Temiendo que pereciesen ahogados, optó por llevarlos a casa de un vecino – situada en un terreno más alto que el suyo – y así salvarlos de la inundación.

Eran cerca de las diez de la noche, con una tormenta de mil diablos, y nuestro personaje, alumbrado solo por los fulgurantes relámpagos, y una lamparilla de petróleo, conducía a los dos cuadrúpedos por un estrecho sendero, por donde el agua discurría ya casi a la altura de la panza de los animales, y a media pierna suya.

 Cuando se hallaba a mitad de camino de su destino, y más enfrascado estaba en impedir que los animales se desviasen de la senda, otro vecino desde lejos, al reconocerle, le dijo a grandes voces: -¡¡Juan ¿donde vas con esos dos guarros?...!!.

Nuestro héroe sin inmutarse tan siquiera, pese a lo estúpido de la pregunta, y mientras luchaba por sacar a los animales de la corriente, que cada vez subía más y más, le contestó – “Ya ves, ahí que voy a darles agua...”

Mientras – días después - sus amigos reían su ocurrencia a carcajadas, Juan les explicó con la mayor naturalidad del mundo: ¿Pero que otra cosa le podía haber dicho...?. Era evidente que la naturaleza y la chista andaluza, estaban hablando por él.

J.M. Hidalgo (Historias de Gente Singular) 

La historia del puente de Brooklyn.

Tal día como hoy 24 de mayo de 1883 y después de catorce años de construcción, se inaugura oficialmente el puente de Brooklyn, el primero fabricado con cables de acero.

En el momento de su inauguración, con sus 1825 metros de largo, era el puente colgante más grande del mundo y en su primer día, fue cruzado por más de 1.800 vehículos y 150.000 personas.

También fue el primero del mundo suspendido mediante cables de acero y, desde su construcción  se convirtió en uno de los símbolos más reconocibles de Nueva York, siendo emblema de la ingeniería del siglo XIX por lo innovador que entonces suponía, el uso del acero como material constructivo a gran escala. 

Su construcción fue tan perfecta, que actualmente todavía se encuentra en uso, siendo su figura utilizada como base en muchas de las fotografías, para representar la ciudad de Nueva York.

El ingeniero responsable de la firma que lo diseñó, John Augustus Roebling, murió durante su construcción, sucediéndole su hijo en las labores de dirigir la obra, quién al sufrir un síndrome de descompresión - conocido en medicina como embolia gaseosa - que puede ocasionar parálisis transitorias y otro tipo de lesiones, tuvo que ser su esposa quién se convirtiera en la encargada de transmitir sus instrucciones al equipo.

Al poco tiempo de su inauguración murieron 12 personas aplastadas por una estampida humana ante los rumores de que el puente se derrumbaba.

Se construyó para evitar los problemas que ocasionaba cruzar en barco cuando el río estaba congelado pues en esa época, Brooklyn y Manhattan aún eran ciudades independientes.

Desde su construcción mucha gente ha querido saltar desde él apuestas o por conseguir algo que se consideraba imposible y la primera persona que saltó y sobrevivió fue Clara McArthur en 1895.

La organización terrorista Al-Qaeda, intentó cometer en él un atentado y en 2003, el norteamericano de origen pakistaní Iyman Faris, fue condenado a veinte años de cárcel por suministrar información para hacer caer el puente de Brooklyn cortando sus cables metálicos con sopletes.

lunes, 23 de mayo de 2016

El tio Manel




En mi tierra le dicen “tener juicio”, en otras partes de España se le denomina “sentido común” - pese a que suele ser el menos común de todos los sentidos - en Cataluña, donde esta historia aconteció, se le conoce por una palabra corta y rotunda, “el seny”.

Con uno u otro nombre, que eso a fin de cuentas es lo de menos, ese don, nada corriente entre los mortales, hace a quien lo posee fuente de prudencia, y referencia obligada para con sus semejantes, que en múltiples ocasiones acuden a ellos en demanda de opinión o consejo.

