Tal día como hoy, 1 de enero del año 1000, según un mito historiográfico, en esta fecha amplios sectores de la población europea, creyeron que este día sucedería el fin del mundo, al cumplirse los mil años del nacimiento de Jesucristo, por lo cual, se produjeron disturbios y hubo masivas peregrinaciones hacia Jerusalén, para poder morir en Tierra Santa..
El cristianismo, concibe el tiempo histórico y el mundo mismo como algo finito, destinado a desaparecer, cuando se produzca "la parusía", es decir, la segunda venida de Cristo. En ese momento, el Bien y el Mal se enfrentarán. Se producirá la resurrección de la carne, Cristo juzgará a toda la humanidad, tanto a los vivos como a los muertos, condenará a los pecadores, a la esclavitud del infierno y abrirá, las puertas de los cielos a los justos.
El concepto del milenarismo, toma gran parte de sus referentes de versículos del libro del Apocalipsis. En ellos, se describe el significado del milenio: "Después vi un ángel que descendía del cielo, con la llave del abismo y una enorme cadena en la mano. Tomó al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo, Satanás, y lo encadenó durante mil años. Lo lanzó al abismo, atrancó los cerrojos y los selló,, para que dejase de engañar a las naciones, por un período de mil años, pasados los cuales, tendrá que ser liberado, durante cierto tiempo".
Los teólogos cristianos, han empleado el término "milenio", para referirse tanto el supuesto período de paz de mil años, que siguen al encadenamiento del mal, como al inicio del subsiguiente milenio de tribulaciones, que emergerá una vez el Dragón, se libere de sus grilletes.
Algunos autores del cristianismo, como Agustín de Hipona, condenaron esa noción de milenarismo, que abogaba por el establecimiento del reino divino en la tierra. San Agustín sostuvo, en su lugar que, en la ciudad de Dios, el milenio, entendido como el momento de instauración del reino de los cielos y de los justos, ya era una realidad.
Durante el período carolingio, se aceptó el año 1000 como horizonte temporal para la segunda venida de Cristo y el establecimiento del reino de Dios en la tierra. Los monjes y clérigos medievales instruidos, buscaban llegar a lo invisible, a Dios, a través de lo visible, del mundo y, muy especialmente, de un análisis de los textos sagrados y sus comentarios.
Por otro lado, las escrituras afirmaban, que el período entre el fin de un milenio y el comienzo del siguiente, estarían marcados por hechos extraños y maravillosos, portentos y signos ominoso, que anunciaban que el fin de los días estaba cerca.
En los anales, que recogen los sucesos más importantes acaecidos en torno al año mil: cometas en los cielos, eclipses solares, carestías, epidemias, protestas, alzamientos, el surgimiento de herejías y de casos de corrupción, en el seno de la iglesia. Todos estos signos parecían sostener, que pronto terminarán esos mil años de encierro del Mal, en el abismo.
No solo los teólogos e intelectuales, se preocuparon por la cuestión milenaria, sino que la sensación de un final inminente, penetró en la vida cotidiana de la población. Hubo grupos de flagelantes, que buscaban el perdón mediante la fustigación del cuerpo y se utilizaron, las reliquias de los santos, para intentar devolver el orden social.
Después que hubo transcurrido el cambio del milenio, sin que se produjera el juicio final, la cuestión del milenarismo y del fin de los tiempos, continuó siendo tema de estudio de sacerdotes, teólogos y pensadores.
El italiano Joaquín da Fiore reinterpretó, con gran resonancia, el concepto de milenarismo durante el siglo XII. Lo entendió, como la llegada de la era del Espíritu Santo, un momento histórico de profundo cambio social y espiritual, en lugar de un verdadero fin del mundo.
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