domingo, 1 de agosto de 2021

La isla de la Tortuga, nido de piratas del siglo XVII

Tal día como hoy 1 de agosto de 1664 la isla de la Tortuga, cercana a Haití, es ocupada por bucaneros que la convierten en su principal base para operaciones de piratería en el Mar de las Antillas.

A día de hoy, una visita a esta pequeña isla, situada a pocos kilómetros al noroeste de Haití, apenas puede aportar emoción. Cristóbal Colón fue quién declaró este pedazo de tierra como parte de la corona española, quién arribó a su costa en diciembre de 1492 y, divertido por la forma que poseía, decidió llamarla Isla de la Tortuga.

Imposible de tomar desde su zona norte (conocida por sus montañas infranqueables) y dueña de un excelente refugio marítimo al sur, supuso un enclave ideal para criar ganado vacuno durante los primeros años de posesión española y, a partir de 1502 la isla formaba parte de la gobernación de La Española, bajo el control administrativo y militar de Nicolás de Ovando.

Ovando no tardó en perder el norte de La Española y la isla de la Tortuga a manos de colonos ingleses, franceses y renegados españoles procedentes de la isla de San Cristóbal. El combate fue violento y breve. España no volvería a tener el control de Tortuga hasta un siglo y medio después, aunque antes la intentaría recuperar en diversas ocasiones con catastróficos resultados.

Los bucaneros (individuos dedicados a la caza de carne para luego ahumarla a la bucán y venderla) se asentaron cómodamente en la isla y, plantando y vendiendo tabaco a la vez que la carne a los holandeses, consiguieron su protección frente al poderío militar del Imperio español.

François Levasseur. Oficial de la Armada francesa, por órdenes de sus superiores, arrebató la isla a los ingleses en un duro combate que terminó el 31 de agosto de 1640, fue nombrado gobernador de la misma y rápidamente trabó amistad con bucaneros y cultivadores de tabaco, además de los filibusteros y proclamó una especie de República independiente y se distanció del gobierno francés.

Filibusteros y bucaneros se aliaron con Levasseur para crear la Cofradía de los Hermanos de la Costa, algo así como la Hermandad de los Piratas. Las normas de esta despiadada cofradía eran simples: se compartían los botines a partes iguales entre todos sus integrantes y existía cierto orden democrático a la hora de elegir sus líderes. Levasseur tomó todas las medidas posibles para hacer de la isla imposible de tomar, construyó una fortaleza llamada La Roca para defender los puertos vulnerables de la costa sur.

Pero Levasseur, cegado por las riquezas que los filibusteros traían a la isla, envalentonado por su poder y sediento de más riquezas y mucho más poder, terminó definitivamente toda relación con Francia y comenzó a enfrentarse a la Cofradía. El tirano murió acuchillado por su propio ahijado tras un motín en la isla.

Aprovechando la muerte de Levasseur y el revuelo del motín, el capitán general de Santo Domingo, Juan Francisco Montemayor, atacó la isla y consiguió conquistarla en ocho días. Era enero de 1654 y no habría de pasar más de un año hasta que el gobernador de Santo Domingo retiró la guarnición española de Tortuga para proteger La Española de un posible ataque inglés. Seis meses después los filibusteros ingleses y franceses regresaron a la isla.

Ingleses y franceses, ambos enemigos de España decidieron gobernar la isla en conjunto con la Cofradía de los Hermanos de la Costa, y tras nombrar gobernador a un viejo cofrade, permitió atacar con mayor precisión a los buques españoles. Podría decirse que fue en este momento, al completarse el abrazo de bucaneros y piratas, cuando comenzaron los famosos años de piratería en el Caribe, con Tortuga como base.

A partir de este momento, se mezclan las leyendas con la realidad. Piratas como Henry Morgan o François el Olonés, dueños de flotas de hasta 40 embarcaciones y miles de hombres, salían desde Tortuga para masacrar a los españoles. Abordaban barcos cargados de oro y plata y regresaban victoriosos. Monarcas del Viejo Continente les otorgaban títulos nobiliarios. Famosos marinos sucumbían bajo sus cañones.

Pero no eran más que un puñado de nombres. La realidad es que la vida pirata no era la mejor, por esta razón necesitaban correr a esconderse en su pequeña isla. Se enfrentaban a España una poderosa potencia militar con territorios repartidos por todo el mundo, sustentada con veteranos de mas batallas, que las vividas por los piratas.

La vida de estos infelices terminaba por lo general a manos del acero español o, en todo caso, alcoholizada como la de Morgan. Ni siquiera el Olonés se libró de una muerte terrible cuando fue descuartizado por indígenas en Panamá. La dificultad de sobrevivir para los piratas y las traiciones que llevaron a cabo entre ellos mismos, llevó a que para finales del siglo XVII no fuera más que una sombra de lo que fue. Destruida por sus propios hombres y rematada por España y casi deshabitada porque muchos de sus habitantes, colgaban de las horcas en Santo Domingo.


 

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