Hay quienes mueren de viejos sin haberlo conocido nunca, otros, aún sin tenerlo de nacimiento, van aprendiendo algo de los que lo poseen, y por último existe un grupo reducido de personas  privilegiadas, que ya desde la infancia, saben nadar con la ropa puesta, y salir secos del río. El tío Manel, era uno de esos últimos.

Él siempre tuvo claro, que en la vida, el camino más corto entre dos puntos - contrariamente a lo sostenido en geometría - no es nunca la línea recta, sino que con frecuencia se debe andar por un sin fin de atajos, para conseguir lo que se pretende, aunque  a veces se tarde más en lograrlo.

La denominación de “tío” con la que era conocido Manel, no era sinónimo de parentesco. Bien es verdad que nuestro personaje tenía sobrinos, pero gentes con las que nunca tuvo el más mínimo roce, le conocían y llamaban de esta forma, y esto era debido al sentimiento, que - mezcla de respeto y confianza - infundía a los que le trataban, y la verdad es que a juzgar por sus acciones, esa sensación no era inmotivada.

Transcurrían los primeros años del siglo XX, y eran - en toda España - tiempos de escasez, cuando no de miseria. Manel, tenía una explotación textil, casi familiar, con la que al correr del tiempo acabó por ser millonario, pero en la fase inicial a la que nos referimos, se controlaban - en un afán de ahorro - incluso los centímetros de  papel usados, para embalar las prendas.

Además de él, y dos miembros más de su familia, trabajaban en la explotación, cinco empleados - de los de boina y alpargatas - y  todos ellos, tanto dueños como asalariados, lo hacían en jornadas de sol a sol, ya que en aquella época, no se conocían ni horarios ni vacaciones.

La fábrica - más taller artesanal que otra cosa - estaba instalada en un cobertizo anexo a su propia vivienda, lindero con el cual se encontraba el corral, también de su propiedad, en donde había gallinas, y otros animales de granja.

Una mañana, María su mujer, llamó a solas a Manel, y con toda la reserva que el caso requería, le informó que de un tiempo a aquella parte, y con total seguridad - pues lo había comprobado en varias ocasiones - cada día faltaba un huevo del ponedero de las gallinas.

Nuestro hombre, tras preguntar a su mujer si alguien más sabía el hecho, y advertirle que guardase el más absoluto secreto sobre él, se dispuso, con la sagacidad que le caracterizaba, a descubrir al ladrón.

Poco tardó en advertir - solo dos días más tarde - como uno de los mozos que tenía empleados - precisamente el más trabajador y responsable - pretextando salir a efectuar una necesidad, se introducía en el gallinero, de donde segundos más tarde salía con sigilo, y tras mirar a diestro y diestro, por si había sido observado por alguien, y una vez dejada su chaqueta en el perchero, volvía a su faena como si tal cosa.

Manel, con idéntico cuidado al usado por el presunto infiel, inspeccionó la prenda recién colgada y descubrió, en el interior de unos de sus bolsillos, cuidadosamente envuelto en papel de embalar, un hermoso huevo de gallina, que a juzgar por su tamaño debía ser el mayor de aquel día.

¿Crees – amigo lector - que una vez descubierto el culpable, le despidió o le echó en cara su conducta desleal ?, nada más lejos de la realidad. Un huevo, pensó - pues los anteriores estarían ya consumidos - no podía tener tanto valor como un buen empleado, y por eso decidió, a la par que advertir al culpable, no verse obligado a  prescindir de su trabajo.

En primer lugar, buscó, una piedra de similar tamaño y forma al del huevo sustraído, y una vez hallada, la envolvió cuidadosamente tal y como estaba este, y luego, la colocó, en lugar del primero, en el bolsillo de la chaqueta de su empleado. Finalmente, se reintegró a sus tareas, sin que en su expresión se tradujese nada de lo acontecido.

