Tengo para mi, que cuando la folclórica María Jimenez cantaba aquello de, “tú que eres tan guapa y tan lista, tú que mereces un príncipe o un dentista”, estaba haciendo - a voces- una declaración de lo que estos profesionales son para la opinión pública.
En la actualidad tener un amigo dentista, es algo que casi te dignifica y te lleva a conocer un universo diferente al de los demás mortales. Sin crisis, sin agobios y con “jornales” en los que - en una mala tarde - pueden llegar ingresar más que la mayoría de sus clientes en un mes...
Ayer, mientras esperaba en la consulta de un amigo para que me extrajese la muela del juicio - ¡lo que me faltaba viejo y sin juicio!- pensaba que no siempre fueron así las cosas en el mundo de la dentición, y de eso es de lo que va la historia de hoy.
En mi época de bachillerato, estuve viviendo en casa de mi tía en la calle Ancha del Carmen del barrio del Perchel de Málaga, edificio hoy inexistente ya que lo demolieron cuando las obras de prolongación de la Alameda Principal.
Como los tiempos eran muy difíciles, para poder subsistir mi tía – viuda - se vio forzada a subarrendar a un dentista dos habitaciones de la vivienda, en donde este instaló su consulta.
-“Alfonso Vera - Dentista - Consultas Económicas de 7 a 9 ”, rezaba un cartel en letras negras a la puerta del inmueble. Como el rotulista no debía estar muy versado en horarios, el cartel resultó equívoco desde su colocación, pues la consulta se abría de 7 a 9 de la tarde, lo cual daba lugar a múltiples problemas.
Así no era raro, que por las mañanas subiese a la vivienda alguien preguntando si estaba el dentista, el “dientuo”, el “molero” o el “dientero”, términos nada extraños en aquella España de finales de los cincuenta.
Aquel día pasadas las ocho, cuando me disponía a salir para el instituto, alguien empezó a dar timbrazos con desespero, y - siguiendo las órdenes de mi tía - me dispuse a abrir.
-¡“Guenos” días...! dijo un hombre que aguardaba en el rellano, con la boina calada hasta las cejas y la cara hinchada con un terrible flemón, cubierto por un pañuelo atado a la cabeza.
- Que yo veía a ver al “sacamolero”, me espetó mientras se palpaba la mejilla.
- ¿A ver a quién...?- pregunté extrañado.
-¿Pues a quien va a ser...?, ¡Al que saca las muelas..., al sacamolero...!- agregó enfadado..
-¡Ah!, ¿Querrá usted decir al dentista ?– y aclaré- -Verá, eso es por la tarde...
-¿Como que es por la tarde...?, ¡Ahí abajo pone de siete a nueve, y eso es ahora...!
- Si señor, pero el cartel está equivocado y solo está por la tarde...
-¡Ni hablar -exclamó indignado- llevó ya tres noches sin pegar ojo, así que me tienen que sacar la muela ahora mismo...!
- Pero escúcheme señor...es que el dentista no vive aquí. El viene, pero no vive aquí... le dije con la poca paciencia de los adolescentes.
-Pues yo me quedo a esperarle – y sin mediar palabra entró y se sentó en una silla del vestíbulo.
Ante el cariz que tomaban las cosas, mi tía asumió el mando de la operación y con la claridad que la caracterizaba, puso en un instante en la puerta al quejoso enfermo.
- Bueno entonces le esperaré fuera.... fue su resignada respuesta.
Cuando volví al medio día, nuestro hombre seguía sentado en uno de los escalones de la casa, preguntando a todo el que pasaba cuando faltaba para las siete, porque no tenía reloj.
Aquella noche aún le oí nombrar a gritos toda la corte celestial, porque el dentista -vista la brutal infección- se negó a extraerle la muela si antes no se trataba con antibióticos.
En más de una ocasión - como solo una puerta me separaba de la consulta - pude oír, los alaridos de algún paciente al que – por habérsele pasado la anestesia – le sacaban la muela en vivo y a puro tirón...
En la juventud, mi profesión frustada fue la de médico, en la que soñaba llegar a convertirme en cardiólogo. Mi padre – filósofo de azada – siempre me decía lo mismo -“¡No, cardiólogo no, porque corazón solo hay uno...!, De hacerte, hazte dentista, que tenemos más de treinta piezas...”
Con la perspectiva actual mi progenitor, además de filósofo, era también profeta...
J.M. Hidalgo (Historias de Gente Singular)
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