Tal día como hoy 30 de enero de 1872, moría Felicitas Guerrero. Nacida en 1846, hija de un inmigrante y de una dama de la sociedad porteña, desde los 15 años ya comenzaba a brillar por su belleza en los salones de la sociedad de su tiempo. A los 18 años, obligada por su padre, se casó con Martín Gregorio de Álzaga, quien por ese entonces tenía 50 años y varias extensiones de tierra y una gran riqueza.
La chica, de 18 años, no quería saber nada con casarse con ese señor mayor, amigo de su padre. Martín Gregorio de Alzaga tenía 50 años, era inmensamente rico y el casamiento era perfecto para estrechar lazos que iban más allá de los sentimientos.
Felicitas, que había nacido en Buenos Aires el 26 de febrero de 1846, poco pudo hacer ante el matrimonio arreglado por su padre y el 2 de junio de 1864 se casó. Tuvieron dos hijos. Félix Francisco, muerto a los 3 años víctima de la epidemia de fiebre amarilla y Martín, quien falleció al nacer, curiosamente al día siguiente del fallecimiento de Alzaga, ocurrido el 1 de marzo de 1870, afectado profundamente por la muerte de su pequeño hijo.
Felicitas, de 24 años, se transformó en una hermosa viuda, dueña de una importante fortuna y de miles de hectáreas de campo, principalmente en la provincia de Buenos Aires. Pretendientes no le faltaron. El poeta Carlos Guido Spano la había descrito como “la mujer más hermosa de la República Argentina”.
Uno de los que estaba atraído por ella se llamaba Enrique Ocampo, también de una familia porteña de renombre. Enrique la visitaba con la esperanza de poder llegar a formalizar una relación, aunque Felicitas mantenía una distancia amistosa.
Felicitas amaba el campo. Solía pasar temporadas en su estancia La Postrera, en el partido de Castelli, donde se criaban ovejas. Tenía además miles de hectáreas, que iban desde el río Salado hasta el actual partido de General Madariaga.
Una tarde, paseando con su carruaje por tierras alejadas de su estancia, la sorprendió una tormenta y se perdió. De pronto, se cruzó con un jinete que la tranquilizó y la acompañó en el regreso. Se llamaba Samuel Sáenz Valiente, era joven y estanciero.
La pareja anunció su compromiso para el 29 de enero de 1872. Tenía días agitados por delante. Estaba organizando la inauguración de un puente de hierro sobre el Río Salado, cercano a La Postrera, lo que permitiría transitar aún con crecidas. Sería un acto importante, en el mismo campo, al que concurriría el gobernador bonaerense, Emilio Castro.
Ese día, Felicitas había ido al centro a realizar unas compras. Cuando regresó, ya estaban los invitados, a los que le anunciaría su casamiento. Antes de subir a sus habitaciones a cambiarse, le avisaron que la esperaba Enrique Ocampo, para hablarle en privado. Pensó en darle cualquier excusa para evitarlo, pero finalmente asintió en verlo.
Luego de saludar a su prometido y a los invitados, se dirigió a la sala donde un atribulado Ocampo la esperaba. Ambos discutieron. Escucharon que Ocampo le preguntaba a Felicitas si se iba a casar con él o con Samuel y ante la respuesta evidente, sacó un revólver y amenazó que, si no se casaba con él, no lo haría con nadie.
Felicitas intentó escapar de la sala, pero recibió un tiro en la espalda y cayó desplomada. Su hermano y su primo entraron y las versiones de lo que ocurrió difieren. Una, que Ocampo se suicidó, otra que los dos hombres lo mataron. Aparentemente, el cuerpo de Ocampo presentaba más de un orificio de bala. El juez Ángel Carranza dictaminó que el hombre se había suicidado, y el caso fue cerrado.
El proyectil que había herido mortalmente a la muchacha había afectado la columna y el pulmón. Felicitas agonizó unas horas y falleció en la madrugada del día siguiente. La ironía del destino quiso que su cortejo fúnebre coincidiera, en la entrada de la necrópolis, con el de su asesino, Ocampo.
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