Tal día como hoy 17
de noviembre de 1558, Isabel I, hija de Enrique VIII y Ana Bolena,
ocupa el trono de Inglaterra al fallecer su hermana por parte de
padre, María I Tudor. Se encuentra con un país dividido por las
disputas religiosas, políticas y nacionalistas.
El reinado de Isabel
I de Inglaterra, prototipo del monarca autoritario del Quinientos,
tiene un interés histórico de primera magnitud por cuanto fue
fundamento de la grandeza de Inglaterra y sentó las bases de la
preponderancia británica en Europa, que alcanzaría su cenit en los
siglos XVIII y XIX.
Tras repudiar a la
primera esposa, la devota española Catalina de Aragón, en 1533 el
rey Enrique VIII contrajo matrimonio con su amante, la ambiciosa Ana
Bolena, que se hallaba en avanzado estado de gestación. Este
esperado vástago debía resolver el problema de la falta de
descendencia masculina del monarca, a quien Catalina de Aragón sólo
había dado una hija, María, que andando el tiempo reinaría como
Maria I. El 7 de septiembre de 1533 se produjo el feliz
acontecimiento, pero resultó que Ana Bolena dio a luz no a un niño
sino a una niña, la futura Isabel I de Inglaterra.
El monarca sufrió
una terrible decepción. El hecho de haber alumbrado una hembra
debilitó considerablemente la situación de la reina, más aún
cuando el desencantado padre se vio obligado a romper definitivamente
con Roma y a declarar la independencia de la Iglesia Anglicana, todo
por un príncipe que nunca había sido concebido. Cuando dos años
después Ana Bolena parió un hijo muerto, su destino quedó sellado:
fue acusada de adulterio, sometida a juicio y decapitada a la edad de
veintinueve años.
Ana Bolena fue
sustituida en el tálamo y el trono por la dulce Juana Seymour, la
única esposa de Enrique VIII que le dio un heredero varón, el
futuro rey Eduardo VI. Muerta Juana Seymour, la esperpéntica Ana de
Cleves y la frívola Catalina Howard ciñeron sucesivamente la
corona, siendo por fin relevadas por una dama -dos veces viuda a los
treinta años) que iba a ser para el decrépito monarca, ya en la
última etapa de su vida, más enfermera que esposa: la amable y
bondadosa Catalina Parr.
Isabel tenía diez
años y era una hermosa niña, despierta, pelirroja y esbelta como
Ana Bolena. Recibió una educación esmerada que le llevó a poseer
una sólida formación humanística. Leía griego y latín y hablaba
las principales lenguas europeas de la época: francés, italiano y
castellano.
Catalina Parr fue como una madre hasta la muerte de
Enrique VIII, quien antes de expirar dispuso el orden sucesorio:
primero Eduardo, su heredero varón; después María, la hija de
Catalina de Aragón; por último Isabel, hija de su segunda esposa.
Catalina Parr mandó apresurar los funerales y quince días después
se casó con Thomas Seymour, hermano de la finada reina Juana, a cuyo
amor había renunciado tres años atrás ante la llamada del deber y
de la realeza. Esta precipitada boda con Seymour, reputado seductor,
fue la primera y la única insensatez cometida por la prudente
Catalina Parr, a lo largo de toda su vida.
Thomas Seymour
ambicionaba ser rey y había estudiado todas sus posibilidades. Para
él, Catalina Parr era un trampolín hacia el trono. Puesto que
Eduardo VI era un muchacho enfermizo y su inmediata heredera, María
Tudor, presentaba también una salud delicada, se propuso seducir a
la joven Isabel, cuya cabeza parecía la más firme candidata a ceñir
la corona en un próximo futuro. Las dulces palabras, los besos y las
caricias, no tardaron en enamorar a Isabel; cierto día, Catalina
Parr sorprendió abrazados a su esposo y a su hijastra; la princesa
fue confinada en Hatfield, y las sensuales familiaridades del
libertino comenzaron a circular por los cortesanos.
Catalina Parr murió
en 1548 y los ingleses empezaron a preguntarse si no habría sido
"ayudada" a viajar al otro mundo por su infiel esposo, que
no tardó en ser acusado de "mantener relaciones con la princesa
Isabel" y de "conspirar para casarse con ella. El proceso
subsiguiente dio con los huesos de Seymour en la lóbrega Torre de
Londres, antesala para una definitiva visita al cadalso; la
quinceañera princesa, caída en desgracia y a punto de seguir los
pasos de su enamorado, se defendió con energía de las calumnias que
la acusaban de llevar en las entrañas un hijo de Seymour y, haciendo
gala de una inteligencia, salió incólume del escándalo. El 20 de
marzo de 1549, la cabeza de Thomas Seymour fue separada de su cuerpo
por el verdugo; al saberlo, la precoz Isabel se limitó a decir
fríamente: "Ha muerto un hombre de mucho ingenio y poco
juicio."
Por primera vez se
había mostrado una cualidad que la futura reina conservó durante
toda su existencia: un talento excepcional para hacer frente a los
problemas y salir airosa de situaciones comprometidas. Si bien su
aversión por el matrimonio pareció originarse en el trágico
episodio de Seymour, Isabel aprendió también a raíz del suceso el
arte del rápido contraataque y el inteligente disimulo, esenciales
para sobrevivir en aquellos días turbulentos.
