Fue al inicio de la década de los años sesenta cuando conocí a Paquita. Una tarde de principios de verano, llegaron a casa mis primos de Álora, con la intención de – además de bañarse en la nerisca del río – tomar una de las deliciosas meriendas que mi madre solía preparar, a base de tostadas de “manteca colora” de la matanza, leche de cabra reciente ordeñada y, en ocasiones como está en que había visitas, alguna pastilla de chocolate que ella guardaba – celosamente - en un armario del comedor.
-Venimos acompañados - dijeron desde la puerta y, acto seguido entró ella. Se comportaba entre tímida y coqueta, sabedora de que sus largos cabellos rubios, cuidadosamente despeinados, eran el foco de atracción de sus acompañantes varones. Iba con otra chica de su misma edad - nada agraciada por cierto – de esas que siempre llevan las mujeres que se saben guapas, al solo objeto de resaltar más por contraste y, al poco, salimos todos hacía el Guadalhorce.
Durante el camino, Paquita era como la luz que atrae a las polillas y, los cinco o seis muchachos que integraban la comitiva, se disputaban – como gallos en corral - los favores de la bella en forma de sonrisas, para lo cual todos se prodigaban en frases más o menos ingeniosas, al objeto de despertar su interés.
Una vez llegados al remanso donde nos bañábamos, las dos chicas se colocaron, sus trajes de baño tras unos cañaverales y, al poco, apareció ella con un bañador de dos piezas - el primero que veía - que resaltaba su rubia cabellera al viento y sus ya insinuantes formas femeninas de adolescente y, tras unos paseos de exhibición sobre la roca que nos servía de trampolín, se zambulló limpiamente en el agua.
El resto de la tarde transcurrió para mi admirándola en la distancia y, mientras lo hacía, las estrofas de moda del El Dúo Dinámico, “Un ángel es mi amor, sus cabellos rubios son...” sonaban machaconas en mis oídos, identificándolas con Paquita.
Mientras, ella compartía secretos con su acompañante femenina, mirando a este o aquel chico, lo que despertaba de inmediato la rivalidad del resto, que competían en hacer alguna habilidad para ser objetos de su atención.
Paquita, no volvió más el resto de aquel verano, ni al del año siguiente, ni al otro... pero, desde entonces, cada vez que iba a la nerisca, no podía evitar recordar su figura, dibujándose contra los arboles de la rivera, como una venus surgida de las aguas.
Hace ya algunos años, comentando con uno de mis primos nuestra excursiones de entonces, ante una jarra de cerveza, como sin querer, le pregunté por Paquita.
Tras hacer memoria, mi interlocutor finalmente dijo: Si, ahora recuerdo...- y luego de una pausa continuó- Hace años que se casó y vive en Madrid, pero este mes está de vacaciones aquí. ¿Te gustaría saludarla...?- preguntó
Un estremecimiento recorrió todo mi ser, e intentando no demostrar demasiado interés contesté: Bueno, sí... ¡Después de tanto tiempo..!
Mientras golpeaba con los nudillos los cristales de la entreabierta cancela, mi primo gritó; ¿Se puede pasar....? .- Paquita, ¿Estás ahí...? Hay alguien que quiere saludarte...
La tarde veraniega del sur, dejaba caer toda la fuerza del sol y por el pasillo, en penumbra para evitar el calor, vi aproximarse una figura de mujer.
Tenía los cabellos oscuros y cortados casi como los de un hombre, vistiendo una bata floreada de colores chillones, que cubría una obesidad casi mórbida, que la hacía parecer mucho mayor de la edad que debía tener.
El diálogo fue corto...-¿Como estás..?. Te encuentro algo cambiada.. dije. - Pues yo te recuerdo igual... contestó ella con cortesía. -¡Cuanto tiempo...! – dijimos ambos.
El castillo de recuerdos que, durante años pieza a pieza mi imaginación había ido levantando, cayó en segundos, dejándome vació de golpe.
- Vamos a tomar otra cerveza - dijo mi primo - y su voz sonó como lo haría una campana salvadora.
Desde ese día - amigo lector - me ha sido imposible volver a recordar, como era antaño Paquita...
J.M. Hidalgo (Recuerdos de adolescencia)
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