Tal día como hoy, 16 de octubre del año 912, Abderramán III era proclamado Emir en la ciudad de Córdoba.
Abderramán III fue un príncipe omeya, octavo emir y primer califa de Córdoba, que consolidó unificado al-Ándalus, transformando un estado fragmentado, en el esplendoroso Califato de Córdoba, la capital más grande de Europa occidental, y un centro cultural de primer orden.
Su reinado es considerado, la "edad de oro" de la España musulmana, caracterizado por la construcción de la ciudad palatina de Medina Azahara, la unidad política y religiosa de los musulmanes, y su poder militar y diplomático, en el ámbito internacional
Descendiente, de una de las familias más importantes del islam, Abderramán III vivió setenta años y reinó, durante cincuenta de una manera poderosa e implacable, que llevó al emirato de Córdoba, a su máxima expresión política y religiosa, creando el califato de Córdoba.
Para afianzar su poder, fortaleció el estado frente a la expansión, de los reinos cristianos del norte y la influencia, del califato fatimí en el Magreb.
Bajo su reinado, Córdoba se convierte en la ciudad, más importante de Europa. En el 929, Abderramán III se proclamó califa de Córdoba, asumiendo así la máxima autoridad política y religiosa, de al-Ándalus. Este acto reafirmó la unidad y el poder del islam andalusí, al declararse heredero de los califas omeyas, de Damasco.
También, tras ser proclamado califa, fundó la fastuosa ciudad palatina de Medina Azahara, que se convirtió en la sede del califato y en un símbolo, de su poder y magnificencia.
Abderramán III dedicó gran parte de su vida, a acabar de someter su territorio, desgarrado por numerosas rebeliones, mediante una mezcla de persuasión, prebendas y fuerza. Lo consiguió, no se puede decir lo mismo, de los reinos cristianos del norte de España, a los cuales fue incapaz de derrotar.
Abderramán, legó un al-Ándalus unificado, pacificado y en pleno apogeo cultural y económico, sentando las bases de un estado islámico, poderoso y próspero que perduraría, hasta la época de su sucesor, Alhakem II.
El califa Abderramán III, dejó un poderoso califato, uno de los Estados más poderosos de occidente que, sin embargo, se derrumbó en poco más de medio siglo.


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