Tal día como hoy 13 de febrero de 1917, el servicio de espionaje francés detuvo en un hotel de París a “Mata Hari”, la famosa bailarina, cortesana y espía holandesa. El 15 de octubre de ese mismo año, Margarita Zelle, “Mata Hari”, fue declarada culpable, condenada a muerte y ejecutada por fusilamiento tras trabajar a favor de Alemania durante la Primera Guerra Mundial.
Pocos espías han despertado tanta fascinación como Mata Hari, la legendaria bailarina holandesa de nacimiento, que vivió en Java en su juventud, donde había sido destinado su marido, un militar más de veinte años mayor que ella y de donde trajo, a su vuelta a Europa, los bailes exóticos que la hicieron famosa y su mítico seudónimo: matahari significa, en malayo, “ojo del día” o “Sol.”
Nació en Leeuwarden – Holanda -, hija de un sombrerero y a los 18 años se casó con Campbell MacLeod, un capitán de 39 años con el que se marchó a vivir a Indonesia, entonces colonia holandesa, donde él estaba destinado.
Allí tuvo dos hijos y sufrió las penurias de un marido borracho, pero también conoció la fascinación de Oriente y los secretos de las danzas javanesas, que le serían muy útiles tras el naufragio de su matrimonio y la muerte de uno de sus hijos, que la empujaron a volver a Europa en 1902.
Amparada en su exótico físico, se inventó una identidad y se lanzó al espectáculo en París como Mata Hari, especializada en danzas eróticas y pronto creció su fama y frecuentó a hombres ricos, políticos y militares que formaron su interminable lista de amantes, conociendo todas las ciudades de Europa y no pocos secretos de política gracias a confidencias de alcoba.
El estallido de la guerra en julio de 1914, la sorprendió bailando en Berlín y al parecer, aprovechó su agenda de conocidos en ambos bandos para ofrecer sus servicios al jefe del espionaje alemán, con la esperanza de poder volver a Holanda, con sus pertenencias a salvo.
Sus actividades en Madrid - donde en 1915 se veía con un oficial alemán - despertaron las sospechas de la inteligencia aliada, que empezó a vigilarla y cuando en 1916, volvió a París, el espionaje francés, que andaba tras sus pasos, le ofreció trabajar como agente doble para Francia.
Nuevamente en Madrid siguió espiando para la embajada alemana como la agente H-21, pero sus mensajes fueron interceptados por la inteligencia francesa que la tendió una trampa para que regresara a Francia y el 13 de febrero de 1917 fue arrestada y sometida a juicio, donde se la condenó a muerte acusada de aprovechar sus relaciones íntimas para trabajar como agente de Alemania.
La acusación de espionaje para Alemania, se basó en indicios tan débiles que una asociación de su ciudad natal, solicitó póstumamente - sin éxito- la revisión del caso al gobierno francés y ella misma lo negó con una célebre frase: "Una ramera, sí, pero una traidora, ¡jamás!", alegando que se acostaba con militares por placer, y no por deber.
El 15 de octubre de 1917 fue fusilada en Vincennes al amanecer, se negó a que le vendaran los ojos y antes de recibir la descarga lanzó un beso a los soldados del pelotón. Tenía 41 años y su cuerpo nunca fue reclamado por ningún familiar.
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