Tal día como hoy, 16 de marzo de 1927
nació en Moscú, el ingeniero y cosmonauta Vladimir Komarov.
Cuando se cumplieron 50 años de su
muerte, nadie lo recordó. Komarov nació en Moscú en 1927, mientras
los últimos alientos revolucionarios, se esfumaban con el puño de un
dictador georgiano bigotudo.
Su padre, jornalero, celebró que su
primer varón fuese a la escuela. Pero la invasión alemana arruinó
todo: el pequeño Komarov tuvo que trabajar en una granja para
reemplazar a los campesinos ya soldados. Se destacaba en matemáticas:
en 1942, a sus 15 años, lo mandaron a una escuela de pilotos de
combate; su padre, mientras, murió en una trinchera.
Komarov no alcanzó a pelear en esa
guerra: se quedó con las ganas de ser héroe. Ya piloto, prosperó
en el Ejército del Aire; en 1957, a sus 30, vio con maravilla cómo
una perra primero y un hombre después volaban al espacio y lanzaban
a la Unión Soviética a la conquista decisiva. Ella se llamaba
Laika, él Yuri Gagarin; fueron sus héroes.
Komarov quiso ser como ellos. Se
postuló, lo eligieron entre miles, lo entrenaron a fondo: los
astronautas eran lo más selecto del sistema comunista, veinte
atletas-soldados-ingenieros, portaestandartes de la bandera roja.
Por fin despegó: el 12 de octubre de
1964 capitaneó al Voskhod 1 en una misión llena de éxitos. Se
había preparado durante cinco años; el vuelo duró un día. Cuando
volvió lo hicieron héroe de la Unión Soviética; recorría con sus
camaradas las estepas para que sus paisanos sintieran la grandeza de
la patria.
En 1967 la carrera por el espacio se
estaba acelerando. Los americanos se preparaban para atacar la Luna;
la URSS no podía tolerar esa derrota. La revolución cumplía medio
siglo y precisaba un golpe. El mando decidió acelerar la operación
Soyuz, cuyo tripulante sería el primero en flotar en el espacio; los
astronautas protestaron, no hubo caso.
El coronel Komarov fue designado para
comandar la nave: sabía que no funcionaría y pensó en negarse,
pero le dijeron que, si no iba, Yuri Gagarin iría en su lugar. Por
salvarlo, aceptó; sólo pidió que lo velaran a cajón abierto, para
que los señores del Kremlin vieran lo que habían hecho.
El Soyuz 1 despegó el 23 de abril y ya
estaba claro que nada funcionaba. Desde tierra le ordenaron que
abortara, que volviera. No era fácil, pero Komarov era un gran
piloto: casi lo consigue. Llegó a entrar en la atmósfera y preparó
el aterrizaje, pero el paracaídas tampoco funcionó. Desde un puesto
de la CIA en Turquía captaron por radio los insultos del hombre que
caía a miles de kilómetros por hora.
De su solemne funeral quedaron fotos:
una especie de raíz carbonizada, retorcida, y unos señores gordos
que tratan de no verlo. La prensa soviética, faltaba más, no contó
la verdadera historia: Komarov se volvió un mártir.
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