martes, 4 de febrero de 2020

De la Conferencia de Yalta a la Guerra Fría

Tal día como hoy 4 de febrero de 1945 dió comienzo la Conferencia de Yalta y se prolongó hasta el día 11 del mismo mes.

Reunió a los tres principales líderes de los Aliados: el presidente americano Franklin D. Roosevelt, el primer ministro británico Winston Churchill y el líder soviético Joseph Stalin en Yalta -Crimea- con el objetivo de planificar la derrota definitiva y la ocupación de la Alemania nazi al final de la Segunda Guerra Mundial.

Se decidió que Alemania se dividiría en cuatro zonas que pasarían a ocupar Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y la URSS. Los Aliados se limitarían a proporcionar una subsistencia mínima a los alemanes, acabarían con su industria armamentística y juzgarían a los principales criminales de guerra ente un tribunal internacional en lo que fueron los Juicios de Nuremberg.

El gran reto de la Conferencia de Yalta fue decidir cómo tratar con los países derrotados o liberados de la Europa del Este. Los acuerdos que, en un principio fueron aceptados por Stalin, exigían que las personas que ocuparan el gobierno provisional fueran representativas de toda la población y que se celebraran elecciones cuanto antes para elegir a los gobernantes.

En la Conferencia se estableció además un protocolo secreto según el cual la URRSS entraría en la guerra contra Japón en “dos o tres meses” tras la rendición de Alemania. A cambio recibiría las islas Kuriles, recuperaría el territorio perdido en la guerra ruso-japonesa de 1904-1905 así como el statu quo en la Mongolia Exterior pro soviética. Stalin firmó un pacto de alianza con China.

Finalmente el dictador soviético no cumplió lo prometido en la Conferencia y no se celebraron elecciones libres en Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumanía y Bulgaria.

Lo que ocurrió, en cambio, fue que en estos territorios se establecieron gobiernos comunistas suprimiéndose todos los partidos que no compartieran esa ideología. Poco podían hacer las democracias occidentales para que Stalin cumpliera su palabra, pues la fuerza militar de la Europa Oriental tras la guerra era soviética.

Bajo la perspectiva de Stalin, la Unión Soviética se merecía los botines de guerra tras los enormes sacrificios de su pueblo, que incluían la muerte de 8,5 millones de soldados y 17 millones de civiles, así como la pérdida del 30% de su riqueza natural.

Lejos de la política apaciguadora de EE.UU, que creía poder manejar al dictador ruso, Stalin tenía poco interés en continuar asociado a Occidente más allá de la contienda y, si las potencias aliadas no se plegaban a sus peticiones, aceptaba lo inevitable de una guerra con sus antiguos socios, de los que se fiaba lo justo.

En 1947 daba comienzo la Guerra Fría, una serie de enfrentamientos entre las potencias occidentales, encabezadas por Estados Unidos y la Unión Soviética y sus países satélites, que habrían de prolongarse hasta 1991.

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