Desde aquel día, y en lo sucesivo, jamás volvió a faltar ninguna otra cosa del taller o de la casa, y lo que aún resultó mejor, el mozo, no despedido, se convirtió con los años, en el eficiente encargado de la ya pujante fábrica, adquiriendo fama de honesto en su trabajo, y de honrado en su gestión.

Nunca, en los muchos años que estuvieron juntos, ninguno de los dos refirió al otro el “milagro” del huevo convertido en piedra, porque ambos sabían a la perfección, como se había producido.

El inteligente mensaje de Manel, no pudo decir más cosas, con menos palabras.
               
J. M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)

“El amo Torres” semblanza de un patriota mexicano.

Tal día como hoy 23 de mayo de 1812, muere ahorcado por los realistas en Guadalajara - México - José Antonio Torres también conocido como el "Amo Torres".

Hijo de padres mestizos, se desconoce casi todo de su infancia, pues quedo huérfano muy pequeño y como todos los campesinos pobres, se dedicó a labores del campo y vivió las fatigas de sus contemporáneos compartiendo las injustas condiciones sociales de su tiempo y a la vez aprendiendo de la naturaleza a ser comprensivo y tenaz.

Para poder sobrevivir, desde muy joven se incorporó a un grupo de arrieros de las muchas recuas de mulas que cruzaban la región de Michoacán y Nueva Galicia, donde hizo amigos que le fueron de gran ayuda en su lucha libertaria.

Llegó a ser el administrador de la hacienda de Atotonilquillo – Jalisco - donde se le conoció como “El Amo Torres” y en octubre de 1810, siendo ya un hombre maduro se presentó al Cura Miguel Hidalgo – primer líder de la independencia de México- pidiendo autorización y elementos para secundar el movimiento, nombrándole este coronel, y asignándole 400 hombres, bajo promesa de ocupar Guadalajara a favor de la independencia.

Intervino en varias batallas contra los realistas españoles, para después tomar Guadalajara y entrar en ella el 11 de noviembre de 1810, lo cual notificó a Hidalgo dando cuenta del cumplimiento de su promesa y recibiendo al caudillo en esta ciudad.

Mientras que el cura Miguel Hidalgo tenía fama de sanguinario, Torres la tenía de hombre que respetaba la vida y trataba de ser justo a la hora de conquistar territorios y devolver a los indígenas las tierras que les pertenecían,

Torres siguió manteniendo la lucha independentista en la zona de Nueva Galicia y Michoacán hasta que finalmente, ascendido a general, siendo derrotado y capturado el 4 de abril de 1812.

El 11 de Mayo, amarrado a una carreta, entró prisionero a Guadalajara siendo juzgado al día siguiente en forma sumaria y condenado a ser ahorcado, decapitado y descuartizado, cumpliéndose la sentencia el 23 de mayo en la misma ciudad.

Como era norma entonces, su cabeza fue cortada y colocada en un palo y su cuerpo descuartizado y enviado como escarmiento a diferentes lugares, mientras su casa era arrasada, sembrándose el solar de sal y en su centro se colocó un “padrón de ignominia”, nota pública de infamia por su traición.

El Amo Torres no fue hombre de letras, pero se nutrió de la cultura de la tierra en los muchos caminos que transitó y que de boca a boca se compartía.

Su historia nos lo presenta como hombre auténtico, que se respetaba a si mismo y al prójimo y por eso era humilde y humanitario tanto en los éxitos, como en los fracasos, siendo siempre hombre de extraordinario valor y audacia.

Aunque hoy está prácticamente olvidado, es uno de los héroes de la independencia de México y por decreto en abril de 1829, se dio a la villa de Zacoalco, en su honor, el nombre de “Zacoalco de Torres”, en donde existe una estatua a su memoria.

domingo, 22 de mayo de 2016

El teniente Landín


Aunque era de mi tierra, conocí a Landín en Madrid. Estaba destinado en una unidad de caballería de la Guardia Civil, hoy ya extinta, adonde yo solía acudir cada final de mes de mi época estudiantil, en demanda de auxilio económico, ante un amigo destinado en su mismo cuartel.

