Tal día como hoy, 18 de agosto de 1915, en el marco de la Iª Guerra Mundial, los alemanes utilizan zepelines para lanzar bombas sobre Inglaterra y cuando un zepelín alemán apareció sobre Holanda, los soldados holandeses abrieron fuego y lo derribaron.
El estallar la Primera Guerra Mundial, tanto la naciente fuerza aérea como la marina alemana tenían varias unidades de zepelines. Las primeras misiones de estos gigantescos aeróstatos fue la observación de los movimientos del enemigo, especialmente en el mar del Norte y el Báltico donde controlaban rutas y descubrían los campos de minas que los ingleses colocaban contra sus submarinos. Pero pronto fueron utilizados como una nueva arma de guerra.
Pocas semanas después del comienzo de las hostilidades, uno de ellos dejó caer varias bombas sobre la ciudad de Amberes, Bélgica, causando seis muertos. Y durante el otoño de 1914, varias ciudades belgas y francesas –especialmente París- fueron visitadas, casi siempre de noche, por aquellas alargadas y silenciosas aeronaves que lanzaban bombas de todo tipo.
A principios de 1915, el káiser Guillermo II aprobó realizar una campaña aérea contra objetivos estratégicos ingleses, excluyendo zonas residenciales y edificios civiles sin valor militar como palacios reales o museos. Tras un par de tentativas infructuosas por las adversas condiciones meteorológicas, el 19 de enero dos zeppelines, lanzaron 50 kilos de explosivos y unos 3 kilogramos de bombas incendiarias en Great Yarmouth, Sheringham, y otras poblaciones vecinas, con tanta imprecisión que los 4 muertos y los 16 heridos fueron civiles.
A partir de entonces, siempre que la niebla y el viento lo permitían, los dirigibles con base en la costa belga bombardearon industrias y poblaciones. La táctica era sencilla, amparados por la noche, ascender hasta diez mil pies, algo que ningún avión de la época podía hacer, dejarse llevar por el viento, aprovechando la capa de nubes que cubre el canal de la Mancha para no ser detectados y descender por sorpresa para bombardear el objetivo. La inexistencia de rádar acababa de facilitar la navegación, ya de por sí bastante silenciosa, de los zepelines.
Tras unos meses de incursiones en el sur de Inglaterra, el káiser autorizó el bombardeo de Londres, que pasó a convertirse en el objetivo preferente de los alemanes. El 31 de mayo un zepelín bombardeó por primera vez la capital británica causando siete muertos. Las incursiones más destructoras se realizaron durante el año 1915. La más mortífera, en la noche del 13 al 14 de octubre cuando cinco dirigibles mataron a 71 londinenses. Después fueron sustituidos progresivamente por los aviones Gotha, bombarderos de largo alcance con mayor capacidad para sembrar el terror –el 13 de junio de 1917 mataron a 162 civiles, el más letal ataque aéreo en Gran Bretaña durante la Primera Guerra Mundial.
Los alemanes durante los primeros meses de la guerra se obstinaron en convertir los dirigibles en un arma estratégica, confiados en los modelos más sofisticados y blindados que les proporcionaba la fábrica del conde Zeppelin. Pero las naves eran lentas, pesadas, fáciles de detectar y muy vulnerables en cotas bajas. Los ingleses aprendieron que podían derribarlos poco después de que despegaran de sus bases en Bélgica o de los navíos alemanes que navegaban en el canal de la Mancha. También la mejora tecnológica de los nuevos aviones y el desarrollo de la artillería antiaérea, marcó el ocaso de los zepelines. Los pilotos ingleses se atrevieron a entablar combates a mayores altitudes, conscientes de que sus balas incendiarias podían hacer explotar el gas encerrado en la bolsa del dirigible.
Aunque, de acuerdo con las fuentes oficiales, el número de víctimas civiles británicas por los raids aéreos fue relativamente pequeño: 1.413 muertos, la extensión de la guerra en el aire y el comienzo del bombardeo de poblaciones tuvo consecuencias reveladoras. El enemigo era capaz de atacar ciudades muy alejadas de las zonas de conflicto, de destruir recursos vitales para la industria de guerra y de convertir a los civiles en objetivo militar para quebrantar su moral. También sirvió para desarrollar nuevas formas de defensa: alarmas para la población, refugios subterráneos, reflectores de búsqueda y desarrollo de la artillería antiaérea.
Tras su fracaso como arma de guerra, los zepelines volvieron a ser utilizados como un medio de transporte civil, que en sus inicios se creía desplazaría al avión. Pero pese a la expectación que levantaban en todas las ciudades donde aterrizaban, particularmente el Graf Zeppelin , un gran dirigible que inició sus viajes en 1928 –sobrevoló en varias ocasiones Barcelona, donde aterrizó en octubre de 1932–, pero la explosión del Hindenburg en Nueva Jersey el 6 de mayo de 1937, provocando la muerte de 36 de sus 97 ocupantes, significó el fin de la efímera era de los zepelines.
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