Tal día como hoy 12 de febrero de 1809
nacía Charles Robert Darwin, un joven de familia acomodada que iba
para médico y cura, pero acabó sentando las bases de la teoría de
la evolución a través de la selección natural.
A día de hoy, ya nadie niega en el
ámbito científico que las especies van cambiando a lo largo del
tiempo, y tan solo la corriente creacionista, basada en creencias
religiosas y pseudocientíficas, defiende que las formas vivas son
inamovibles, surgidas de la mano de un actor creador de todo lo que
existe.
Pero, en el siglo XIX, el panorama era
bien distinto, y las ideas recogidas por Darwin en su obra culmen, El
origen de las especies (1859), fueron recibidas con una mezcla de
escepticismo y burla.
Darwin dio la vuelta al mundo
recogiendo especímenes y reuniendo pruebas que demostraban que las
especies cambian en el tiempo y evolucionan según la selección
natural.
Esta teoría se basa en que algunos
organismos presentan variaciones hereditarias que les capacitan para
vivir más y dejar mayor descendencia que otros. De este modo,
generación tras generación, se produce una acumulación de
características favorables que mejoran la adaptación de la especie
a su entorno.
Su obra fundamental, El origen de las
especies por medio de la selección natural, o la preservación de
las razas preferidas en la lucha por la vida, publicada en 1859,
estableció que la explicación de la diversidad que se observa en la
naturaleza se debe a las modificaciones acumuladas por la evolución
a lo largo de las sucesivas generaciones.
Como reconocimiento a la
excepcionalidad de sus trabajos, fue uno de los cinco personajes del
siglo XIX no pertenecientes a la realeza del Reino Unido honrado con
funerales de Estado, siendo sepultado en la abadía de Westminster,
próximo a Isaac Newton.
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