Tal día como hoy, 7 de diciembre del año 43 antes de Cristo, Marco Tulio Cicerón, reconocido como uno de los políticos y abogados más influyentes de la Antigua Roma, fue asesinado.
Aunque no había participado activamente en la conspiración y asesinato de Julio César, promovió el perdón para los responsables de su muerte y defendió desde un primer momento a Octavio, hijo adoptivo de César, en su enfrentamiento contra Marco Antonio.
Perteneciente a una adinerada familia ecuestre, Cicerón recibió una esmerada educación tanto en Roma como en Grecia. En la primera, se formó como abogado, profesión en la que gracias a sus dotes oratorias destacó enseguida y acabó por convertirse, en uno de los juristas mejor valorados de la ciudad. En Grecia estudió filosofía, con grandes maestros de su tiempo y su pensamiento fue plasmado en numerosas obras, que aún hoy en día son estudiadas con asiduidad.
Durante su labor como abogado en el Foro, entró en contacto con las altas cúpulas políticas de Roma y logró llegar al Senado en un tiempo relativamente corto. Fue elegido cónsul en el año 63, defendió la figura de Pompeyo como modelo de hombre fuerte, que podría llevar a Roma a una época de estabilidad.
Frustró una conspiración de Sergio Catilina para implantar una dictadura, lo que le valió un tiempo en el exilio al aprobarse una nueva ley, que condenaba a quien hubiera mandado ejecutar a otro ciudadano, sin el previo consentimiento del pueblo.
De Cicerón, se suelen destacar sus comentarios sobre las principales piezas de filosofía griega, que servirían como base para teóricos posteriores, como San Agustín, y los emotivos y convincentes discursos que pronunció, tanto en los juicios del Foro como en el Senado.
El desencadenante, fue el asesinato de Julio César. Tras la muerte del considerado constructor del imperio, Marco Antonio, uno de sus generales, lideró la causa contra los implicados en su muerte, lo que implicaría una inevitable guerra civil y probable dictadura.
Sin embargo, fue precisamente Cicerón quien lo evitó. De mente ágil como ninguno, se valió de un familiar de César para darle la vuelta a la situación. Nos referimos a un jovencísimo Augusto, sobrino-nieto de Julio, al que dio el mando del ejército consular para poner fin al desafío de Marco Antonio.
Sin embargo la jugada no salió como esperaba y al final el poder se había transformado en un triunvirato de Augusto, Marco Antonio y Lépido. Cicerón había cometido un error enorme y definitivo para la República: había sustituido una dictadura por otra de tres cabezas.
Ante estas circunstancias, Cicerón comenzó a difamar a algunos personajes, como Marco Antonio, algo que será crucial para su futuro. Pronuncia sus famosas “Filípicas” contra el triunviro y su mujer.
Marco Antonio y Lépido, comenzaron a hacer las purgas. Redactaron una serie de listas negras de los que fueron enemigos de Julio César e incluso cualquiera que pueda oponerse a ellos. En estas listas, encontramos a Cicerón. Cuando este se enteró, intentó de huir de Roma, pero fue descubierto y asesinado en plena calle cortándole la cabeza.
Fue decapitado y su cabeza y sus manos fueron clavadas en la rostra - plataforma para oradores- del Foro de Roma. Marco Antonio había exigido su cabeza. Fulvia, su mujer, le atravesó la lengua con un alfiler como venganza.
Lo más lamentable del suceso, es que Augusto, futuro primer emperador de Roma como César Augusto, no hizo nada para evitar el fatal desenlace. El mismo que se había referido a él como “padre” cuando le acogió, le había sacrificado sin ningún pudor, por razones de estado y poder.
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