Tal día como hoy 3 de mayo de 1937,
tiene lugar el intento de toma, por la Guardia de Asalto, de la sede
de la Telefónica en Barcelona, controlada por la CNT, y que fue
origen de los "sucesos de mayo" en los que murieron 400
personas.
En mayo de 1937 las calles de Barcelona
se tiñeron de sangre y tragedia. Se saldaron allí, en apenas cuatro
días, del 3 al 7 de ese mes, algunos de los principales conflictos
que arrastraba la República desde el comienzo de la Guerra Civil,
agravados por los constantes fracasos militares y por la desunión
política en el Gobierno, en el frente y en la retaguardia.
Barcelona proporcionó el escenario
idóneo para esa confrontación. Era una ciudad alejada del frente,
símbolo de la revolución de la CNT y tenía características
políticas muy peculiares: un Gobierno autónomo, un poderoso movimiento
anarquista, un partido comunista que controlaba a la UGT y un
minúsculo partido revolucionario marxista, el POUM, enemistado a
muerte con los comunistas.
Tampoco faltaban armas abundantes, que portaban las diversas fuerzas de policía, los militantes
de las diferentes organizaciones políticas, los milicianos que
las habían llevado desde el frente. Estaban también los
provocadores, de uno u otro signo, españoles y extranjeros. Una atmósfera caliente, la de aquella Barcelona
de la guerra, mucho más que la de otras ciudades de la retaguardia
republicana.
Los primeros intercambios de disparos
se oyeron el 3 de mayo, cuando el consejero de Seguridad de la Generalitat,
ordenó ese día al recién nombrado comisario general de Orden
Público, que ocupara el edificio de la Telefónica en la plaza de
Cataluña, en poder de la CNT desde julio de 1936.
Allí llegaron tres camionetas de
fuerzas de asalto. Sitiaron el edificio y fueron recibidos a tiros
por militantes de la CNT que se encontraban dentro. Pronto corrió
la voz de que se había iniciado un ataque contra la CNT, y
acudieron anarquistas armados en ayuda de los sitiados y las
barricadas volvíeron a la ciudad.
Largo Caballero convocó al Gobierno,
que residía entonces en Valencia y se acordó enviar una delegación
con dos de los ministros anarquistas, García Oliver y Federica
Montseny y con algunos dirigentes de la CNT y de la UGT, mientras
salieron para Barcelona cerca de cinco mil guardias.
Todos los intentos de negociación
resultaron infructuosos y los sangrientos combates continuaron
durante los días 5 y 6. En la tarde del 7, la normalidad, según
George Orwell, testigo de aquellos hechos, "era casi absoluta".
Restablecida la "normalidad",
quedaba por resolver la crisis de Gobierno que venía anunciándose
desde la caída de Málaga en febrero, una pérdida importante para
la República que incitó a los comunistas a criticar la dirección
militar de la que Largo Caballero, era su principal responsable.
El presidente de la Republica, Manuel Azaña, decidió encargar al
socialista Juan Negrín la formación del nuevo Gobierno, porque consideraba que
Negrín, hombre culto y nada revolucionario , era la persona idónea
para acabar con la indisciplina y el "desbarajuste" en la
retaguardia.
Esa violencia política en la
retaguardia, que se saldó con varios asesinatos políticos, más los
centenares de muertos que dejaron las luchas en las calles de
Barcelona, era la mejor prueba de que la República tenía un grave
problema en su desunión interna, un verdadero obstáculo para ganar
la guerra.
La guerra la perdieron los
republicanos, por la política de no intervención de las potencias
democráticas, por la intervención de la Alemania nazi y de la
Italia fascista y porque Franco, tenía a las tropas mejor preparadas
del ejército español.
Pero también, la perdieron por el fraccionamiento
político y las disputas que siempre acompañaron a la República.
Las grietas, como se comprobó en mayo de 1937, eran un abismo de
desconfianza y división muy difícil de salvar.
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