Tal día como hoy 17 de enero de 1024 En la sala caliente de los baños califales del Alcázar andalusí de Córdoba, es asesinado el califa Abderramán V durante un motín perpetrado por su primo Muhámmad III, quien se proclamaría undécimo califa tras el regicidio.
Abderramán V, fue el decimo califa de al-Andalus, nacido en Córdoba en 1002 y muerto en la misma ciudad en 1024, ajusticiado por su sucesor Muhammad III. Bisnieto del gran califa Abd al-Rahman III, tuvo el honor de restaurar en el califato a la dinastía omeya, aunque su reinado fue el más corto -tan sólo de cuarenta y siete días- de toda la historia de al-Andalus.
Tras la expulsión del califa al-Qasim ibn Hammud, el 9 de septiembre de 1023, los cordobeses decidieron confiar de nuevo sus destinos en un príncipe omeya. El 2 de diciembre se procedió a la elección de califa entre los tres candidatos todos ellos descendientes directos de Abd al-Rahman III:
Cuando todo hacía prever que la elección recaería sobre Sulayman, hijo del malogrado califa Abd al-Rahman IV, Abd al-Rahman hizo una entrada espectacular en la Mezquita Aljama, acompañado de un impresionante aparato militar, acto con el que se impuso a la multitud allí congregada. El pretendiente fue inmediatamente reconocido por todos y entronizado como califa.
A pesar de tener cierta capacidad para la política y de poseer una gran cultura y sensibilidad artística,su corta edad e inexperiencia en los asuntos de Estado, además de su falta de autoridad para imponerse en un período de crisis como el que le tocó en suerte provocaron su rápida defenestración.
Abd al-Rahman V supo rodearse de consejeros de valía, como Abu Amir ben Shuhayd, Abd al-Wahhub ben Hazam y el gran escritor Ali Ibn Hazam (-autor de la magnífica obra El collar de la paloma-, pero le faltó tiempo para restaurar la tradición de los grandes emires y califas de su dinastía, tal como era su propósito.
Abd al-Rahman V heredó una califato con el Tesoro Público totalmente esquilmado. Las escasas rentas que pudo recabar apenas llegaban para pagar a la mitad de todos los funcionarios que había reclutado. Semejante panorama le indujo, en contra de sus principios y voluntad, a iniciar una serie de expediciones ilegales para recabar dinero, lo que le granjeó la enemistad de la pequeña burguesía y de los estamentos más bajos de Córdoba, grupos ambos que fueron los más perjudicados.
Asimismo, como también carecía de un ejército competente para afrontar cualquier tipo de ataque exterior, el nuevo califa acogió a un escuadrón beréber que llegó a Córdoba a ofrecerle sus servicios. Semejante imprudencia bastó para desencadenar un violento motín en Córdoba. La población acorraló y maltrató a los odiados norteafricanos para, acto seguido, invadir el palacio califal.
Abd al-Rahman V intentó sustraerse al furor de la plebe enloquecida, y se escondió en el depósito de leña destinado a los baños reales. En el fragor de la revuelta, los amotinados encontraron en palacio a otro miembro de la familia omeya, también bisnieto de Abd al-Rahman III, llamado Muhammad ben Abd al-Rahman ben Ubayd Allah, el cual se había escondido temiendo por su propia vida.
Sin tan siguiera pedirle su parecer, los amotinados aclamaron al omeya como nuevo califa y le coronaron el mismo día de la asonada, el 17 de enero de 1024. La primera medida que adoptó el nuevo soberano, fue traer a su predecesor a su presencia y ordenar su ejecución inmediata.
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