Cuando en 1553
murió Eduardo, Isabel apoyó a María I que fue proclamada reina el
10 de julio de 1553 para poco después ser detenida y condenada a
muerte en el proceso por la conspiración de Thomas Wyatt, un
movimiento destinado a impedir el matrimonio de María I con su
sobrino Felipe -el futuro Felipe II de España-, con el fin de evitar
la previsible reacción ultracatólica de la reina. Durante la
investigación de este caso, Isabel estuvo encarcelada algunos meses
en la torre de Londres, ya que su inclinación por la doctrina
protestante la hizo sospechosa a ojos de su hermanastra.
El reinado de María
I de Inglaterra fue poco afortunado. Su persecución contra los
protestantes le valió ser conocida como María la Sanguinaria; y su
alianza con España indignó a los ingleses, sobre todo porque
condujo a una guerra desastrosa contra Francia en la que Inglaterra
perdió Calais y la evolución económica del país fue bastante
desfavorable. En 1558 murió María sin descendencia y, de acuerdo
con el testamento de Enrique VIII, debía sucederla Isabel.
Isabel I ocupó el
trono a los veinticinco años. Era la reina de Inglaterra e iba a ser
intransigente con todo lo que se relacionara con los derechos de la
corona, pero seguiría mostrándose prudente, calculadora y tolerante
en todo lo demás, sin más objetivo que preservar sus intereses y
los de su país, en plena ebullición religiosa intelectual y
económica y que tenía un exacerbado sentimiento nacionalista.
En el terreno
religioso, Isabel I restableció el anglicanismo y en el campo
político la amenaza más importante procedía de Escocia, donde
María I Estuardo, católica y francófila, proclamaba sus derechos
al trono de Inglaterra. En 1560, los calvinistas escoceses pidieron
ayuda a Isabel, y en 1568, cuando la reina escocesa tuvo que
refugiarse en Inglaterra, la hizo encerrar en prisión. Por otra
parte, Isabel I ayudaba indirectamente a los protestantes de Francia
y de los Países Bajos.
Era, por tanto,
inevitable el choque entre Inglaterra y España, la antigua aliada en
época de María I. Mientras Felipe II de España daba crédito a su
embajador en Londres y a la misma María Estuardo, quienes pretendían
que en Inglaterra existían condiciones para una rebelión católica,
que daría el trono a María Estuardo, la reina Isabel y su consejero
William Cecil apoyaban las acciones corsarias contra los intereses
españoles, impulsaban la construcción de una flota naval
moderna.Después de ser el centro de varias conspiraciones
fracasadas, en 1587 María Estuardo fue condenada a muerte y
ejecutada. Felipe II, perdida la baza de la sustitución de Isabel
por María, preparó y anunció la invasión de Inglaterra.
En 1588, se hicieron
a la mar 130 buques de guerra y más de 30 embarcaciones menores, con
8.000 marinos y casi 20.000 soldados: era la Armada Invencible, a la
que más tarde, debían apoyar los 100.000 hombres que tenía
Alejandro Farnesio en Flandes. Los españoles planteaban una batalla
al abordaje y un desembarco; los ingleses, en cambio, habían
trabajado para perfeccionar la guerra en la mar. Sus 200 buques, más
ligeros y maniobrables, estaban tripulados por 12.000 marineros, y
sus cañones tenían mayor alcance que los de los españoles. Todo
ello, combinado con la furia de los elementos ,llevaron a la victoria
inglesa y al desastre español.
La reina Isabel I,
que había arengado a sus tropas, fue considerada la personificación
del triunfo inglés e incrementó el alto grado de compenetración
que tenía con su pueblo. Tras este momento culminante de 1588, los
últimos años del reinado de Isabel I aparecen bastante grises; en
ellos sólo sobresale su preocupación por poner orden en las flacas
finanzas inglesas; la rebelión irlandesa, pronto sofocada; y el
crecimiento del radicalismo protestante.
La formación
humanística de Isabel I la llevó a interesarse por las importantes
manifestaciones en el campo del arte. El llamado “renacimiento
isabelino” se manifestó en la arquitectura, la música y la
literatura, con escritores como John Lyly, y principalmente William
Shakespeare, auténticos creadores de la literatura nacional inglesa.
En la economía, durante su reinado se inició el desarrollo de la
Inglaterra moderna. El crecimiento de la actividad comercial y la
rivalidad con España redundaron en un gran desarrollo de la
industria naval.
Hacia el año 1598,
Isabel parecía, "una momia descarnada".Calva, marchita y
grotesca, pretendía ser aún para sus súbditos la encarnación de
la virtud, la justicia y la belleza perfectas. Poco a poco fue
hundiéndose en las sombras que preludian la muerte. La agonía fue
patética. Aunque su cuerpo se cubrió de úlceras, continuó
ordenando que la vistieran lujosamente y la adornaran con sus joyas,
y no dejó de sonreír mostrando sus descarnadas encías cada vez que
un cortesano ambicioso la galanteaba con un rictus de asco en sus
labios.
Falleció el 24 de
marzo de 1603, después de designar como sucesor a Jacobo I de
Inglaterra y VI de Escocia, hijo de María I Estuardo, lo que se
inició el proceso de unificación de los dos reinos. Su último
gesto fue colocar sobre su pecho la mano en que lucía el anillo de
la coronación, testimonio de la unión, más fuerte que el
matrimonio, de la Reina Virgen con su reino y con su amado pueblo.