Ese día, el buque estaba atracado en el muelle santanderino, transportando entre otras mercancías varios garrafas de ácido sulfúrico y algo más de 51 toneladas de dinamita, de cuya existencia no se había dado parte.
Según el reglamento del puerto de Santander, cualquier barco que transportase dinamita debía realizar sus operaciones de carga y descarga al final de los muelles, cosa que no se cumplía.
Sobre la una y media de la tarde, se produjo un incendio a bordo originado en la cubierta como consecuencia de la explosión de una bombona de ácido sulfúrico, que se extendió por las bodegas de proa y atrajo multitud de curiosos, ajenos a lo que el barco contenía.
A las cuatro de la tarde se supo la existencia de la dinamita, pero el público no fue retirado de la zona por las autoridades y una hora después, las bodegas de proa estallaron lanzando a muchas personas al mar.
Cientos de fragmentos de hierro y llamas salieron disparados con resultado de 590 muertos y 525 heridos, aunque otros citan hasta 2.000 heridos, entre ellos la mayor parte de las autoridades civiles y militares, además de bomberos, trabajadores y curiosos.
El fuego generado quemó numerosas viviendas y alumbró durante toda la noche la búsqueda de restos humanos, que se encontraron hasta una distancia de dos kilómetros de la explosión.
Durante los meses siguientes se intentó recuperar la dinamita restante del barco hundido, pero de nuevo volvió a ser protagonista de otra tragedia, pues el 21 de marzo de 1894 como consecuencia de estas labores se produjo otra explosión y murieron 15 operarios más.
El barco pasó a formar parte de la historia de Santander y de España, como la mayor tragedia de carácter cívico ocurrida en nuestro país en el siglo XIX.
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