En mi infancia, cuando llegaba el mes de enero y la luna se hacía la dueña del cielo, mi madre siempre decía que esta era la “luna de los gatos”, porque estos felinos entraban en celo de apareamiento durante sus frías y claras noches.
Pero la luna no solo fascina a los gatos, sino que de siempre ha sido fuente de atracción para enamorados y la de enero de forma especial, pues al encontrarse el satélite en su perigeo con respecto a la tierra, se ve mucho más cerca que el resto del año y, como decía un amigo noctámbulo, a la luna de enero solo le falta - para ser perfecta – que saliera en agosto, porque en este mes de buenas temperaturas, el fenómeno sería maravilloso.
También para los poetas ha sido la luna fuente constante de inspiración, atribuyéndola – no sé porqué - carácter femenino, ya para alabar la belleza de la amada, como Machado en su seguidilla “A la Luna de enero te he comparado, que no hay Luna más clara en todo el año”,o tachándola de equívoca y engañosa, como hace Zorilla con su “luna de enero”, donde la noche - jugando con ella al escondite - hace ver una realidad distinta de la que es: “...Pues por completa ilusión // La noche miente tan bien, // Que las cosas que se ven // No son las cosas que son”.
Pero si la luna es en todas partes clara en enero, creo que lo es aún más a las orillas del Guadalhorce, en donde la magia del sur hace de la noche día, hasta tal punto que algunos amantes de lo ajeno, usan de su luz para realizar sus fechorías en los campos en lo que - tanto ellos como sus víctimas – ha acabado por llamar “el lunazo”.
Sucedió hace años, en los inicios de la democracia, en donde en la ciudad se pensaba que lo que estaba en el campo no tenía dueño y, por consiguiente, había gente – tenida por normal – que los domingos iban el campo en su coche – con toda la familia - simplemente con la sana intención de robar...
Y si así actuaban los bien pensantes, imagina lo que hacían los que - de suyo - se dedicaban a esto como profesión.
En la zona de Campanillas próxima a Málaga, donde los campos estaban sembrados de alcachofas, se desplazaban cada noche en una excursión “recolectora” desde la cercana barriada de los Asperones, tanto gitanos como payos amigos de lo ajeno, que - provistos de bolsas o sacos - dejaban los sembrados en poco tiempo, más limpios que una patena.
Los agricultores, cansados de denunciar el hecho con nulo resultado, decidieron montar su particular guardia pretoriana en los campos, con la intención de – además de evitar los robos - dar un escarmiento a los ladrones, ya que las fuerzas del orden – inseguras en su actuación como todo en aquel tiempo – poco o nada lograban con sus nocturnas batidas.
El objetivo era muy sencillo, al caco cogido in fraganti se le sometía a un tratamiento, consistente en un baño en el Guadalhorce - naturalmente con ropa puesta - durante cuya maniobra de aproximación al cauce, solían escaparse algún que otro sopapo dirigido al involuntario bañista.
Una de esas noches en que sorprendieron a un gitano con un saco de alcachofas a medio llenar, mientras lo llevaban en volandas camino de las heladas aguas del río, este gritaba a pleno pulmón..
-¡Llamad a los civiles...!. ¡Llamad a la Guardia Civil..!.¡Que vengan los civiles....!
La luna, hechicera, enamorada, luminosa y traidora, ha visto en las noches de enero desde su trono en medio del cielo, a más de un gitano o payo, ir - como en procesión y contra su voluntad - camino del gélido cauce del Guadalhorce...
J.M. Hidalgo (Historias de gente singular)
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