Tal día como hoy 14 de febrero de 1509, Fernando el Católico recluye a su hija Juana “la Loca” en Santa Clara de Tordesillas - Valladolid -.
Juana I de Castilla llegó a Tordesillas cuando tenia 29 años, con el cadáver de su esposo, Felipe “el Hermoso”, muerto dos años antes y todavía sin enterrar y, su encierro duraría 46 años hasta su muerte en 1555.
De la residencia real donde estuvo, no queda nada en pie estando el lugar ahora ocupado por edificios de viviendas, tras haber ordenado Carlos III, en 1773, derribarlo, porque amenazaba ruina.
Pese a la proximidad del monasterio donde estaba enterrado su esposo, Juana nunca puso un pie allí hasta que en abril de 1555 ella también fue enterrada, aunque los restos de Felipe el Hermoso ya no estaban, pues habían sido trasladado a Granada treinta años antes.
Mientras su salud mental empeoraba, su padre, Fernando el Católico, controló sin oposición el poder en Castilla hasta la fecha de su muerte, prohibiendo que saliera de su residencia, ya que Juana se negaba a lavarse, cambiarse de ropa, dormía en el suelo y frecuentemente se negaba a comer, todo lo cual fue aprovechado por su padre para justificar su regencia.
La llegada de su hijo Carlos I a España en 1517, supuso un importante cambio en las condiciones de vida de la reina castellana, ya que sobre todo tras el estallido de la sublevación comunera, no sólo se mostró partidario de aislar a su madre, como ya había hecho su abuelo, sino que además, hizo todo lo posible para que fuera olvidada por todos.
Rescatada fugazmente del olvido por los comuneros, esta fue la única oportunidad que tuvo Juana en 38 año, para sacudirse la autoridad tanto de su carcelero, como de su hijo, ya que los comuneros se mostraron partidarios de restaurarla en el poder y la visitaron en palacio, pero la derrota de su causa en 1521, añadió un motivo más para dar la espalda a la soberana, y las familias nobles que apoyaron la lucha comunera borraron sus escudos solariegos para no dejar pistas a Carlos V de su respaldo a la reina loca.
Juana, padeció un terrible calvario los últimos años de su vida, ya que tras quedar paralizadas sus piernas, estuvo postrada en una cama sin apenas movilidad, lo que favoreció la aparición de llagas, que se hicieron permanentes, hasta que finalmente derivaron en gangrena, enfermedad entonces incurable para la que no existía tratamiento, además de que se negó a tomar las medicinas que le preparaban.
Tras perder el conocimiento, falleció el 12 de abril de 1555, a la edad de 76 años, sin que estuviese con ella ninguno de sus hijos y nietos, organizándose un discreto funeral días después en la iglesia del convento de Santa Clara, donde permanecieron sus restos hasta 1574, en que Felipe II decidió trasladar el cuerpo de su abuela a la catedral de Granada.
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