El 18 de julio de 1936 en Éibar, las fuerzas de orden público se mantienen fieles a la República y se formó un batallón de milicianos que salieron para San Sebastián, donde los militares de la ciudad se habían sumado al golpe militar, logrando mantener la plaza bajo la legalidad de la República.
El 21 de septiembre las tropas rebeldes ocupan Elgóibar y unos días después, el 26, las cimas de Arrate y Akondia en cuya ladera se establece la defensa republicana, cuya posición permanecería sin cambios hasta la primavera del año siguiente, cuando el 26 de abril de 1937 los franquistas entran en la ciudad.
Durante el tiempo en el que Eibar se mantuvo en primera línea de fuego, la población civil fue evacuada y las fábricas intervenidas para montar talleres de pertrechos de guerra, fundamentalmente armas y munición, con maquinaria y obreros especializados en los alrededores de la capital vizcaína, Bilbao.
Desde la cumbres de los montes, en manos de los franquistas se bombardeaba, prácticamente a diario, todo el casco urbano hasta el día de su caída el 26 de abril de 1937 y en los siete meses que se mantuvo en el frente de guerra, recibió bombardeos aéreos, el primero de ellos el 28 de agosto de 1936 y el últimó el día antes de su toma, que es del que hablamos hoy.
Durante la toma de la ciudad por los rebeldes, se produjo un gran incendio que arrasó la mitad de la misma, provocado por un lado por las bombas de los atacantes y por otro por un comando de los defensores que quería destruir lo poco útil que pudiera quedar, lo que dio pie a afirmar a algunos autores como Peter Kemp, que Éibar quedaba destruida por las tropas republicanas al ser abandonada en su huida, ante la presencia de los nacionales.
De todas formas, las causas precisas del mismo no están aclaradas existiendo ambas hipótesis sobre su autoría, ya que mientras la prensa franquista publicó, que fueron los defensores los que prendieron fuego a la ciudad, los órganos de los republicanos acusaban del fuego a los bombardeos de los atacantes.
En 2007 se publica el libro “La Guerra Civil en Eibar y Elgeta”, de Jesús Gutiérrez, donde explica que la víspera de la caída de Éibar, la aviación alemana e italiana bombardean la carretera Éibar-Durango, donde arroja 21 bombas de 100 kg y 103 bombas de 50 kg.
A la caída en manos de los sublevados, solo se hallaban todavía en la ciudad, unas 150 personas y de los 488 edificios que había en el casco urbano 156 se encontraban totalmente destruidos y de 1750 viviendas 840 habían desaparecido.
El 8 de octubre de 1940, la Dirección General de Regiones Devastadas, aprobó el proyecto de urbanización, reconstruyendo de nueva planta todo el núcleo urbano, cuya reconstrucción dio paso a un desarrollo industrial importante y a un aumento de la población.
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