miércoles, 15 de abril de 2020

La masacre de la plaza de Tiananmen

Tal día como hoy 15 abril de 1989, comienza en Pekín la revuelta de la plaza de Tiananmen, que se produce tras la muerte del líder de la República China: Hu Yaobang. Las protestas acabarían el 4 de junio de ese mismo año, dejando un saldo de más de 400 víctimas mortales, todas ellas civiles.

Bajo el manto de silencio impuesto por el régimen, China atraviesa este miercoles la conmemoración del aniversario de uno de los episodios más dolorosos de su historia reciente, cuando en la noche del 3 al 4 de junio de 1989, los tanques del ejército chino pusieron fin a siete semanas de manifestaciones a favor de la democracia en la Plaza de Tiananmen. Y mientras el resto del mundo se hace eco de la efeméride, el mutismo en el gigante asiático es total.

Más de tres décadas después y sin balance oficial de la masacre, distintas fuentes hablan de varios centenares y de hasta varios miles de muertos en una matanza que, a pesar de haberse popularizado como "la de Tiananmen", se produjo en numerosos lugares de la capital china.

"Nadie sabe el número exacto porque, 30 años después, las autoridades chinas siguen haciendo todo lo que pueden para impedir que la gente pregunte sobre ese día o incluso hable de ello", afirman desde Amnistía Internacional.

De hecho, las movilizaciones y posterior represión de Tiananmen, además de ser un tema tabú, son desconocidos o muy lejanos para la mayoría de la población, especialmente para los jóvenes nacidos después de la masacre.

Y quienes sí los conocen e intentan recordarlos se enfrentan a la persecución, el exilio o la cárcel como Chen Bing, un joven activista condenado a 3 años de prisión por etiquetar un licor con el nombre del "4 de junio" para conmemorar la masacre.

Es cierto que China es más próspera ahora que hace 30 años, pero también lo es que cercena más libertades. El país ha multiplicado por treinta desde entonces su Producto Interior Bruto y ha sacado de la pobreza a millones de personas, pero las libertades políticas están ahora mucho más restringidas.

Lejos de conformarse con las herramientas de control tradicionales - propaganda, medios de comunicación o educación- , Pekín ha desarrollado un autoritarismo tecnológico, a través de dos elementos: internet y la vigilancia urbana. Así, el Gobierno se vale del control del ciberespacio, de más de 200 millones de cámaras de vigilancia y una amplia red de espías para controlar a la población.

Asimismo, los debates en redes sociales están estrictamente controlados por el Gobierno y sus operadoras, que no vacilan en borrar cualquier perfil o contenido controvertidos, como evidencian los 24,7 millones de mensajes eliminados y las 3,6 millones de cuentas cerradas..

Sin embargo, los dirigentes chinos parecen haber tenido éxito en inocular en la población la idea de que la estabilidad social conlleva prosperidad y es clave para el crecimiento económico y que, por el contrario, la democracia significa inestabilidad y crisis.

Desde 1989 represión política y apertura económica han ido de la mano, el bienestar generado por una, compensaba los sinsabores de la otra. La cuestión es saber si un parón económico sería capaz de mantener esa dualidad.


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