jueves, 17 de noviembre de 2022

Biografía de Isabel I de Inglaterra


Tal día como hoy 17 de noviembre de 1558, Isabel I, hija de Enrique VIII y Ana Bolena, ocupa el trono de Inglaterra al fallecer su hermana por parte de padre, María I Tudor. Se encuentra con un país dividido por las disputas religiosas, políticas y nacionalistas.

El reinado de Isabel I de Inglaterra, prototipo del monarca autoritario del Quinientos, tiene un interés histórico de primera magnitud por cuanto fue fundamento de la grandeza de Inglaterra y sentó las bases de la preponderancia británica en Europa, que alcanzaría su cenit en los siglos XVIII y XIX.

Tras repudiar a la primera esposa, la devota española Catalina de Aragón, en 1533 el rey Enrique VIII contrajo matrimonio con su amante, la ambiciosa Ana Bolena, que se hallaba en avanzado estado de gestación. Este esperado vástago debía resolver el problema de la falta de descendencia masculina del monarca, a quien Catalina de Aragón sólo había dado una hija, María, que andando el tiempo reinaría como Maria I. El 7 de septiembre de 1533 se produjo el feliz acontecimiento, pero resultó que Ana Bolena dio a luz no a un niño sino a una niña, la futura Isabel I de Inglaterra.

El monarca sufrió una terrible decepción. El hecho de haber alumbrado una hembra debilitó considerablemente la situación de la reina, más aún cuando el desencantado padre se vio obligado a romper definitivamente con Roma y a declarar la independencia de la Iglesia Anglicana, todo por un príncipe que nunca había sido concebido. Cuando dos años después Ana Bolena parió un hijo muerto, su destino quedó sellado: fue acusada de adulterio, sometida a juicio y decapitada a la edad de veintinueve años.

Ana Bolena fue sustituida en el tálamo y el trono por la dulce Juana Seymour, la única esposa de Enrique VIII que le dio un heredero varón, el futuro rey Eduardo VI. Muerta Juana Seymour, la esperpéntica Ana de Cleves y la frívola Catalina Howard ciñeron sucesivamente la corona, siendo por fin relevadas por una dama -dos veces viuda a los treinta años) que iba a ser para el decrépito monarca, ya en la última etapa de su vida, más enfermera que esposa: la amable y bondadosa Catalina Parr.

Isabel tenía diez años y era una hermosa niña, despierta, pelirroja y esbelta como Ana Bolena. Recibió una educación esmerada que le llevó a poseer una sólida formación humanística. Leía griego y latín y hablaba las principales lenguas europeas de la época: francés, italiano y castellano. 

Catalina Parr fue como una madre hasta la muerte de Enrique VIII, quien antes de expirar dispuso el orden sucesorio: primero Eduardo, su heredero varón; después María, la hija de Catalina de Aragón; por último Isabel, hija de su segunda esposa. Catalina Parr mandó apresurar los funerales y quince días después se casó con Thomas Seymour, hermano de la finada reina Juana, a cuyo amor había renunciado tres años atrás ante la llamada del deber y de la realeza. Esta precipitada boda con Seymour, reputado seductor, fue la primera y la única insensatez cometida por la prudente Catalina Parr, a lo largo de toda su vida.

Thomas Seymour ambicionaba ser rey y había estudiado todas sus posibilidades. Para él, Catalina Parr era un trampolín hacia el trono. Puesto que Eduardo VI era un muchacho enfermizo y su inmediata heredera, María Tudor, presentaba también una salud delicada, se propuso seducir a la joven Isabel, cuya cabeza parecía la más firme candidata a ceñir la corona en un próximo futuro. Las dulces palabras, los besos y las caricias, no tardaron en enamorar a Isabel; cierto día, Catalina Parr sorprendió abrazados a su esposo y a su hijastra; la princesa fue confinada en Hatfield, y las sensuales familiaridades del libertino comenzaron a circular por los cortesanos.

Catalina Parr murió en 1548 y los ingleses empezaron a preguntarse si no habría sido "ayudada" a viajar al otro mundo por su infiel esposo, que no tardó en ser acusado de "mantener relaciones con la princesa Isabel" y de "conspirar para casarse con ella. El proceso subsiguiente dio con los huesos de Seymour en la lóbrega Torre de Londres, antesala para una  definitiva visita al cadalso; la quinceañera princesa, caída en desgracia y a punto de seguir los pasos de su enamorado, se defendió con energía de las calumnias que la acusaban de llevar en las entrañas un hijo de Seymour y, haciendo gala de una inteligencia, salió incólume del escándalo. El 20 de marzo de 1549, la cabeza de Thomas Seymour fue separada de su cuerpo por el verdugo; al saberlo, la precoz Isabel se limitó a decir fríamente: "Ha muerto un hombre de mucho ingenio y poco juicio."

Por primera vez se había mostrado una cualidad que la futura reina conservó durante toda su existencia: un talento excepcional para hacer frente a los problemas y salir airosa de situaciones comprometidas. Si bien su aversión por el matrimonio pareció originarse en el trágico episodio de Seymour, Isabel aprendió también a raíz del suceso el arte del rápido contraataque y el inteligente disimulo, esenciales para sobrevivir en aquellos días turbulentos.

