Tal
día como hoy 10 de agosto de 1557, tiene lugar la Batalla de San
Quintín , combate librado entre los ejércitos españoles e
imperiales, comandados por Manuel Filiberto de Saboya, y las tropas
francesas al mando del almirante Gaspar de Coligny. La batalla
finalizará con la victoria española, después de que el rey
español, Felipe II, se limite a ordenar el sitio de la plaza, que se
entregará 17 días más tarde. Unos 6.000 franceses mueren y 2.000
son apresados. Las bajas en las tropas imperiales son escasísimas.
La batalla de San Quintín fue uno de
los más grandes enfrentamientos españoles contra el ejército de
Francia que dio al Rey Felipe II una victoria decisiva. La batalla se
decantó del lado español el 10 de agosto de 1557, día de san
Lorenzo, por lo que el joven Rey mandó construir su palacio de El
Escorial con forma de Parrilla, en honor al santo del día de aquella
gran victoria.
Aquel primer periodo del reinado de
Felipe II estuvo lleno de añagazas. Por un lado, el Papa facilitó
la entrada de las tropas francesas en sus territorios de Italia en
cuanto tuvo noticia de la alianza con Enrique II, que ansiaba
conquistar el Milanesado y por encima de todo expulsar a los
españoles de Nápoles. Pero el duque de Alba rechazó la operación
francesa con tal eficacia que el Sumo Pontífice quedó aislado.
Felipe II acudió a Bruselas a
principios de agosto, adónde llegó con un ejército de 60.000 soldados
españoles y flamencos, que además recibía apoyo de
17.000 jinetes y 80 piezas de artillería. Lo
mandaba el duque de Saboya, que se había pasado al servicio de la
Corona española tras ser despojado del ducado saboyano por el rey
francés.
Un movimiento de distracción de los
españoles, hizo pensar a los mandos franceses que el objetivo era
Champaña y los franceses se tragaron el farol, enviando alli un gran
contingente de tropas. Solo entonces, los españoles desviaron la
lucha a San Quintin, llave estratégica del norte de Francia.
El 2 de agosto las compañías
españolas, se apoderaron del arrabal con gran determinación,
salvando los fosos y baterías defensivos. La respuesta francesa fue
enviar con prontitud al almirante Gaspar de Coligny al mando de un
contingente de socorro formado por apenas 500 hombres que logró
introducirse en la ciudad durante la noche del 3 de agosto.
Detrás venía el ejército francés al
completo, con unos 22.000 infantes, 8.000 jinetes y 18 cañones, bajo
las órdenes del condestable De Montmorency que trató de entrar
también en la ciudad junto a 4.500 soldados, pero no lo consiguió,
sino que cayó en una emboscada.
El 10 de agosto de 1557, festividad de
San Lorenzo. Montmorency expuso su avance a la posibilidad de una
maniobra envolvente y no hizo caso de quien le advirtió del peligro
y gracias a su ciega soberbia los españoles pudieran cruzar el río
por el puente de Rouvroy y sorprender a su ejército en mitad de la
maniobra de despliegue.
Rodeado por los cuatro costados,
Montmorency poco pudo hacer contra los españoles que destrozaron sus
filas con disparos de arcabuz mientras las alas caían con ímpetu
imparable sobre el ejército francés. Fue una carnicería y ni
siquiera Montmorency pudo evitar ser capturado por un soldado de
caballería, apellidado Sedano, que recibió 10.000 ducados en premio
de su acción.
Felipe II recibe la noticia el día 11 y el 13 acude al campamento a felicitar al duque de Saboya. Pero aquel día se ganó a pulso el calificativo de Rey Prudente.
Era la primera victoria desde que empuñaba el cetro y el entusiasmo de sus fieles le impulsaban a marchar sobre París. Pero él no quiso manchar la victoria con una campaña dudosa ni, por supuesto, dejar San Quintín en retaguardia aún en manos de franceses. Así que se centró en celebrar la fortuna de su reinado con la construcción de El Escorial en honor a San Lorenzo y ordenó que se tomase la plaza.
Al año siguiente, el 13 de julio, las
tropas españolas volvieron a vencer a las francesas en la batalla de
Gravelinas, lo que apresuró al Rey francés a firmar una paz
honrosa, la de Cateau-Cambrésis en 1559.
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