Tal día como hoy 21 de octubre de 1496, Juana I de Castilla, hija de los Reyes Católicos y apodada "la Loca", celebró su boda con Felipe "el Hermoso".
Como era costumbre en la época Isabel y Fernando casaron a sus hijos pensando más en la influencia y poder que ganarían que en los sentimientos de los desposados. Con la clara intención de debilitar a la monarquía francesa de la dinastía Valois y pretendiendo reforzar sus lazos con Maximiliano I de Habsburgo, eligieron como esposo para Juana a su hijo Felipe.
Estaba claro que la política filofrancesa de Felipe no se adecuaba a los proyectados matrimonios, pero no le quedó opción. En 1496, la princesa Juana partió del puerto cántabro de Laredo. Su séquito debía acompañar de regreso a Margarita en su condición de prometida de Juan, heredero de las Coronas de Castilla y Aragón.
La comitiva real partió hacia Flandes en agosto de 1496, formada por las mejores y más lujosas naves de la corona castellano-aragonesa.
El primer obstáculo al que el matrimonio tuvo que hacer frente fue la oposición de los consejeros francófilos de Felipe, que intentaron convencerle de que una alianza con los Valois sería mucho más ventajosa.
A pesar de esto, la boda se celebró y la pareja pareció congeniar. Juana, menos devota que su madre, se sintió muy cómoda en el ambiente festivo y desinhibido de la corte flamenca.
Resultó que la atracción entre Felipe y Juana fue instantánea, y forzaron al primer capellán de la princesa a celebrar el matrimonio de inmediato. Sin embargo, entre los duques de Borgoña la pasión se fue apagando y no se vio sustituida siquiera por una apacible rutina doméstica.
A las dificultades de Juana por quedarse embarazada se unieron las intrigas de los consejeros borgoñones, que, interpretando su presencia como una victoria de Maximiliano, intentaron boicotearla en la corte.
Juana comenzó a manifestar un carácter despótico e inició una obsesiva persecución sobre su marido, al que se empeñaba en acompañar en todas sus actividades. A la luz de la psicología moderna, parece probable que Juana padeciera algún tipo de neurosis obsesiva. Felipe no tardó en sentirse agobiado e incluso ridiculizado por la excesiva pasión de su esposa.
Con todo, Felipe comenzó a perder interés por su esposa en muy poco tiempo y esto provocó en ella unos celos que se suelen considerar patológicos y fuente de su “locura”.
Tras la muerte de Isabel la Católica, Juana se vería en medio de un fuego cruzado entre su padre y su marido para ver quién ostentaría el poder en Castilla.
Felipe murió en 1506 y Juana pasó el resto de su vida encerrada en Tordesillas, primero por orden de su padre Fernando "el Católico" y luego por orden de su hijo, el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Carlos I de España y V de Alemania.
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