Cuando en 1553 murió Eduardo, Isabel apoyó a María I que fue proclamada reina el 10 de julio de 1553 para poco después ser detenida y condenada a muerte en el proceso por la conspiración de Thomas Wyatt, un movimiento destinado a impedir el matrimonio de María I con su sobrino Felipe -el futuro Felipe II de España-, con el fin de evitar la previsible reacción ultracatólica de la reina. Durante la investigación de este caso, Isabel estuvo encarcelada algunos meses en la torre de Londres, ya que su inclinación por la doctrina protestante la hizo sospechosa a ojos de su hermanastra.

El reinado de María I de Inglaterra fue poco afortunado. Su persecución contra los protestantes le valió ser conocida como María la Sanguinaria; y su alianza con España indignó a los ingleses, sobre todo porque condujo a una guerra desastrosa contra Francia en la que Inglaterra perdió Calais y la evolución económica del país fue bastante desfavorable. En 1558 murió María sin descendencia y, de acuerdo con el testamento de Enrique VIII, debía sucederla Isabel.

Isabel I ocupó el trono a los veinticinco años. Era la reina de Inglaterra e iba a ser intransigente con todo lo que se relacionara con los derechos de la corona, pero seguiría mostrándose prudente, calculadora y tolerante en todo lo demás, sin más objetivo que preservar sus intereses y los de su país, en plena ebullición religiosa intelectual y económica y que tenía un exacerbado sentimiento nacionalista.

En el terreno religioso, Isabel I restableció el anglicanismo y en el campo político la amenaza más importante procedía de Escocia, donde María I Estuardo, católica y francófila, proclamaba sus derechos al trono de Inglaterra. En 1560, los calvinistas escoceses pidieron ayuda a Isabel, y en 1568, cuando la reina escocesa tuvo que refugiarse en Inglaterra, la hizo encerrar en prisión. Por otra parte, Isabel I ayudaba indirectamente a los protestantes de Francia y de los Países Bajos.

Era, por tanto, inevitable el choque entre Inglaterra y España, la antigua aliada en época de María I. Mientras Felipe II de España daba crédito a su embajador en Londres y a la misma María Estuardo, quienes pretendían que en Inglaterra existían condiciones para una rebelión católica, que daría el trono a María Estuardo, la reina Isabel y su consejero William Cecil apoyaban las acciones corsarias contra los intereses españoles, impulsaban la construcción de una flota naval moderna.Después de ser el centro de varias conspiraciones fracasadas, en 1587 María Estuardo fue condenada a muerte y ejecutada. Felipe II, perdida la baza de la sustitución de Isabel por María, preparó y anunció la invasión de Inglaterra.

En 1588, se hicieron a la mar 130 buques de guerra y más de 30 embarcaciones menores, con 8.000 marinos y casi 20.000 soldados: era la Armada Invencible, a la que más tarde, debían apoyar los 100.000 hombres que tenía Alejandro Farnesio en Flandes. Los españoles planteaban una batalla al abordaje y un desembarco; los ingleses, en cambio, habían trabajado para perfeccionar la guerra en la mar. Sus 200 buques, más ligeros y maniobrables, estaban tripulados por 12.000 marineros, y sus cañones tenían mayor alcance que los de los españoles. Todo ello, combinado con la furia de los elementos ,llevaron a la victoria inglesa y al desastre español.

La reina Isabel I, que había arengado a sus tropas, fue considerada la personificación del triunfo inglés e incrementó el alto grado de compenetración que tenía con su pueblo. Tras este momento culminante de 1588, los últimos años del reinado de Isabel I aparecen bastante grises; en ellos sólo sobresale su preocupación por poner orden en las flacas finanzas inglesas; la rebelión irlandesa, pronto sofocada; y el crecimiento del radicalismo protestante.

La formación humanística de Isabel I la llevó a interesarse por las importantes manifestaciones en el campo del arte. El llamado “renacimiento isabelino” se manifestó en la arquitectura, la música y la literatura, con escritores como John Lyly, y principalmente William Shakespeare, auténticos creadores de la literatura nacional inglesa. En la economía, durante su reinado se inició el desarrollo de la Inglaterra moderna. El crecimiento de la actividad comercial y la rivalidad con España redundaron en un gran desarrollo de la industria naval.

Hacia el año 1598, Isabel parecía, "una momia descarnada".Calva, marchita y grotesca, pretendía ser aún para sus súbditos la encarnación de la virtud, la justicia y la belleza perfectas. Poco a poco fue hundiéndose en las sombras que preludian la muerte. La agonía fue patética. Aunque su cuerpo se cubrió de úlceras, continuó ordenando que la vistieran lujosamente y la adornaran con sus joyas, y no dejó de sonreír mostrando sus descarnadas encías cada vez que un cortesano ambicioso la galanteaba con un rictus de asco en sus labios.

Falleció el 24 de marzo de 1603, después de designar como sucesor a Jacobo I de Inglaterra y VI de Escocia, hijo de María I Estuardo, lo que se inició el proceso de unificación de los dos reinos. Su último gesto fue colocar sobre su pecho la mano en que lucía el anillo de la coronación, testimonio de la unión, más fuerte que el matrimonio, de la Reina Virgen con su reino y con su amado pueblo.

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