Tal día como hoy 21 de julio del 356 a.C. en Éfeso, antigua localidad del Asia Menor, cerca de la actual Esmirna, resultó incendiado el Templo de Artemisa por el pastor pirómano Eróstrato, que lo hace buscando su fama personal a cualquier precio.
Con su destrucción, desaparece una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo, y un lugar de culto visitado por miles de adoradores de todo el mundo conocido
En el año 356 a.C. el gran Templo de Artemisa, orgullo de la ciudad de Éfeso, fue pasto de las llamas hasta su extinción, ante el estupor y la impotencia de cuantos lo veneraban. Su ejecutor fue un solo hombre, un humilde pastor llamado Eróstrato, cuya infamia sería su mejor aval para la posteridad.
Artemisa era la divinidad protectora de Éfeso, próspera urbe de Asia Menor a orillas del Mar Egeo. De acuerdo con el mito, la fundación de la ciudad había sido obra de las amazonas, legendario pueblo de mujeres guerreras y el culto a la diosa se producía desde tiempos inmemoriales.
Sin embargo, no fue sino a comienzos del siglo VI a.C. cuando el rey Creso de Lidia promovió la construcción del Artemisión, mediante suscripción pública con el dinero donado por los propios efesios.
Apenas se conservan datos sobre la vida de Eróstrato. Poco después del incendio, fue arrestado y sometido a tormento y entre insoportables dolores, confesó haber cometido su crimen con el único propósito de obtener fama imperecedera, quién sabe si oprimido por el abrumador peso de su insignificancia.
Tras su ejecución, los efesios, no contentos con la muerte del profanador, emitieron un decreto por el que se prohibió mencionar su nombre en lo que constituyó un vano intento por que su recuerdo quedara proscrito, ya que el primero en infringir esta norma fue el historiador Teopompo de Quíos, que dejó constancia de lo sucedido sin omitir la identidad del incendiario.
Seguramente sin pretenderlo, inauguró una tradición que convirtió a Eróstrato en el arquetipo de quien persigue la notoriedad a cualquier precio y autores clásicos como Estrabón, Valerio Máximo, Claudio o Luciano se hicieron eco del hecho y acreditaron con ello el nombre del culpable.
Éfeso procedió a la inmediata reconstrucción del templo y sus ciudadanos hicieron lo posible por que el nuevo superara en esplendor a su predecesor. Se cuenta que Alejandro, en su victorioso avance por los dominios del Imperio Persa, se detuvo en Éfeso y, cautivado por la historia del edificio, se ofreció a contribuir a su reconstrucción, y su singular belleza le valió un lugar entre las Siete Maravillas del Mundo Antiguo.
Hoy en día, el “erostratismo” es un trastorno de la conducta, que toma su nombre de Eróstrato y describe la propensión de un sujeto a adquirir renombre, aún a costa de incurrir en el crimen.
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