Tal día como hoy 31 de marzo de 1959, el líder espiritual del Tíbet, el Dalai Lama, cruzó la frontera hacia la India buscando asilo político después de un viaje de 15 días a pie desde la capital tibetana, Lhasa, sobre las montañas del Himalaya en busca de asilo. Esto se produjo debido a la represión china de la rebelión de los tibetanos en Lhasa.
Hoy se cumplen 62 años de la huida del Dalái Lama del Tíbet hacia el exilio sin que se vislumbre la posibilidad de alcanzar un acuerdo para su regreso, ni que en el futuro pueda haber un papel para su figura o la de su sucesor en una región controlada por China.
China ha dejado clara su posición, plasmándola por escrito en un libro blanco que ha titulado sin mayores complejos Reformas democráticas en el Tíbet. 60 años después. En él reivindica que el Gobierno chino es el responsable de la modernización del Tíbet y de liberar a su población de un régimen feudal y atrasado.
Pekín ha aprovechado la presentación del texto para rechazar una vez más las denuncias de violación de los derechos humanos y ha pedido a la comunidad internacional que no se deje «hechizar» por el líder religioso.
China invadió el Tíbet en 1950 y en 1951, el Dalái Lama se vio obligado a aceptar un tratado que convirtió al Tíbet en una región autónoma de China.
El 31 de marzo de 1959, el Dalái Lama cruzó la frontera con la India junto a unos 70.000 seguidores. Era el final de una larga evasión por las montañas iniciada el 17 de marzo cuando, ante el fracaso de la insurgencia tibetana y el temor de ser detenido, huyó.
En estos años de exilio, la posición del Dalái Lama ha evolucionado, aunque siempre defendiendo la vía pacífica para llegar a acuerdos. De forma realista no reivindica la independencia, sino que la autonomía sea plena. Pide mayor autogobierno, libertad religiosa y la defensa de la cultura tibetana.
En marzo del 2011 renunció a todos sus cargos políticos, para limitarse a ser solo el líder espiritual del budismo tibetano. El exilio eligió a un primer ministro, Lobsang Sangay. En estos 62 años la causa tibetana ha conseguido numerosos adeptos y, posiblemente, el momento más dulce fue en 1989, cuando el Dalái Lama recibió el Premio Nobel de la Paz.
Pero el principal enemigo del Tíbet ha sido la emergencia de China como potencia económica mundial, ventaja que el gigante asiático ha utilizado para asfixiar e incluso perseguir las adhesiones internacionales a la causa tibetana.
De cara al futuro, el Dalái Lama, de 85 años, ha advertido este mismo mes que, cuando muera, su reencarnación se podrá buscar en la India, donde ha vivido, y no en el Tíbet. También ha asegurado que cualquier sucesor nombrado por China no será respetado por los seguidores del budismo.
China ha regulado el proceso de reencarnación de los “budas vivientes” y se teme que en el futuro intente controlar la elección del nuevo Dalái Lama, como hizo en su día con el Panchen Lama.
En el libro blanco sobre el Tíbet, el Gobierno chino presume del desarrollo de la economía, las infraestructuras, la mejora de la calidad de vida, la apuesta por la innovación y la tecnología... Pero desde el exilio aseguran que todas estas mejoras solo han beneficiado a los chinos que viven en el altiplano y que son los que controlan la economía y el poder de la región.