lunes, 29 de octubre de 2018

El genocidio belga en el Congo

Tal día como hoy 29 de octubre de 1885, da comienzo la colonización belga del Congo, territorio que le había sido asignado a este país en el Conferencia de Berlín.

En dicha Conferencia - 1884 y 1885- a Bélgica se le cedió un inmenso territorio, 80 veces más grande que el país, aunque el dominio efectivo del llamado “Estado Libre del Congo” pasó a Leopoldo II, rey de Bélgica, que lo controlaba con un ejército de más de 16.000 hombres y convirtió la esclavitud en la principal fuente de trabajo, apropiándose de todo el caucho y marfil que se extraía.

A través de la “Asociación Internacional del Congo” - creada como tapadera - llegaban fondos del Estado belga, bancos y otras entidades para construir las infraestructuras que le permitían sacar del país el marfil y el caucho para neumáticos, en el inicio de la industria automovilística.

Los intentos de resistencia de los aborígenes, eran disuadidos con una violencia tan brutal, como torturas, castraciones y cortes de manos en vivo, etc  que, de acuerdo a estimaciones, causó que entre 8 y 10 millones de personas fueran asesinadas, equivalente al 50% de la población del Congo de aquella época.

Según el historiador Tim Stanley, de la Universidad de Oxford: “Los niveles de terror alcanzados en las poblaciones locales, la contribución de la burocracia estatal y las estimaciones de muertes hacen que los eventos en el Congo sean comparables con, las atrocidades del nazismo y los llevados a cabo por Stalin”.

Para extraer el caucho, dado que los congoleños debían escalar a los árboles,  era imposible mantenerlos encadenados como era la norma, lo que dificultaba el reclutamiento de “voluntarios”, pero, como no existían límites para el régimen del terror, los belgas invadían las aldeas, secuestraban mujeres y niños, y pedían un rescate en forma de caucho y, cuando volvían de recolectarlo, muchas veces encontraban a sus esposas e hijos muertos, o ultrajados por los soldados.

El misionero presbiteriano William Sheppard, en el libro “El fantasma del rey Leopoldo” de Adam Hochschild, ofrece un testimonio de esta tragedia: “El día en que llegó al campamento de los saqueadores, le llamó la atención un gran número de objetos siendo ahumados. El jefe nos llevó hasta una estructura de palos, sobre la que se quemaba un fuego lento, y ahí estaban, las manos derechas, las conté todas, 81”. El jefe le dijo a Sheppard: “ Siempre tengo que cortar la mano derecha a las personas que matamos, para poder mostrar al Estado cuántas fueron”. El humo era para preservar las manos, ya que podría demorar días, y hasta semanas, que el jefe las presentara al oficial encargado que le pagaría dinero, por la matanza.

Mientras tanto, Leopoldo II era considerado un benefactor para los belgas por los monumentos que construyó en su país, entre los años 1885 y 1908, en que cedió sus derechos al Estado belga, que logró una reducción en la violación de los Derechos Humanos en la región.

Sin embargo, el terror perduró mucho más allá en el tiempo que el monarca belga, pues tras la independencia del Congo, Bruselas siguió promoviendo intervenciones militares e incluso conspirando para asesinar, en 1960, al Primer Ministro Patrice Lumumba, cuyas ideas socialistas iban contra sus intereses.

Entre 1870 y 1930, Bélgica presumía y vendía la indecorosa atracción de los “Zoos humanos”, similar a otras que llegaron a hacerse en Europa, especialmente en Francia o Alemania. Pero en ningún lugar como en Bruselas - actual capital de la Unión Europea - el fenómeno alcanzó cotas tan increíbles, pues no sólo se abrieron zoos, sino que se celebró una especie de “Exposición Universal” para mostrar al mundo lo pintoresco de sus involuntarios inquilinos.

En el 2010, el rey belga Alberto II fue el primer monarca en visitar el Congo, en cuarenta años, pero no dio ninguna disculpa oficial sobre el pasado, lo cual no es sorprendente con opiniones como la del ex ministro de Exteriores belga, Louis Michel, que en 2010 se refirió a Leopoldo II como “un visionario que condujo al Congo a su civilización”.

Bélgica todavía vive hoy en un estado de negación sobre su horrible pasado colonial y resulta chocante y sarcástico, que un país con este pasado tan próximo, se permita dar lecciones de democracia y derechos humanos, a los demás...




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