Tal día como hoy 9 de enero de 1570, llega a Lima una real cédula de Felipe II en la que se ordena el establecimiento del tribunal de la Inquisición en Perú.
Por recomendación del Virrey del Perú, fueron nombrados los primeros inquisidores de Lima y, el 29 de enero de 1570 fue establecido el Tribunal, mediante acto solemne en la catedral, con asistencia de las principales autoridades civiles y eclesiásticas.
Siguiendo el modelo español, además de inquisidores, fiscales y secretarios, contaba con un sistema de alguaciles y delatores y tras la acusación, los encausados de acuerdo con el sistema penal de la época, podían ser sometidos a medidas “cautelares”, detención, que solía incluir tormento, y embargo de bienes, antes de emitirse el fallo lo cual podía tardar años.
El inquisidor Torquemada, dispuso que los reos no deberían sangrar ni sufrir lesiones, por lo que se ideó un sistema de tortura para provocar dolor sin dejar heridas, como el "potro", tablero en el que se ataba al reo para que sufriese estiramiento de brazos y piernas; la tortura del agua, que obligaba a tragar agua e impedía respirar; y la "garrucha", una polea que alzaba al prisionero con los brazos, atados a su espalda, llevando un fuerte peso en los pies.
El Santo Oficio en América, fue menos cruento que el de España, aplicando la pena de muerte en menos ocasiones y sólo en casos extremos, de manera que hasta el 1600 en Lima fueron ejecutados 13 reos; hasta 1640 lo fueron 17, y a partir de entonces sólo hubo un caso un 1664 y otro en 1736.
La inquisición, ejerció más como una policía política, que como una policía de la vida cotidiana y es posible que el Tribunal fuese odiado por el pueblo más por su presencia prepotente, que por su efectivo rigor en la represión de las costumbres.
El mayor porcentaje de procesos inquisitoriales, lo fueron por comentarios personales denunciados por los delatores- - con frecuencia falsos - sobre conversaciones casuales, como el proceso contra un vecino de Santiago de Chile, por comentar que Dios no le "podía hacer más mal ni darle mayores penas en esta vida que la reciente muerte de su esposa”, lo cual era una “afirmación herética”, debido a la creencia católica de que Dios todo lo puede, iniciándose investigaciones incluso contra esclavos negros, que maldecían o blasfemaban mientras eran azotados.
La mayoría de este tipo de causas reportaban abundantes beneficios económicos al tribunal y su red de informantes, por cuanto el acusado - como mínimo - debía pagar las costas del juicio a sus acusadores, aunque lo normal es que fuera sometido a multas mayores o al secuestro de todos sus bienes.
En las últimas décadas del siglo XVIII, el “Santo Oficio” encausó a lectores de literatura anticlerical y antimonárquica, e incluso lo hicieron, por poseer en su biblioteca libros de los enciclopedistas franceses.
La Inquisición fue abolida por las Cortes de Cádiz, el 22 de febrero de 1813 y en Lima, el 30 de julio de ese año y, aunque en 1814, el felón rey Fernando VII, dispuso que volviese a funcionar, su existencia fue más nominal que efectiva, hasta su abolición definitiva en 1820.
Además de todos los horrores hay algo todavía más asqueroso: la presencia de los delatores. Abominable.
ResponderEliminarLos delatores - vulgo chivatos - en este caso tenían una importancia fundamental. Por lo general, sus denuncias eran falsas y siempre interesadas, ya que, como el "Santo oficio" carecía de presupuesto del tesoro público, para pagar sus "servicios" se nutrían de las incautaciones de los denunciados. Pero al ser denuncias anónimas, carecían del mas absoluto margen para su defensa. Un cúmulo de despropositos, y lo más aberrante es que todo se hacía en nombre de "Dios y la verdadera Fe".
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ResponderEliminarDios nos coja confesados: Ante las decisiones de aquellos que en nombre de Dios quieren arreglar las cosas a su manera.
Dios puede ser y tener todo el poder que las malas personas quieran darle. Pero de ahí a que puedan robar en nombre de Dios y queden libres de toda culpabilidad, se puede decir que existe un atajo de falsedades incomprensiblemente intolerables.
Dios siempre ha sido, y sigue siendo, la excusa para las mayores aberraciones y atrocidades de los hombres Manuel.
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