Tal día como hoy, 21 de julio de 1925,
John T. Scopes fue condenado por violar la ley del estado de
Tennessee por enseñar la teoría de la evolución de Darwin en el
llamado “Juicio del mono”. La condena fue posteriormente anulada.
Para los muchos que creían
literalmente en la historia de “la creación” relatada por la
Biblia, la teoría de la evolución, propuesta por Charles Darwin en
1859 resultaba blasfema, y su aceptación era una prueba de la
decadencia y la degradación de la sociedad. Algunos estados sureños,
en los que el fundamentalismo religioso estaba más arraigado,
aprobaron leyes que prohibían la enseñanza de la teoría
darwinista.
En Tennessee se había instaurado la
“Butler Act”, según la cual en las escuelas públicas no podía
enseñarse ese “engendro del demonio disfrazado de teoría
científica” que era la teoría de la evolución. La única
historia verdadera era la de la Biblia, la de Adán y Eva, moldeados
por Dios desde el barro y una costilla respectivamente.
Cualquier profesor que se atreviese a
predicar las atrocidades que sostenía Darwin en lo referente al
origen del ser humano debería atenerse a las consecuencias. La
“lógica” decía que un mono o una cucaracha pueden descender de
donde les de la gana, pero el hombre, solo de Dios.
Y ocurrió que un joven maestro de la
ciudad de Dayton, John T. Scopes, decidió en la clase de ciencias
explicar ese tema. Hay que decir que Scopes sabía perfectamente lo
que hacía y sus consecuencias.
Y así se llegó al juicio, que fue una
verdadera batalla entre el dogma y la razón. La fiscalía estaba
representada por William Jennings Bryan, exsecretario de Estado
demócrata y excandidato presidencial en tres ocasiones. En defensa
del acusado actuó Clarence Darrow, considerado uno de los mejores
abogados del país.
El juicio duró ocho días, pero al
final del mismo el jurado tardó solo nueve minutos en dar su
veredicto. Scopes fue declarado culpable. Su castigo fue una multa de
cien dólares (luego la multa se redujo a un dólar) porque al fin de
cuentas admitió haber impartido enseñanzas sobre la evolución,
pero se libró de la pena de cárcel, que era lo que había pedido el
fiscal. A pesar del fallo, el resultado del juicio fue interpretado
como un triunfo de los evolucionistas.
Apenas terminó el juicio, William
Jennings Bryan repartió entre los periodistas copias de su alegato
final. Dicho alegato no fue leído por él mismo en el juicio en
forma completa, pero el fiscal quiso hacer públicas a través de la
prensa sus conclusiones, que eran en realidad una declaración
creacionista que apelaba al aspecto moral y la fe.
El escrito finalizaba con una expresión
de fe: “Fe de nuestros padres, viva aún, a pesar de la mazmorra,
el fuego y la espada; oh, cómo nuestros corazones laten fuerte con
alegría al escuchar esa gloriosa palabra. Fe de nuestros padres. Fe
sagrada; ¡te seremos fieles hasta la muerte!” .
El fiscal William Jennings Bryan
fallecería de un ataque cardíaco, a los sesenta y cinco años,
cinco días después de finalizado el juicio.
La ley de Tennessee sobrevivió, pero
sin ser aplicada, hasta 1967. Lo que se enseña hoy en muchas
escuelas en Estados Unidos sigue, casi un siglo después, dando
vueltas entre el creacionismo y el evolucionismo.
En los estados de Texas, Oklahoma,
Dakota del Sur e Indiana, están estudiando la implantación de
leyes para poner ambas opciones al mismo nivel de enseñanza.
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