Tal día como hoy, un 28 de diciembre del año 1065, se fundó la abadía de Westminster, la iglesia gótica anglicana que acompaña al palacio del mismo nombre.
Es el lugar tradicional para las coronaciones y entierros de los monarcas británicos. Además, sirve como sepulcro de otros miembros de la familia real, aristócratas y personalidades ilustres del país.
El colapso del Imperio Romano de Occidente dejó paso a las invasiones bárbaras a partir del siglo V. La Britania romana pronto fue ocupada por los anglosajones, que resquebrajaron la isla en múltiples reinos.
A la par, el cristianismo comienza a propagarse por toda Europa desde Constantinopla. En el año 596, el Papa Gregorio Magno envió una misión cristiana a los anglosajones liderada por Agustín de Canterbury, monje benedictino y primer arzobispo de Canterbury, considerado como el apóstol de Inglaterra y padre de la iglesia.
Desde allí, la influencia del cristianismo se traslada rápidamente a la antigua capital romana de Londinium y se erige una iglesia dedicada a San Pablo como nueva sede episcopal en La City, el perímetro romano amurallado.
Es en estas primeras décadas del siglo VII cuando la leyenda sitúa la fundación de un santuario en la isla de Thorney, formada por la desembocadura del río Tyburn en el Támesis. El edificio es consagrado a San Pedro tras la visión del apóstol por un pescador de la zona. Este lugar se convirtió más tarde en un monasterio benedictino, implantado durante el reinado de Edgar el Pacífico, alrededor del año 960.
En plena invasión y conquista vikingas, Eduardo el Confesor se hace con el trono inglés a principios del siglo XI. Durante su destierro en Normandía había prometido peregrinar a Roma en caso de que su familia recuperara su posición en Britania. Una vez restablecida su corona, Eduardo es aconsejado no realizar su promesa por la alta inestabilidad de su posición y reino. A cambio León IX le instó a subvencionar y ampliar el monasterio de Thorney. El rey construyó una abadía contigua al centro religioso que pronto comenzaría a llamarse “West Minster”, la iglesia del oeste, para diferenciarla de su homónima del este, la de San Pablo.
Así nace la Abadía de Westminster, 1051, aunque su instigador no pudo asistir a la ceremonia de inauguración el 28 de diciembre de 1065, por encontrarse gravemente enfermo. El rey murió días más tarde y fue enterrado en ella. En 1066, después de la batalla de Hastings, Guillermo el normando, el Conquistador, es proclamado rey en la abadía de Westminster y esta tradición continúa hasta nuestros días.
El Papa Benedicto XVI visitó la abadía de Westminster en 2010 como parte de su recorrido por el Reino Unido. Su antecesor Juan Pablo II también acudió a las islas, pero su visita no tuvo el mismo reconocimiento oficial que ésta, la primera de Estado desde la reforma protestante de 1534.
El acontecimiento histórico sirvió como símbolo de cicatrización de la herida surgida entre ambas ramas del cristianismo, especialmente la entrada del obispo de Roma en la abadía, icono del anglicanismo y donde fue coronado el rey Enrique VIII, responsable de la reforma anglicana y de la muerte del santificado mártir Tomas Moro.
En 1987, la UNESCO nombró tan importante construcción Patrimonio de la Humanidad.
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