Aún hoy en día, es muy común, que – en los veranos - al pasar por las carreteras del sur, se vean amontonados en lugares ya deliberadamente elegidos por los agricultores, ingentes cantidades de melones apilados y preparados para su venta.
Se sitúan bajo cobertizos construido para la ocasión, con postes de madera y cubiertos de hojas de palmera o similar, para así tenerlos a resguardo del ardiente sol andaluz, y poder ser ofertados a los que circulan por la carretera, ya sea al peso o por piezas, presumiéndose, que al ser un trato directo desde el productor al consumidor, es más bajo su precio y mayor su calidad, aunque esto – en la realidad - no sea siempre, rigurosamente cierto.
Pepe, desde siempre, se dedicó a esta actividad, en la que a base de realizarla se había convertido en un experto, por eso no era extraño, que desde que empezaba la temporada de melones, y hasta su conclusión, a Pepe, no le faltaba nunca trabajo, porque los cosecheros, sabiendo de su buen hacer, tenían asegurado - ya desde antes de comenzar la campaña - un aumento de sus ventas, si era Pepe el que gestionaba su comercio.
Durante los inviernos, en que al no haber melones no podía dedicarse a este trabajo, vivía a salto de mata, de acá para allá en todo aquella actividad del campo que surgiera, pero trabajase en lo que trabajase, e hiciese lo que hiciese, todo el mundo en el pueblo, le conocía solo como Pepe “el de los melones”, sustituyendo la actividad al apellido, por lo que casi nadie sabía en realidad cual era este.
La mayor parte de su éxito como vendedor, se cifraba en su gracejo andaluz y en su chispeante ingenio, que convertía en chiste cada frase que pronunciaba, haciendo las delicias de sus interlocutores, los cuales siempre que hablaban con él, y no importaba sobre que tema, esperaban una salida brillante a su conversación, y por lo general casi nunca se veían defraudados.
Solía ser un asiduo de los bares, en donde acodado a la barra, podía pasar veladas enteras, trasegando botellas de fino u otros caldos de diferente graduación alcohólica. La taberna, casi nunca ha sido un vicio barato, y aunque Pepe tenía merecida fama como melonero, los ingresos que esta actividad generaba, no daban para permitírselo, por lo que nuestro hombre solía tener kilométricas cuentas de deudas, en las tascas que frecuentaba, las cuales iba alternando al objeto de no enfadar demasiado a los taberneros.
Era en el invierno – periodo de nula actividad laboral en lo suyo – cuando tales cuentas arrojaban los saldos más altos y fue justamente en esa época cuando sucedieron las anécdotas que cuento.
Una noche – sin una peseta en el bolsillo – salió sigilosamente del bar, después de haberse tomado varias consumiciones, y sin tan siquiera decir adiós, dejando una deuda de algo más de cinco duros, que ya era una cantidad muy considerable para la época. A la mañana siguiente, el dueño del ventorro, sabedor de que nuestro personaje madrugaba para ir a trabajar, se apostó a la puerta del establecimiento, y nada más verle aparecer en la calle, le espetó en tono de irónico aviso.
-“Pepe, ¿tu sabes que tienes aquí en el bar, veintisiete pesetas de anoche...?” a lo que nuestro personaje sin inmutarse le contestó –“Bueno hombre, no te preocupes por eso, guárdamelas, que ya las recogeré esta tarde cuando regrese”... y dejando desconcertado al tabernero siguió su camino.
Pero la que para mí es una de sus mejores ocurrencias, fue la protagonizada – como no, también en un bar - una fría mañana de invierno, en la que al objeto de “matar el gusanillo”, como se dice al tomar la primera copa del día, se acercó a la barra del de la plaza mayor, y pidió una de aguardiente seco.
Una vez se la hubo tomado, y llegó la hora de pagar, Pepe, con la mayor naturalidad dijo al tabernero al que sobradamente conocía:
–“Alonsito, esta apúntamela...” El tabernero, que conocía de sobras lo moroso del personaje, con cara de vinagre le dijo en tono de pocos amigos.
-¿...Y no te parece que es muy temprano para empezar ya a apuntar...? .Sin tan siquiera un segundo de duda, nuestro héroe, mientras cogía la taleguilla en donde llevaba la comida del día, y se dirigía a la salida, contestó
–“Bueno Alonso, no te incomodes hombre, si te parece que ahora es muy temprano, pues me la apuntas a eso de las doce y media o la una...”
Cuentan, que el tabernero – cuyo fuerte no era su sentido del humor - fue el mayor difusor de lo sucedido, y no precisamente como algo divertido.
Personalmente creo, que con su ocurrencia, Pepe había ya dejado pagado su aguardiente. Al menos yo, le habría invitado muy a gusto.
J. M. Hidalgo (Gente Singular)
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