Tal día como hoy, 4 de diciembre de 1642, murió en París, Armad-Jean du Plessis, más conocido en la historia como cardenal Richelieu o “la Eminencia Roja”, fue un gran estadista y la persona más influyente de toda Francia, responsable del devenir del país, durante sus años de vida y posteriormente.
Cardenal y duque de Richelieu, fue un prelado francés que ejerció el poder como ministro de Luis XIII de Francia. Procedente de la nobleza, entró en la carrera eclesiástica, para evitar que su familia perdiera las rentas del Obispado de Luçon. Participó en los Estados Generales de 1614, momento en que la reina regente María de Médicis reparó en su talento y le reclutó para el servicio de la Monarquía. Fue secretario de Estado de Interior y de Guerra en 1616. Pero tuvo que dejar el cargo, cuando el joven rey Luis XIII , quiso tomar en su propia mano los asuntos de gobierno, desterrando a la reina madre a Blois en 1617.
Richelieu, siguió a María de Médicis y actuó como intermediario para reconciliarla con su hijo. Fue así como se ganó la confianza de Luis XIII de Francia, que le hizo nombrar cardenal en 1622 y le tomó a su servicio, como ministro principal en 1624. Durante los 18 años que transcurrieron, hasta su muerte ejerció un poder omnímodo, en estrecha colaboración con el rey en la época, sirvió para enriquecer y enaltecer a la familia Du Plessis, introduciendo además en la corte y en la administración de la Monarquía, a toda una red de clientes y amigos.
La política interior de Richelieu, consistió en reforzar el poder de la Corona, sometiendo tanto a protestantes franceses - hugonotes - como a nobles. Acabó con las garantías políticas, que Enrique IV de Francia había concedido a los protestantes, para poner fin a las guerras de religión; y, tras tomar a los protestantes la fortaleza de La Rochela en 1628, les impuso la Paz de Alais, por la que perdían las plazas fuertes, aunque conservando libertad de culto y la igualdad de derechos, con los católicos. A los nobles tardó en someterlos, desbaratando conspiraciones, ejecutando a algunos de sus promotores y encarcelando a otros.
Fomentó la economía, entendida como fundamento del poderío de la Monarquía, a la manera de los mercantilistas; para ello fundó varias compañías de comercio y puso las bases del imperio colonial francés, con asentamientos en Canadá, Guayana, Martinica, Senegal, Madagascar y la Reunión.
Actuó como un político realista, movido por una razón de Estado. Así, hizo caso omiso de la política de alineamiento con las potencias católicas, que recomendaba el partido devoto reunido en torno a la reina madre. Por el contrario, intervino en la Guerra de los Treinta Años, apoyando a cualquiera que se opusiera a los Habsburgo, aunque esa política le obligara a aliarse con los príncipes protestantes alemanes y nórdicos, todos los cuales recibieron subsidios de Francia para financiar su lucha contra el Imperio.
Pero, cuando éstos fueron derrotados, Francia tuvo que intervenir directamente en la guerra en 1635. Dirigió sus fuerzas a asegurar el libre paso por las fronteras del reino, lo que significaba - al mismo tiempo- cortar las comunicaciones entre los territorios de los Habsburgo, que rodeaban a Francia; fue así como anexionó Lorena a Francia. Pero la lucha contra los españoles, fue muy dura, y sólo se inclinó del lado francés, después de que Richelieu debilitara a Felipe IV apoyando las rebeliones de Cataluña y Portugal en 1640.
Al final de su vida, Richelieu era un personaje odiado tanto por el pueblo llano como por los miembros de la corte. Su ambición desmedida y la falta de escrúpulos, que demostraba con sus acciones, hicieron que ganara una pésima fama. Además, la subida de impuestos con la que sufragaba sus guerras, no ayudó a que los franceses le tuvieran más aprecio.
Su sucesor, el también cardenal Julio Mazarino - que era protegido de Richelieu- recogería esa herencia, pero también la difícil situación de la Hacienda Real, por los costes de la guerra y el descontento en las provincias, por las cargas fiscales impuestas.
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