lunes, 21 de noviembre de 2016

Testosterona

Es seguro – amigo lector - que compartes conmigo la opinión, de que el uso generalizado del teléfono móvil ha cambiado – como sucede con todo fenómeno que afecta a muchos - los hábitos cotidianos de nuestra vida y por eso, lo que de ordinario era una actividad que se hacía en intimidad, como es la de comunicarnos por teléfono con nuestros semejantes, se ha convertido hoy en algo ostensible y público.

No resulta extraño, sino que por el contrario es de lo más normal, ir por la calle hablando con alguien de los temas más diversos, incluso íntimos y muchas veces en un tono que permite a los demás ciudadanos con los que se comparte acera, ser parte en la conversación, al menos a título de oyentes.

Viene a cuento esto que te digo, porque hace unos días mientras transitaba por una céntrica calle de Barcelona, fui adelantado en el caminar por una fémina que, con indumento de ejecutiva y cartera a juego, marchaba hablando –teléfono a la oreja - de temas de su trabajo, todos los cuales y por el volumen de su voz eran participados - en la forma que arriba dije - por el resto de viandantes.

El asunto debía ser de mucha importancia, porque como si estuviese en su despacho, explicaba alterada a su invisible interlocutor, que un determinado negocio que tenía entre manos, debía ser cerrado a como hubiese lugar.

-Yo te aseguro – decía casi a gritos – que por mis “guevos” consigo que me firmen esos contratos…

Casi de forma inconsciente, la primera impresión tras lo oído fue intentar adivinar – por sus características físicas – si era hombre o mujer quien hablaba, y a primera vista parecía que fuese lo segundo, si bien es verdad que en estos tiempos no se está nunca totalmente seguro de eso.

Pero como todo se sabe, sin dificultad me enteré que la ejecutiva era y había sido mujer desde su nacimiento – aclaración esta que tampoco resulta superflua en la actualidad – y que además de estar de muy buen ver, había tenido más de un escarceo amoroso con elementos del sexo masculino, y en su trabajo fama de resolutiva y competente.

Eso me dejó más descolocado, si cabe, que antes de saberlo, porque de siempre he pensado que las mujeres – en general – son mucho más tenaces, persistentes y decididas que los hombres y todo ello sin tener que invocar para lograrlo, un atributo sexual masculino que a ellas le está evidentemente vetado.

Al parecer esto sucede, porque se cree que la consecución de determinados objetivos está ligado a la tenencia de testosterona en cantidades industriales, hormona masculina – y también femenina – que en el hombre se produce en los testículos, y de ahí - pienso yo que pueda partir- el deseo de la fémina en cuestión para sentirse poseedora de tales adminículos.

De todos modos, algo debe pasar con la dichosa hormona y su lugar de producción, ya que diálogos así acontecen solo en ese sentido, pues no me imagino el ejemplo contrario, es decir, el de un sujeto con barba y pelo en el pecho hablando a voz en grito por su móvil en plena calle para decir.

-Pues te juro que yo consigo eso, por las trompas de Falopio de mis dos ovarios.

Aunque tampoco, con los vientos que corren, me atrevería a poner la mano en el fuego por esto que ahora afirmo, ya que tal y como está cambiando todo, como dicen que decía Don Quijote “Cosas veredes, amigo Sancho, que farán fablar las piedras”

De cualquier modo siempre quedan - para consuelo de nostálgicos - los genuinos representantes de la especie y aquí, el que llega a cualquier tipo de “mando”, lo ejerce pegando un puñetazo en su mesa y gritando siempre algo así: “¡Aquí se hace lo que a mí me sale de los cojones!.

La existencia de especímenes así, me hacen recuperar de nuevo la confianza en la testosterona y en los valores intrínsecos del macho...

J. M. Hidalgo

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