Landín había ingresado en la Benemérita, durante la segunda fase de nuestra guerra civil, cuando para pertenecer al cuerpo se exigía saber leer y escribir y las cuatro reglas, aunque si la afección al régimen militar era mucha, se podían obviar algunos de tales requisitos, y precisamente, este fue el caso de nuestro amigo.

Siendo ya guardia, tuvo la suerte de participar con fortuna, en una acción de armas de un lánguido frente de combate del sur, y ello le valió los galones de cabo, en cuyo empleo se encontraba al acabar la contienda.

En la década de los cuarenta, la carrera de un guardia civil de base era el ascenso a cabo, el resto venía dado por el sistema. Solo se precisaba de paciencia, buena conducta y el tiempo y el escalafón se encargaban de hacer el resto.

Landín - en la forma antes descrita - de forma lenta pero efectiva, fue pasando por todos los empleos militares, y estando ya próxima su jubilación, recibió, ¡por fin! las ansiadas estrellas de teniente.

Pasados los primeros momentos de alegría, por haber logrado llegar a oficial, y tras relacionarse de igual a igual con los que hasta ayer habían sido sus jefes, Landín, comprendió que aquello no era tan maravilloso como de lejos le pareciera.

Los demás oficiales, hombres preparados y con sólida formación, aceptaron a Landín de buen grado, pero la abismal diferencia cultural que les separaba, hacía que sus contactos, no pasasen de las rituales fórmulas que la educación prescribe.

Por eso, nuestro hombre, continuó frecuentando la cantina y la amistad de la tropa, entre los que se sentía - debido a su rango - a la vez igual, y diferente. Allí se le podía encontrar cada vez que tenía ocasión, alardeando de su condición de oficial, y dejándose invitar por sus subordinados, que en su mayoría más cultos que él, hacían chacota general de sus palabras.

Cierto día que, como siempre, se encontraba rodeado de jóvenes guardias francos de servicio, y con ganas de bromas, uno de ellos le invitó a una ronda:

- ¿Qué desea tomar mi teniente?, le preguntó.
- Un vidrio -contestó Landín, que se refería con esta frase a un vaso de vino.
-¿Tinto o blanco?, continuó el otro.
- Me es inverosímil, respondió muy serio el teniente.
-¿Querrá usted decir indiferente, mi teniente?, espetó de nuevo el guardia, en voz más alta para que todos le oyeran.
- Son palabras sinagogas..., remató Landín, mientras se disponía a tomar el vino, entre una carcajada general.

El juicio que de Landín se tenía en su unidad, lo sintetizó un día un capitán de la misma, que hablando del singular teniente durante la tertulia en la sala de oficiales, sorprendió a sus compañeros de armas con esta frase:
- Caballeros- argumentó- digan ustedes lo que digan, yo sostengo que Landín ha hecho una gran carrera en la Guardia Civil.
Todos guardaron silencio, mirando un poco desconcertados al que hablaba, que continuó:
- Si señores, una gran carrera. Tengan ustedes en cuenta, que Landín, ingresó en la Guardia Civil de caballo...
La risa de los oficiales puso fin a la cita.

Landín, se jubiló de teniente, y marchó a su pueblo natal, en donde continuó siendo centro de atención, en las tertulias del Casino de la Plaza Mayor, en las que con el tiempo, llegó a ascenderse hasta el grado de comandante.

La muerte le sorprendió un día con un “vidrio” en su mano - al que, como casi siempre, le habían invitado - mientras contaba por enésima vez, una historia de sus tiempos de milicia, en cada ocasión algo diferente de las otras.

J. M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)