lunes, 11 de noviembre de 2019

El final de la Primera Guerra Mundial

Tal día como hoy, el 11 de noviembre de 1918, el mariscal francés Ferdinand Foch, en el bosque de Compiégne, cerca de París, firma el armisticio de Compiégne, uno de los documentos más trascendentales del siglo XX, que pone fin a la más terrible guerra jamás conocida hasta entonces por la Humanidad: la Primera Guerra Mundial.

La guerra que comenzó en agosto de 1914 y se extendió –contra todos los pronósticos- hasta el 11 de noviembre de 1918, marcó sin duda un corte en la evolución histórica.

En principio,  durante esos cuatro largos años las naciones más avanzadas del mundo lanzaron a sus hombres  y utilizaron su ciencia y tecnología en una guerra que muchos no pudieron y otros no quisieron detener. Cada vez más lejos quedó el pasado inmediato, que comenzó a ser denominado Belle Époque.

Francia, Gran Bretaña y Rusia, con la intervención a partir de 1917 de Estados Unidos, formaron la llamada “Entente Cordiale”, mientras que Alemania, el Imperio Austrohúngaro e Italia –aunque esta última primero optó por no intervenir y en 1915 se unió a la Entente– constituyeron la “Triple Alianza” y  otros países, como Bélgica, Portugal, Grecia, Serbia, Turquía, Bulgaria, Japón también participaron.

Las condiciones espantosas que se vieron obligados a soportar los soldados, detrás de profundas trincheras en las que el frío y las enfermedades podían llegar a matar tanto como los proyectiles del enemigo, contribuyeron a completar el panorama de horror que se vivió en esos años.

En el transcurso del conflicto, se concretó en octubre de 1917 el triunfo revolucionario de los bolcheviques en Rusia, cuyas consecuencias se manifestaron al retirarse Lenin y los suyos de la guerra, firmando la paz con Alemania.

El 11 de noviembre, el Imperio Alemán se rindió sin haber sufrido una derrota aplastante y sin que sus ciudadanos se vieran sometidos a una ocupación extranjera  y la cúpula militar alemana, llegó a la conclusión de que la guerra estaba perdida y comenzó a buscar un acuerdo honorable.

Las negociaciones de paz tuvieron lugar en París a partir de enero de 1919, con la presencia de los líderes de los países que triunfaron el presidente de los Estados Unidos Woodrow Wilson, el primer ministro británico David Lloyd George, el de Italia, Giovanni Orlando y, el presidente de Francia Georges Clemenceau.

La figura más importante en las negociaciones fue sin duda el presidente Wilson; no sólo se trataba del líder de la potencia dominante, sino también de un gobernante con propuestas para pensar  en el  futuro.

Al marcharse de París, el presidente Wilson le comentó a su esposa: “Bien muchachita, se acabó, y como nadie se siente satisfecho, tengo la esperanza de haber hecho una paz justa, pero todo está en manos de los dioses”. A la vista de lo sucedido, no cabe duda que los dioses no fueron suficientes para asegurar la paz.

En los acuerdos, se redujo el antiguo Imperio Alemán en casi la séptima parte y la totalidad de las colonias pasaron a la administración de la Sociedad de las Naciones, mientras Alemania debió entregar la flota de guerra, los tanques y los aviones militares y su ejército quedaba reducido a 100.000 hombres.

Una vez que los representantes alemanes firmaron, bajo presión el acuerdo sin que tuvieran prácticamente intervención en su redacción, ni sus propuestas de modificación fueran atendidas, el daño estaba hecho. El poderío intacto de la principal potencia industrial europea en manos de una clase dirigente que seguía detentando el poder económico aseguraba la inestabilidad para los años venideros.

El camino estaba preparado, para una reacción nacionalista violenta, de la cual Hitler fue la expresión extrema.


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