Tal día como hoy 22 de enero de 1516 el rey Fernando “el Católico”, hace testamento en Madrigalejo -Cáceres- el día antes de morir, disponiendo que sus restos descansasen en Granada y donando a la ciudad su cetro, espada y corona.
Aunque siempre históricamente, se suele analizar el reinado de Fernando, junto al de su esposa Isabel, el hecho de su superveniencia a la muerte de esta, supuso para el rey un complicado periodo de gobierno en solitario de ambos reinos, iniciado tras la desaparición de la reina católica.
Así pues, en 1504, mientras logra uno de los objetivos más deseados, que fue el que el reino de Nápoles pasase a poder español, gracias a tropas y dinero de Castilla y al genio militar de Gonzalo Fernandez de Cordoba el “Gran Capitán”, que expulsó a los franceses, fue también ese año el de la muerte de Isabel, lo cual le causó un profundo impacto emocional, pues, pese a las infidelidades de Fernando y puntuales desacuerdos entre ambos, había respeto y estima mutuos que completaban la alianza política.
La muerte, lo dejó en una posición política muy débil, respecto a sus derechos al trono castellano, que dependían solo de su condición de “rey consorte”, ya que la heredera era su hija, Juana, casada con Felipe “el Hermoso”, que padecía una grave inestabilidad mental y estaba enamorada de forma obsesiva de su esposo, quien la manejaba a su antojo.
No obstante, el rey se retiró a Nápoles, donde sus relaciones con el Gran Capitán se enrarecieron cuando, supuestamente, pidió que justificara los gastos realizados, a lo que Fernández de Córdoba con sorna; mostró una lista con cantidades desorbitadas de gasto... “200.000 ducados para pagar a frailes y monjas que rezaran por sus victorias; 740.000 para los espías que le habían permitido conquistar el reino, etc”
Aunque de esta leyenda no hay pruebas, sirve para poner de manifiesto el despego del rey hacia el noble militar , y refleja la imagen negativa que se llegó a crear en torno a Fernando, nada agradecido a sus vasallos, por mucho que a ellos les debiera.
La súbita muerte de Felipe “el Hermoso” -según dijeron algunos envenenado -desencadenó la locura de Juana y, el rey, en vista de ello, decidido regresar y recuperar el poder, hallando a su hija vagando por Castilla con el ataúd de su esposo, del que decía que “estaba dormido”, por lo que, ante su estado, hizo que la encerraran en el castillo de Tordesillas, donde permaneció durante medio siglo, hasta su muerte en 1555.
Fernando, afianzó de nuevo su poder en Castilla valiéndose de la Inquisición y para ello, encarceló a su través a cientos de judeoconversos, partidarios de Felipe el Hermoso, muchos antiguos servidores de la Corona, de los que buena parte ardieron en las hogueras, llegando incluso a encarcelar a fray Hernando de Talavera, antiguo confesor de Isabel la Católica, de origen hebraico, al que solo su muerte evitó que fuera condenado falsamente por hereje.
El rey, el “viejo aragonés” como era conocido, moría acosado por su nueva esposa Germana de Foix, 35 años más joven, que deseaba a toda costa quedar embarazada, diciéndose que Fernando incluso tomaba extraños brebajes para fortalecer su caduca virilidad.
Murió el 23 de enero de 1516, en la remota aldea extremeña de Madrigalejo: “el señor de tantos reinos, el adornado de tantas palmas, el propagador de la religión católica y el vencedor de tantos enemigos, murió en una miserable casa rústica y, contra la opinión de las gentes, pobre”.
Con sus luces y también sombras - que evidentemente tuvo – desapareció con él, uno de los más grandes reyes de la Historia de España.
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