Tal día
como hoy, un 11 de Julio de 1561, nace en España Luis de Góngora,
poeta del siglo de Oro perteneciente a la posterior corriente
literaria conocida como culteranismo o gongorismo.
Luis de Góngora y Argote, nacido en Córdoba, en
el seno de una familia acomodada, estudió en la Universidad de
Salamanca, siendo nombrado racionero en la catedral de Córdoba y
desempeñó varias funciones que le brindaron la posibilidad de
viajar por España, aunque su vida disipada y sus composiciones
profanas le valieron pronto una amonestación del obispo.
En 1603 se hallaba en la corte, trasladada a
Valladolid, buscando alguna mejora de su situación económica y en
esa época escribió algunas de sus más ingeniosas letrillas, y se
enfrentó en terrible y célebre enemistad con su gran rival,
Francisco de Quevedo. Instalado definitivamente en la corte a partir
de 1617, fue nombrado capellán de Felipe III, lo cual, como revela
su correspondencia, no alivió sus dificultades económicas, que lo
acosarían hasta la muerte.
Aunque en su testamento hace referencia a su “obra
en prosa y en verso”, no se ha hallado ningún escrito en prosa,
salvo las cartas que conforman su epistolario, un testimonio muy
valioso de su tiempo y a pesar de que no publicó en vida casi
ninguna de sus obras poéticas, éstas corrieron de mano en mano y
fueron muy leídas y comentadas.
En sus primeras composiciones – 1580 - se
adivina la implacable vena satírica que caracterizará buena parte
de su obra, pero al estilo ligero y humorístico de esta época se le
unirá otro, elegante y culto, que aparece en los poemas dedicados al
sepulcro de El Greco y en la “Fábula de Píramo y Tisbe” se
producirá la unión perfecta de ambos, que hasta entonces se habían
mantenido separados.
Entre 1612 y 1613 compuso los poemas “Soledades”
y la “Fábula de Polifemo y Galatea”. Las críticas llovieron
sobre estas dos obras, dirigidas contra las metáforas extremadamente
recargadas, y a veces incluso “indecorosas”. Sin embargo,
Góngora se felicitaba de la incomprensión con que eran recibidos
sus intrincados poemas: “Honra me ha causado hacerme oscuro a los
ignorantes, que ésa es la distinción de los hombres cultos”.
El estilo gongorino es muy personal, lo cual no es
óbice para que sea considerado una magnífica muestra del
culteranismo barroco. Su lenguaje destaca por el uso del cultismo y la dificultad que entraña
su lectura se ve acentuada por la profusión de hipérboles barrocas,
y desarrollos paralelos, así como por la extraordinaria musicalidad
de las aliteraciones y el léxico colorista y rebuscado.
Su peculiar uso de recursos estilísticos, que
tanto se le criticó, ahonda en una tradición lírica que se remonta
a Petrarca, Juan de Mena o Fernando de Herrera. Sus perífrasis le dan un aspecto oscuro
y original, por todas las aportaciones simbólicas y mitológicas de
procedencia grecolatina.
Su fama fue enorme durante el Barroco, aunque su
prestigio y el conocimiento de su obra decayeron hasta bien entrado
el siglo XX, cuando la celebración del tercer centenario de su
muerte congregó a los mejores poetas y literatos españoles de la
época - conocidos como la Generación del 27: Lorca,
Alberti, Dámaso Alonso, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Luis Cernuda
y Miguel Hernández, entre otros - y supuso su definitiva
revalorización.
En 1627 Góngora, perdida la memoria, marchó a
Córdoba, donde murió en medio de una extrema
pobreza y sus restos se encuentran en la Mezquita-catedral de
esta ciudad.
Mientras por competir con tu cabello,
oro bruñido al sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;
mientras a cada labio, por cogollo,
siguen más ojos que al clavel temprano;
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello;
goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,
no sólo en plata o vïola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.
("A la mujer joven", Luis de Góngora)
Mientras por competir con tu cabello,
oro bruñido al sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;
mientras a cada labio, por cogollo,
siguen más ojos que al clavel temprano;
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello;
goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,
no sólo en plata o vïola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.
("A la mujer joven", Luis de Góngora)
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