Tal día como hoy 13 de julio de 1562, en Maní - península de Yucatán – el franciscano Diego de Landa ordena la incineración en un auto de fe de numerosos códices, efigies y objetos sagrados mayas.
Landa fue un misionero español y obispo de Yucatán entre 1572 y 1579, donde se dedicó a convertir a los mayas que se escondían en la selva, aprendiendo su lengua que llegó a dominar, tanto hablada como escrita.
Cuenta Diego López de Cogolludo que durante la construcción de la iglesia de Izamal, debido a la sequía, se extendió el hambre en toda la región, por lo que fray Diego mandó repartir el grano de maíz almacenado en el convento y durante más de seis meses estuvo alimentando a todo el pueblo.
Como el maíz de los franciscanos nunca se acababa por más que lo repartían, esto fue tomado como un milagro por los lugareños, aunque sin duda el hecho fue debido a lo mucho que antes acapararon.
Aunque parecía que los pueblos mayas aceptaban el cristianismo, seguían celebrando rituales de sacrificios humanos en los abandonados templos prehispánicos.
Al ver que las prácticas no cesaban, Landa tomó poderes inquisitoriales y organizó el famoso "Auto de fe de Maní", en el que los caciques fueron trasquilados, encorozados y ensambenitados de forma ignominiosa y se destruyeron varios ídolos, altares, estelas y vasijas y se quemaron varios códices de un incalculable valor histórico.
Los indígenas escaparon a la selva, desapareciendo la mano de obra para cultivar y - como es lógico - volvió a los mayas más recelosos hacia los españoles.
Esto es lo que Landa cuenta al respecto: “Usavan tambien esta gente de ciertos caracteres o letras con las quales escrivian en sus libros sus cosas antiguas y sus sciencias. Hallamosles grande número de libros de estas sus letras, y porq no tenían cosa, en que no oviesse superstiçion y falsedades del demonio se los quemamos todos, lo qual a maravilla sentían y les dava pena.”
Para Landa, que en ningún momento tuvo en cuenta la falta de tacto que esta acción significaba, todo en la vida había de hacerse siempre “para mayor gloria de Dios”.
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