Tal día como hoy 20 de julio de 1933, en el Vaticano tiene lugar la firma del Concordato del Reich entre la Santa Sede y la Alemania nazi de Hitler. El documento, firmado por un lado por el cardenal secretario de Estado, Eugenio Pacelli, futuro papa Pío XII, y el vicecanciller alemán, Franz Von Papen, obliga a los sacerdotes y las asociaciones religiosas a abstenerse de cualquier actuación política en Alemania y los obispos deberán jurar por Dios fidelidad al Gobierno además de ser obligatorias las oraciones por la prosperidad del Reich.
La Iglesia católica durante el nazismo trata de las relaciones entre la Iglesia católica alemana, especialmente el clero, y el poder nazi desde el periodo anterior a la llegada al poder del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán en enero de 1933 hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, en mayo de 1945.
Alrededor de un tercio de los alemanes eran católicos en los años treinta, la Iglesia católica en Alemania había hablado contra el ascenso del nazismo, pero el Partido de Centro - llamado también Partido Católico- capituló en 1933 y fue prohibido.
Los papas Pío XI y Pío XII lideraron la Iglesia católica durante el ascenso y la caída de la Alemania nazi. Adolf Hitler y varios nazis clave habían sido educados como católicos, pero se volvieron hostiles a la Iglesia en su edad adulta. Aunque el artículo 24 de la plataforma del NSDAP exigió la tolerancia condicional de las denominaciones cristianas, los nazis eran esencialmente hostiles al cristianismo y se enfrentaban a la persecución nazi de la Iglesia católica en Alemania.
La prensa, las escuelas y las organizaciones juveniles se cerraron, se confiscaron muchas casas y alrededor de un tercio de su clero se enfrentó a represalias de las autoridades. Los dirigentes laicos católicos estaban destinados a la purga durante la Noche de los cuchillos largos. La jerarquía de la Iglesia intentó cooperar con el nuevo gobierno. Pero, en 1937, la encíclica papal Mit brennender Sorge, acusó al gobierno de una hostilidad profunda, oculta o manifiesta, contra Cristo y su Iglesia.
Entre las manifestaciones más valientes de oposición en el interior de Alemania, se encontraron los sermones de 1941 del obispo August von Galen de Münster. Sin embargo, “Ni la Iglesia católica ni la Iglesia evangélica, como instituciones, consideraron que era posible tener una actitud de oposición abierta al régimen”. En todos los países bajo la ocupación alemana, los sacerdotes tuvieron un papel importante en el rescate de los judíos. Pero la resistencia católica al maltrato de los judíos en Alemania se limitaba, generalmente, a esfuerzos fragmentados y en gran medida individuales.
Cuando la política entró en la Iglesia, los católicos estaban dispuestos a resistir, pero que el resultado fue de manera irregular y desigual, y que, con notables excepciones, parece que para muchos alemanes, la adhesión a la fe cristiana fue compatible con al menos la aquiescencia pasiva, si no el apoyo activo, a la dictadura nazi.
Los católicos lucharon en ambos bandos en la Segunda Guerra Mundial. La invasión de Hitler de Polonia, predominantemente católica, encendió el conflicto en 1939. Aquí, especialmente en las zonas de Polonia anexionadas al Reich —como en otras regiones anexas de Eslovenia y Austria—, la persecución nazi a la Iglesia era intensa. Muchos clérigos fueron objeto de exterminio. A través de sus vínculos con la Resistencia alemana, el papa Pío XII advirtió a los aliados de la invasión nazi prevista de los Países Bajos en 1940. A partir de este año, los nazis reunieron a los sacerdotes disidentes en un barracón separado en Dachau donde el 95 % de sus 2720 internos eran católicos y 1034 sacerdotes murieron allí. La expropiación de las propiedades eclesiásticas aumentó a partir de 1941.
La Santa Sede, con la Ciudad del Vaticano rodeada de la Italia fascista, fue oficialmente neutral durante la guerra, pero utilizó la diplomacia para ayudar a las víctimas y trabajar por la paz. Radio Vaticano y otros medios de comunicación se pronunciaron contra las atrocidades. Mientras el antisemitismo nazi abarcaba los principios raciales modernos, las antipatías antiguas entre el cristianismo y el judaísmo contribuían al antisemitismo europeo.
Durante la era nazi, la Iglesia rescató
a muchos miles de judíos, emitiendo documentos falsos, presionando
los oficiales del Eje, escondiéndolos en monasterios, conventos,
escuelas y otros lugares; incluso en el Vaticano y en la residencia
papal de Castel Gandolfo. El papel del papa durante este periodo es
discutido. La Oficina Central de Seguridad del Reich calificó a Pío
XII de “portavoz” de los judíos. Su discurso navideño de 1942
denunció asesinatos raciales y en su encíclica Mystici Corporis
Christi de 1943, denunció el asesinato de los minusválidos.
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