Tal día como hoy 4 de febrero de 1945
dió comienzo la Conferencia de Yalta y se prolongó hasta el día 11
del mismo mes.
Reunió a los tres principales líderes
de los Aliados: el presidente americano Franklin D. Roosevelt, el
primer ministro británico Winston Churchill y el líder soviético
Joseph Stalin en Yalta -Crimea- con el objetivo de planificar la
derrota definitiva y la ocupación de la Alemania nazi al final de la
Segunda Guerra Mundial.
Se decidió que Alemania se dividiría
en cuatro zonas que pasarían a ocupar Estados Unidos, Gran Bretaña,
Francia y la URSS. Los Aliados se limitarían a proporcionar una
subsistencia mínima a los alemanes, acabarían con su industria
armamentística y juzgarían a los principales criminales de guerra
ente un tribunal internacional en lo que fueron los Juicios de
Nuremberg.
El gran reto de la Conferencia de Yalta
fue decidir cómo tratar con los países derrotados o liberados de la
Europa del Este. Los acuerdos que, en un principio fueron aceptados
por Stalin, exigían que las personas que ocuparan el gobierno
provisional fueran representativas de toda la población y que se
celebraran elecciones cuanto antes para elegir a los gobernantes.
En la Conferencia se estableció además
un protocolo secreto según el cual la URRSS entraría en la guerra
contra Japón en “dos o tres meses” tras la rendición de
Alemania. A cambio recibiría las islas Kuriles, recuperaría el
territorio perdido en la guerra ruso-japonesa de 1904-1905 así como
el statu quo en la Mongolia Exterior pro soviética. Stalin firmó un
pacto de alianza con China.
Finalmente el dictador soviético no
cumplió lo prometido en la Conferencia y no se celebraron elecciones
libres en Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumanía y Bulgaria.
Lo que ocurrió, en cambio, fue que en
estos territorios se establecieron gobiernos comunistas suprimiéndose
todos los partidos que no compartieran esa ideología. Poco podían
hacer las democracias occidentales para que Stalin cumpliera su
palabra, pues la fuerza militar de la Europa Oriental tras la guerra
era soviética.
Bajo la perspectiva de Stalin, la Unión
Soviética se merecía los botines de guerra tras los enormes
sacrificios de su pueblo, que incluían la muerte de 8,5 millones de
soldados y 17 millones de civiles, así como la pérdida del 30% de
su riqueza natural.
Lejos de la política apaciguadora de
EE.UU, que creía poder manejar al dictador ruso, Stalin tenía poco
interés en continuar asociado a Occidente más allá de la contienda
y, si las potencias aliadas no se plegaban a sus peticiones, aceptaba
lo inevitable de una guerra con sus antiguos socios, de los que se
fiaba lo justo.
En 1947 daba comienzo la Guerra Fría,
una serie de enfrentamientos entre las potencias occidentales,
encabezadas por Estados Unidos y la Unión Soviética y sus países
satélites, que habrían de prolongarse hasta 1991.
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