-Lo lamento profundamente,- dijo el médico mientras golpeaba amistosamente su espalda- pero no da usted la talla requerida. -¡Que pase el siguiente! - agregó volviéndose hacia su ayudante.
Como una autómata, Palmira abandonó el local de reconocimientos, procurando evitar la presencia de los otros compañeros, para no verse obligada a dar explicaciones.
¡Por un centímetro, por un maldito centímetro, todo su sueño se había esfumado en unos instantes! Para ser agente femenino de policía era preciso medir un metro con sesenta y cinco y ella, por lo visto, no llegaba.
La ilusión por ser policía le había acompañado desde su niñez. En el colegio, mientras sus otras compañeras de clase jugaban a ser mamás, a las casitas o a hacer compras, ella - la mayor parte de las veces sin lograrlo - se aproximaba a los niños con la intención de participar en una lucha entre policías y ladrones en las que, además, quería siempre estar en el bando de los primeros. Si alguna vez logró su objetivo, lo fue a costa de haber hecho de bandido, de rehén e incluso de caballo en otros cien juegos anteriores, pero a pesar de todo, notó que llegar a ser policía de verdad, era su auténtica vocación.
Pero al fin y al cabo, con ser difícil, eso no eran sino juegos. La vida real presentaba para ella aún unas más negras expectativas, porque la pertenencia a los cuerpos armados, estaba reservada por tradición secular, a los varones. Pese a todo, Palmira aún y sabiendo que era una quimera, no se perdía una noticia en la que no fuesen protagonistas sus admirados agentes.
Cierta mañana, una noticia de prensa la hizo gritar de alegría en plena calle; “Las mujeres podrán pertenecer al ejército y a los cuerpos de seguridad...” decía el titular. Ni un premio en la lotería hubiese obrado tal reacción en la joven, que a partir de ese feliz momento, solo vivió intentando hacer realidad su sueño; tenía la edad, los títulos, las condiciones requeridas...
Con un entusiasmo como nunca nadie antes le había advertido, se afanó en la preparación del examen de ingreso. Sabía el programa de oposición mejor que su propio nombre, estaba tan segura de aprobar... tan segura ... pero al final, la falta de un centímetro, de algo que no podía adquirirse con esfuerzo, la excluía para siempre de su más caro y antiguo deseo.
Pero Palmira era una mujer singular, por eso contamos aquí su historia. Diez milímetros, eran una cantidad muy pequeña para que su tenacidad no pudiese superarlos y una semana después de lo sucedido volvió - para sorpresa de amigos y familiares - con más intensidad si cabe, a enfrascarse en sus libros, y preparar nuevamente la próxima oposición de ingreso, que según le dijeron, se celebraría en breve.
Todos los que la apreciaban le ofrecían, con intención de ayudarla, soluciones; unos decían conocer unas hierbas maravillosas que hacían crecer, otros le recomendaban hacerse un peinado especial que supliese la deficiente altura, estos le proponían colgarse cada mañana por los pies durante una hora, aquellos afirmaban saber de una prótesis indetectable bajo la planta del pie, que le haría superar la prueba...
Palmira escuchaba a todos, y asentía con la cabeza a cada uno de los remedios, sin decir ni si ni no a ninguno de ellos, de modo que como nunca negaba, y por contra tampoco parecía aplicarlos, se comenzó a rumorear que de la obsesión se le estaba comenzando, como a Don Quijote, a deteriorar la azotea.
Y finalmente llegó el examen. “El día quince de mayo con traje de deporte deberá hallarse en...” rezaba la papeleta de su convocatoria, y la noche anterior mientras la leía, puso en práctica Palmira el maravilloso remedio contra su problema.
Después de encerrarse en su habitación con llave, y una vez se hubo encomendado a la providencia, se sentó frente al tocador, y luego de extraer de uno de los cajones un enorme mazo de madera, de los usados para machacar carne, que allí tenía preparado, se descargó sobre su cabeza un descomunal mazazo con toda la fuerza de que fue capaz. Todas las constelaciones del universo conocido, y algunas de otros aún por descubrir, pasaron en unos instantes frente a ella, pero a punto de perder el conocimiento, aguardó paciente el resultado del fenomenal impacto.
A la mañana siguiente, mientras el listón de medir del facultativo se apoyaba sobre la cabeza de nuestra heroína, que hubo de cerrar los ojos, para poder aguantar el agudo dolor causado en el gigantesco chichón que sobre ella había, unas palabras llegaron como música a sus oídos. ¡Talla superada, que pase el siguiente!
En la actualidad, la dedicación, el entusiasmo y el espíritu que la anima, han hecho olvidar a los ciudadanos a quienes por entero sirve, a sus compañeros, y a las personas que la conocían, que la agente número veinte mil quinientos tres, de nombre Palmira, no parece bastante alta para pertenecer a la policía.
J.M. Hidalgo (Gente Singular)
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